No pudo llegar, no pudo ser. A un compañero sacerdote le habría gustado que Don Carlos llegara con vida hasta el 25 de marzo, porque así podía entregar su vida el mismo día de la muerte de Cristo, tal y como el calendario litúrgico de este año nos marca. Se adelantó a esa fecha: ayer a las 13,25 expiró en el Hospital del Meixoeiro. Lo suyo fue una muerte anunciada desde las pasadas Navidades. La suerte de que Dios lo dejara un poco más entre nosotros, nos ha permitido despedirnos de él, escuchar sus últimas preocupaciones y dejarnos saborear un rastro sacerdotal imborrable.

He tenido la suerte de conocer a Carlos Olivares Mozo desde hace muchos años. Fue en la primera convivencia en las Damas Apostólicas de la Ramallosa, donde los nuevos ingresados en el Seminario Mayor de Vigo, nos juntábamos ya con los que perseveraban en su vocación. Era el año 1972. Éramos ocho en primero de Filosofía, que así se llamaba al primer curso de estudios eclesiásticos. Carlos destacaba porque era el mayor, venía del mundo de la empresa, con su voz castellana inconfundible (su Valladolid natal le delataba), y su decir las cosas en directo, sin recovecos. El tuvo que hacerse pequeño, casi "jugar" con aquellos que teníamos mucha juventud encima; y nosotros, queriéndole sin querer, maduramos más también.

Palpamos la profundidad de su buena voluntad y de su voluntad buena. No había entrado en el Seminario por desamor, aunque había estado muy enamorado; no buscaba soluciones humanas en su vida, pues ya tenía en Vigo muchísimas relaciones sociales: no en vano había logrado fundar la Asociación de Sordos. Nos corregía a destajo cuando usábamos la expresión "sordomudo": "¡estos no existen!", decía; simplemente que, por no oír bien, argumentaba, les es muy complicado pronunciar adecuadamente.

Preciosa, o por lo menos fuera de lo común, fue nuestra ordenación de diáconos. No era costumbre la asistencia numerosa. Pues en este caso la capilla del Seminario de Vigo tuvo un gran "plus" de asistencia de personas sordas, que siguieron la ceremonia con "su lenguaje", gracias a que D. Agustín, un sacerdote sordo amigo de Carlos, la iba comentando. Todo un avance pastoral en aquellas fechas?

Ordenado sacerdote ejerció como vicario parroquial en Ponteareas, y párroco de Fontenla, donde se granjeó grandes amigos, incitó a la colaboración parroquial, descubrió algún talento musical? Pero sobre todo lo suyo fue entonces encarnarse en el mundo de los sordos, ejercitando entre ellos su labor pastoral; fundó así la institución de La Misión del Silencio, en la que refleja ese amor por los no oyentes, pero es a la vez como un reflejo de su propia vida: dedicarse exclusivamente a los demás y especialmente a aquellos que nadie quería. Sin nada, y al mismo generosísimo siempre. Así era Carlos. Y de grandes, proféticos, pedagógicos gestos: como cuando después de bautizar a un niño lo alzaba con permiso de los padres y gritaba repitiendo entre aplausos: "¡ya es hijo de Dios".

Su vivir fue un darse de continuo a los más desfavorecidos. Alguna vez, pasando cerca del local de la Misión del Silencio en la calle Urzáiz, se me venían a la imagen aquella película de Will Smith "En busca de la felicidad", donde se veía una cola de necesitados, esperando poder entrar y cobijarse. ¡Y con qué dignidad los trataba! "Lo mejor, para ellos", decía y hacía. No puedo olvidar a "sus hijos", los que fue prohijando y que le hicieron ser de verdad padre de familia numerosa? ¡También eso solo lo podía haber hecho él!

Y así, Carlos, se te fue pasando la vida entre muy conocido y oculto, sin buscar aplauso, sin afán de protagonismo, sin "carriera" de ningún tipo, pero eso sí orgulloso de su ser sacerdotal. Cuando como hoy nos encontrábamos en la Misa Crismal, en la que los sacerdotes renovamos nuestra entrega, se oían los abrazos y las voces de Carlos: "¡qué feliz me siento siendo sacerdote!". Amigo fácil y hacedor constante de nuevas amistades, detallista en los cumpleaños de los amigos y despreocupadísimo de sí y de su salud.

Con palabras apresuradas quiero rendir homenaje al Padre Carlos, al amigo Carlos, a quien Dios ha llamado a su presencia. Nos toca ahora devolverle el cariño de nuestra oración y la gratitud a cuantos le habéis cuidado siempre y con mayor intensidad en estos últimos momentos. Vanidosillo en ocasiones, no se privaba incluso de decir que era "el enfermo más visitado y el mejor atendido". Eso se llama gratitud.

*Condiscípulo y Rector del Seminario de Tui