Invitado por la revista de divulgación científica Investigación y la Facultad de Ciencias del Mar, el profesor Pardos desvelará hoy (Centro Social Caixanova, 20 horas) los entresijos de la relación entre los científicos británicos Darwin y Wallace. Al primero se le rindió homenaje en 2009 y éste es el año de la biodiversidad, cuyo conocimiento le debemos a ambos. A este biólogo marino de la Complutense le unen lazos de trabajo con la universidad viguesa y las rías gallegas, cuya fauna microscópica estudia.

–A pesar de su aportación a la teoría de la evolución, Wallace no ha tenido la misma trascendencia histórica que Darwin.

–Gracias a las ideas de ambos hoy contamos con una base teórica para comprender la biodiversidad. Wallace se lo encontró por casualidad, pero Darwin ya llevaba veinte años estudiando esto y fue el que realmente desarrolló la teoría evolutiva. Wallace fue el disparador. Sin él, posiblemente Darwin hubiese dejado sus manuscritos en el cajón, porque tenía un miedo a escribir horroroso. Nunca se pelearon, pero su relación es muy interesante.

–Se considera un gesto de elegancia que ambos publicasen sus escritos a la vez

–Eran unos gentleman, pero también tuvieron sus más y sus menos. Sólo después de haber concluido su teoría, Darwin se la comunicó a Wallace para que no se le adelantase.

–¿Es habitual que los descubrimientos sean el fruto de la rivalidad entre científicos?

–A lo largo de la historia ha habido muchos piques y en la actualidad existe una continua carrera para describir especies. Conocemos dos millones y esto sólo supone entre un 10 y un 15% de lo que realmente existe, según los cálculos más conservadores. Todos los días se descubre y se describe una especie, porque la ciencia que no se comunica no existe. Por eso son tan importantes las publicaciones científicas y los medios de comunicación.

–La semana pasada se clausuró en Japón una cumbre internacional sobre biodiversidad cuyos compromisos políticos no convencen a los ecologistas.

–Los científicos tenemos muy clara la diferencia entre un ecólogo y un ecologista, que siempre tiene una carga política. Los intereses de ambos grupos y de quienes gobiernan son absolutamente distintos. Es muy difícil contentar a todos teniendo en cuenta las necesidades propias de la civilización y el desarrollo. Hay que llegar a un equilibrio en la utilización del entorno, pero no para explotarlo como hacemos ahora incluso literalmente.

–¿Se ignora demasiado la opinión de los científicos?

–Conjuntar todo esto es casi una utopía. Es cierto que somos a los que menos se nos escucha y que nuestro trabajo se utiliza como arma arrojadiza cuando interesa o se silencia si no es así. El político quiere que los científicos le digan lo que quiere oír y si haces esto ya dejas de serlo. Por eso te acabas quitando de en medio.

–¿Debería ser la sociedad la que exija a sus gobernantes que les presten más atención?

–La labor más importante en cuanto divulgación, y con esto ya me daría con un canto en los dientes, es concienciar a la sociedad de que la Tierra no es nuestra. El hombre es uno más de los habitantes del planeta y esto no tiene que estar reñido con los automóviles o la construcción de puentes. Pero la solución entra en conflicto con nuestras actividades diarias. Yo no renuncio a usar el automóvil y le echo la culpa a las fábricas, que dicen que el mercado no demanda otra tecnología. Nos vamos pasando la pelota y estamos mucho tiempo sin ella.

–Volviendo a la teoría de la evolución, Francisco Ayala alertaba hace unos días de la extensión del creacionismo en Europa.

–El mundo intelectual de la vieja Europa tiene unas raíces muy sólidas. La escuela laica viene de la Revolución francesa. En cambio, en el mundo anglosajón está arraigado el concepto del creacionismo, que no es otra cosa que falta de cultura. Es bien sabido que el nivel cultural medio en EE UU, aunque tengan grandes científicos y centros de investigación, es mucho más bajo que en Europa. Todo esto frena aquí la penetración de semejante idea, pero no quita que hagan sus intentos

–Resulta impensable que un político europeo califique a la teoría de la evolución de mito como hizo una candidata republicana en la campaña para las recientes elecciones estadounidenses.

–Es impensable que lo diga un candidato o que se recurra a los tribunales aduciendo la libertad religiosa. Es como llevar a juicio la ley de la gravedad. Hay una legión de científicos creyentes y no se les pasa esto por la cabeza.

–Sin embargo, sí asistimos a debates éticos omo el generado ante el nacimiento de niños para curar a sus hermanos.

–En las cuestiones éticas sí existe un debate en la sociedad europea y proliferan los estudios y las cátedras de bioética. Esto es bueno, porque la ciencia nace del debate. No supone ningún problema si bien es cierto que ningún avance científico se ha parado por motivos ético-religiosos. Los debates serios son válidos, esclarecedores y provechosos.

–Además de ser biólogo marino, estudia el léxico científico.

–Durante 24 años revisé para la Real Academia Española los términos científicos que iban al diccionario general y aprendí mucho de académicos como Margarita Salas o Laín Entralgo. Ahora colaboro con la Real Academia de Medicina. Considero que un diccionario tiene que tener una vertiente didáctica y por eso debe estar muy atento a los avances científicos para incorporarlos y explicarlos.

–Ciencias y humanidades no deben estar alejadas.

–Me horroriza esa división y debemos superarla desde los dos ámbitos. Tanta obligación tiene una persona de conocer cuántas patas tiene una mosca como de poner acentos.

–Sin embargo, el sistema educativo enfatiza esta diferencia y obliga a los chavales a elegir muy pronto su especialización.

–La educación se polariza demasiado en detrimento de una formación integral. A mis alumnos les digo que deberían saber unos rudimentos de latín porque es la base de nuestro vocabulario. Se ha eliminado por la misma razón que uno de letras no tiene por qué saber resolver el área de un triángulo. Este empobrecimiento asusta. Hemos desvirtuado la palabra cultura. La ley de la gravedad de Newton es tan cultura como Petrarca, “Las mil y una noches” o el “Cantar del Mío Cid”.