Todavía con la resaca de la histórica visita de los tres grandes cruceros que atracaron el jueves en el puerto de Vigo, la ciudad vivió ayer dos nuevas llegadas no exentas de importancia. Si bien uno de los cruceros era el Costa Fortuna, un prototipo de esas ciudades flotantes con casi 280 metros de eslora, el otro tenía una carácter más especial. En su escala inaugural, el Star Flyer, un bergantín-goleta de cuatro palos procedente de A Coruña, destacaba con su casco blanco pese a su menor tamaño. Todo un lujo por fuera, pero sobre todo por dentro.

Sus 115 metros de eslora y 15 de manga esconden todo un mundo de exquisiteces que se dan pocas veces. En la cubierta superior, dos picinas con agua de mar y varias tumbonas hacen las delicias de los exclusivos clientes. De hecho, éstos pueden tumbarse sobre las redes que rodean el bauprés cuando surcan las olas, algo inusual.

Construido en Bélgica en el año 1991, cuenta con una estancia en la segunda cubierta en la que centran todas las actividades. Una barra central divide el gran espacio en el que se llevan a cabo diferentes actividades y un piano bar. A través de una elaborada escalera se accede a un comedor en el que no falta de nada y que está repleto de elegantes asientos acolchados. Al otro lado, una pequeña bibloteca espera a los más tranquilos de este crucero que, en palabras de la encargada de las actividades del crucero, Ximena Dipp, acoge a clientes "de alta educació que quieren pasarlo bien".

Con espacio para 170 pasajeros, el Star Flyer alberga en este viaje a 70 viajeros y a otros tantos tripulantes, con lo que el mimo está asegurado. De hecho, "casi el 60 % de los cruceristas repiten", indicó Dipp. Algo al alcance de uno pocos, ya que la semana cuesta entre 2000 y 4000 euros.

El capitán del navío, Jürgen Müller-Cyran, puso ayer rumbo a Lisboa, donde se puso punto y final a un trayecto que comenzó en Portsmouth.