A las 23.00 horas se levanta de la mesa, deja a la familia, y se dirige al reloj del Instituto Santa Irene. Gerardo Alonso cumple con este ritual desde hace 13 años, cuando comenzaron a tomarse las uvas en la Praza de América. "Justo antes de que suenen las campanas es un momento muy crítico, paso muchos nervios por si se va la luz o hay cualquier incidente, sé que si algo falla toda la responsabilidad será mía", confiesa. El relojero admite que esos momentos de soledad en la torre le invitan a hacer un balance personal del año. "Es un momento muy especial, se hace un silencio sepulcral en la plaza antes de que comiencen, y después ves los fuegos de luces en toda la ciudad; las vistas son espectaculares", comenta. Ya cuando suena la última campanada admite que "respira" y descorcha la botella de cava que los comerciantes le regalan y que comparte con el técnico de sonido que le acompaña siempre.

Gerardo hizo ayer la primera revisión al reloj, ajustando un poco el movimiento del péndulo. El lunes por la tarde le adaptará un carrillón para que las campanadas suenen con mayor intensidad y le dará cuerda, ya por la noche será la prueba de fuego. "Me preocupa el tiempo, que haya un vendaval o algo y se corte la corriente", admite. Sin embargo, desde que hace 16 años metió sus manos en el reloj, jamás dejó de funcionar. "Es una máquina potente y buena fabricada por Evangelino Taboada, un lucense afincado en Vigo", comenta.