-Cuando era niña, ¿no tenía otros sueños que no fueran la Fórmula Uno?

-Bueno, me gustaban todos los deportes; jugaba al tenis, nadaba... pero tenía muy claro desde el principio que quería ser piloto. Mi padre inrentó engañarme diciéndome que con lo cabezota que era podría ser una buena abogada, ¡pero no hubo manera!

-Es embajadora de la Fundación Ana Carolina Díez Mahou. ¿Cómo surgió esta colaboración?

-El mismo día que por fin pude salir del hospital, falleció el hijo de un primo mío de solo tres años que sufría una enfermedad neuromuscular. Fue como una llamada del destino, una sensación de que debía de ayudar ahí. La Fundación Ana Carolina Díez Mahou ayuda a niños con enfermedades neuromusculares, especialmente mitocondriales, y yo colaboro a través de unas pulseras benéficas que tienen la estrella que yo siempre llevaba en mi casco. Cada venta financia una sesión de fisioterapia que consigue que aumente la calidad de vida de estos niños.

-¿Cómo ha reaccionado su familia ante esta difícil situación?

-Somos una piña, ahora todavía más que antes. El apoyo de mi familia y de mi novio es lo que me ha sujetado para salir adelante. Ese clima de alegría y de esperanza que se creó incluso ya en el hospital ha contribuido mucho a mi recuperación. Los médicos se quedaban sorprendidos de lo bien que iba cicatrizando todo y yo estoy convencida de que este amor que recibo tienen mucho que ver.