A las once y cuarto de la mañana del viernes 28 de diciembre del año 1917, cuando la joven Europa se desangraba tras tres largos años de Primera Guerra Mundial, un singular buque mercante francés, el Magellán, era brutalmente torpedeado por el submarino alemán U-43. El certero disparo del U-Boo , calculado con una precisión milimétrica, ya que reventó en la sala de calderas, consiguió que el Magellán -que ostentaba el honor de ser el primer carguero a vapor de la compañía Bordex y se había especializado durante la guerra en el transporte entre Chile y Francia de nitrato de sosa, el mineral utilizado para la elaboración de explosivos- se fuera a pique a los pocos minutos del impacto, llevándose en sus entrañas los cadáveres de los cinco hombres que, tras la explosión, perecieron en el acto. El suceso ocurrido a 43º10N y 13º32W del meridiano de Greenwich, a unas 150 millas de Cabo Vilano, uno más de los muchos ataques que se producían en las rutas marítimas del Atlántico, hubiese pasado desapercibido para la ciudad de Vigo si no fuera porque, cuatro días después del incidente, una de las barcas salvavidas del navío francés llegaba a la ciudad olívica remolcada por el vapor de pesca Maruxa con 17 hombres a bordo.

Los náufragos, que habían sido socorridos en primera instancia en alta mar por los marineros gallegos, fueron conducidos a la Comandancia de Marina viguesa donde, con estremecedor relato, el capitán Téodulo Bégaud dejaría constancia de la agresión sufrida: "Ni el oficial ni los hombres que estaban en el puente de mando me informaron de nada extraño, únicamente el timonel Joseph Gilbert vio un burbujeo a través de babor a cinco o seis brazas justo antes de la explosión. En muy poco tiempo tuve que inspeccionar todos los compartimentos del barco, y a los pocos minutos el agua me llegaba hasta la cintura. Cinco de mis hombres perecieron en el acto, y el lastre de las 7.200 toneladas de nitrato de sosa que llevábamos en las bodegas hizo que nos hundiéramos rápidamente. Con los tres botes salvavidas ya en el agua, de repente, vimos un periscopio y un submarino emergió imponente a la superficie. Los alemanes nos dieron la orden de acercarnos y comenzaron un interrogatorio. El comandante del U-boot nos pidió, en inglés, el nombre de la nave, nacionalidad, nombre del propietario, tamaño de la tripulación, destino y origen, así como la naturaleza y el tonelaje de la carga y el consignatario. Después de las indagaciones hechas, nos hizo una señal con la mano de que podíamos continuar hacia la costa. Aunque al inicio de la travesía intentamos que las barcas navegasen una al lado de la otra, en poco tiempo, a causa del mar hostil nos fuimos distanciando y, al anochecer, con temperaturas de -10ºC, ya no conseguíamos ver la distancia que había entre nosotros. En esos momentos, la angustia se apoderó de mis hombres, y los 400 km del trayecto hasta alcanzar la costa española se convirtieron en una auténtica odisea."

El día anterior de la arribada de este bote a Vigo, que coincidía además con la celebración del fin de año, había llegado también a A Guarda otro de los botes con los que el capitán Téodulo Bégaud había logrado que toda su tripulación se pusiera a salvo. El tercero y último, comandado por el primer oficial del Magellán, Yves Le Tanin, había llegado este mismo día a costas portuguesas, donde su tripulación fue atendida caritativamente por las autoridades y la Cruz Roja internacional.

El vicecónsul francés de Vigo, el señor Váchez, se volcó en atender a los tripulantes de las dos embarcaciones que habían llegado a tierras españolas -en total, 35 hombres- para que tuvieran cubiertas todas sus necesidades: comida, alojamiento y ropa. A los pocos días, ya les tenía preparada toda la documentación necesaria para que pudiesen embarcar en uno de los trasatlánticos que, con destino a Francia, hacían escala en Vigo.

Durante toda la contienda y sobre todo a lo largo del año 1917, desde el momento que los alemanes iniciaron la guerra total submarina, sin restricciones, contra cualquier buque de carga, independientemente de su nacionalidad, llegaron a la costa gallega numerosos botes salvavidas pertenecientes a los mercantes que se veían sorpresivamente atacados. El caso de Vigo no fue un suceso aislado, y como dato estadístico reseñar que A Coruña, Malpica, Fisterra, Corcubión o A Guarda, entre otras, fueron poblaciones donde también llegaron náufragos procedentes de los buques mercantes de las Potencias Aliadas hundidos por submarinos alemanes. Como vemos y al igual que sucedía en los frentes de batalla terrestres, la crueldad entre los bandos que se enfrentaron durante la Primera Guerra Mundial era patente también en el mar. Los submarinos U-Boote -en alemán, abreviatura de nave submarina- se convirtieron de esta forma en las verdaderas bestias negras de los aliados, hundiendo durante los cuatro años que duró la Gran Guerra casi 6.400 navíos mercantes y un centenar de barcos de guerra, la mayoría británicos. Concretamente el U-43 que atacó al Magellán y que estaba comandado por el capitán Waldemar Bender, consiguió mandar a pique más de 40 naves. De los 345 sumergibles que los alemanes pusieron en acción, cerca de 200 se malograron entre misiones de guerra y causas diversas. Muchos de sus tripulantes, exactamente más del 40% -cerca de 6.000 hombres- encontraron la muerte dentro de su reducido habitáculo. Su principal teatro de operaciones fue el Océano Atlántico y el Mar del Norte, pues uno de sus grandes objetivos siempre fue aislar a Gran Bretaña. Como espada de Damocles, con la que se contrarrestó su gran poderío, actuaron las cargas de profundidad, que consistían en un cilindro cargado con explosivo entre 55 y 135 kg de TNT que detonaban a unos 80 metros de profundidad. Si la explosión ocurría a menos de 10 metros del submarino, los daños eran irreparables, hundiéndolos o haciéndolos emerger a la superficie. Fue tal la impresión que causaron los U-Boote alemanes durante la Primera Guerra Mundial que una de las cláusulas del Tratado de Paz de Versalles, firmado en el año 1919, prohibía explícitamente a Alemania la posesión de submarinos. A partir de estos momentos comienza a fraguarse la leyenda negra de los "lobos grises", cuyo punto más álgido se alcanzaría con el estallido de la no muy lejana Segunda Guerra Mundial.