Emilio Martínez Garrido (1885-1936) fue el último alcalde republicano de Vigo. Tras la sublevación militar, fue desposeído de su cargo, detenido y posteriormente juzgado y fusilado contra la tapia del cementerio de Pereiró el 27 de agosto de ese mismo año, junto a otros siete militantes socialistas y republicanos, compañeros de Corporación.

Natural de Lavadores, alternó su actividad política con la industrial, pues era propietario de una funeraria llamada El Óbito. Era también un gran aficionado a la carpintería, hobby que heredó uno de sus hijos.

Fue alcalde en dos ocasiones, la primera a partir de diciembre de 1932, tras la dimisión de Amando Garra Castellanzuelo y hasta su destitución en marzo de 1934, "por su desobediencia al gobernador", lo que provocó "manifestaciones de apoyo y grandes demostraciones de solidaridad hacia su persona". Posteriormente y en febrero de 1936 fue repuesto como alcalde.

Vivió en la calle Ramón Nieto, en la zona de Pardavila, se casó con Josefa Ronda y tuvo cinco hijos, Emilio, Purificación, Fernando, Oscar y Josefina, que es su única descendiente directa viva.

Vinculado políticamente al socialismo local y a la UGT, su relación con la vida municipal se produjo a finales de los años veinte, al ser elegido concejal. Como vocal del Ayuntamiento en la Caja de Ahorros permitió la creación de las llamadas Colonias Escolares del Rebullón, adonde acudían escolares de familias escasas de recursos, a pasar temporadas estivales donde se desarrollaban actividades lúdicas y formativas.

Señala su hija Fina que cerca de esas instalaciones, en el alto de Puxeiros tenía la familia "una casa con finca a donde acudíamos con frecuencia y mi padre había acondicionado una especie de txoko, donde se reunía con algunos amigos a charlar".

Durante su segunda etapa al frente de la Corporación sentó las bases de lo que sería el Museo Municipal en el pazo de Castrelos, siguiendo para ello la idea plasmada por el entonces cronista de la ciudad, Avelino Rodríguez Elías.

Fue detenido a su regreso de Madrid, adonde se había desplazado como miembro de la comisión de alcaldes para la entrega en Las Cortes del Estatuto de Galicia.

Los recuerdos que Fina conserva de su padre provienen de lo que su madre y sus hermanos le contaron de él "pues tenía cuatro años cuando lo fusilaron. Recuerdo, de cualquier modo perfectamente que le iba a visitar a la cárcel en la calle del Príncipe, lo que hoy es el MARCO, donde estaba también internado su hijo Fernando y me dejaban entrar porque era muy pequeña. Una mañana muy temprano me dijeron que quería verme. Llegué y me estaba esperando en la capilla de La Purísima, que ocupaba la planta superior de la prisión. Se abrazó a mçi, y yo no sabía lo que pasaba, hasta que de mala manera lo separaron para llevarlo a la tapia del cementerio".

Fue el propio personal de su funeraria el que se encargó de recoger el cadáver, amortajarlo y darle sepultura en el panteón familiar que, fallecida su esposa, sería sellado a perpetuidad.