El COVID-19 ha provocado que muchas personas hayan decidido aprovechar el momento, emprender las decisiones estancadas y, en definitiva, seguir viviendo. Por ello, y teniendo en cuenta que no se prevé un baby boom desorbitado tras el confinamiento, los datos apuntan a un ligero (pero sostenido) repunte en las clínicas de fertilidad viguesas. Y es que, según la Sociedad Española de Fertilidad (SEF), el 9% de los niños que nacen son fruto de la medicina reproductiva, y la infertilidad afecta a un 15 por ciento de la población española.

“La tendencia está al alza en general. Las mujeres están retrasando más la edad de la maternidad y eso aumenta la dificultad para conseguir embarazos de forma natural”, explica la Dra. Mª Isabel Rivas, directora médica del centro NIDA. “Cada vez es más necesaria la intervención de donantes de óvulos para conseguir el embarazo”. Además, fuera del factor edad (que es clave a la hora de buscar un bebé), existe otro motivo algo especial: el “síndrome del nido vacío”. Con él se demuestra que algunas personas en edad de concebir se han sentido solas en el confinamiento, y han vivido lo que sería el resto de sus vidas si no tuvieran hijos, y el sentimiento maternal (que ya tenían antes) se ha acentuado.

Fátima (nombre ficticio) es una mujer de 43 años que se sometió a un tratamiento de reproducción asistida para tener a su segundo hijo. “Cuando ya has sido madre, parece que todo es normal, pero después de tres abortos, algo no va bien”, asegura. Fátima, que no pudo tratarse en la sanidad pública por rozar los 40 años, cuenta que “buscaba una explicación”. Y fue entonces cuando decidió acudir a una clínica privada, en donde le realizaron pruebas genéticas exhaustivas. “Mi marido al principio no estaba seguro, pero fue ahí donde descubrieron un problema genético mío, del que no manifestaba síntomas”. Así, Fátima decidió someterse a un tratamiento especial: una fecundación in vitro con diagnóstico genético preimplantacional, en donde se hace un estudio previo de la calidad de los embriones. “La primera estimulación no funcionó, pero la segunda sí. A partir de ahí fue todo rodado, el embarazo y el parto. Tenemos una niña sanísima y muy linda.”

Dar el salto en solitario

Cayetana (nombre ficticio) se casó con 38 años, pero al cabo de un año, se divorció por un engaño amoroso y decidió ser madre soltera. “Yo me divorcié, pedí la nulidad eclesiástica y lo que siempre tuve claro es que quería ser mamá, nunca tuve miedo”, declara. Cayetana intentó ser madre a través de la seguridad social, pero, unido a las largas listas de espera (18 meses de media en Galicia), rozaba los 40 años, y se atrevió a empezar su tratamiento en la clínica IVI.

Su historia está plagada de intentos fallidos. La primera inseminación artificial a la que se sometió no funcionó, se decidió a intentarlo mediante fecundación in vitro y, el primer intento, tampoco tuvo éxito. Pero, a la tercera (dicen, que va la vencida) funcionó. “Fui la persona más feliz del mundo, te dicen que tu sueño se ha cumplido y estoy tan feliz que sé que todo va a ir bien”. Ahora, entre náuseas matutinas, Cayetana lo tiene claro: “Si alguna mujer desea ser madre, lo tiene que intentar, y quiero animarlas a que no tengan miedo, que la presión no las coarte”.

Con todo, la cifra de madres solteras ha aumentado (entre el año 2019 y 2020) en un 16%, así como los tratamientos en parejas homosexuales (en menor medida).

Impacto emocional de un embarazo que no llega

Cuando una pareja (o una persona soltera) tiene el deseo de tener un hijo, todos sus esfuerzos se centran en conseguirlo. Sin embargo, existen ocasiones en las que el embarazo se hace esperar. “Es algo frustrante, es otro mes y otro mes pendiente de los test de ovulación y ves que no va”, cuenta Fátima. “Todo tu alrededor está teniendo hijos y te preguntan ‘para cuándo el segundo’, y eso es frustrante”. Esta presión social, con frecuencia del todo inocente, provoca una angustia mayor en las mujeres que no son capaces de quedarse embarazadas. Así, y en palabras de Fátima: “Yo tengo un trabajo muy estresante, y siempre hay alguien que te dice que no te quedas porque no te relajas, y eso no lo entiendes.” En la misma línea, las largas listas de espera de la seguridad social y el coste de los tratamientos en la sanidad privada, son aspectos que también pueden afectar a quien quiera tener un bebé, ya que influyen directamente en la situación familiar. “No todo el mundo puede permitirse estas opciones, y emocionalmente tienes que llevarlo bien para que no interfieran otras cosas”, aclara Fátima. Tanto es así que, en la clínica IVI, cuentan con apoyo psicológico desde el primer día de tratamiento, para poder acompañar en el proceso a los pacientes que lo necesiten. “El impacto emocional viene determinado, ya no tanto por el tratamiento en sí, sino por los años de esterilidad, el número de intentos precios, enfermedades en del paciente, etc.”, afirma la doctora Iria Rodríguez.