X. A. Taboada / SANTIAGO

El puente internacional de Tui reforzará dentro de unos meses su protagonismo como principal nexo de comunicación entre Portugal y Galicia, pero no porque aumente su número de calzadas, sino porque su estructura acoge también las mangueras de fibra óptica que posibilitarán poner en contacto e intercambiar toda la investigación oficial generada por las comunidades científicas de Portugal y Galicia. La información disponible y la capacidad de la red de superordenadores resultante será de tal calibre que los técnicos podrán adentrarse, mediante simulaciones virtuales, en análisis imposibles de realizar ahora, como las consecuencias del cambio climático, predicciones de catástrofes naturales, evacuaciones de la población ante un riesgo ambiental, comparativas del genoma humano o el proceso de expansión de un cáncer.

Esta red se denominará Ibergrid y en un futuro próximo conectará entre sí a todos los centros de investigación de Portugal y de España. Pero el primer paso será el enganche con Galicia, algo que se podrá hacer dentro de dos o tres meses, mediante el enchufado -así tal cual- de la fibra óptica procedente de Portugal al Centro de Supercomputación de Galicia, con sede en Santiago. Acto seguido se unirá el Centro de Tecnologías Avanzadas de Extremadura, para así crear un primer anillo de la Ibergrid, que luego se extenderá al resto de España.

El alcance de esta red de supercomputación fue presentado ayer en Santiago en un acto presidido por los ministros de Educación de España y Portugal, Mercedes Cabrera y José Mariano Gago, respectivamente.

La Ibergrid es una red de ordenadores interconectados -similar a otras existentes en Estados Unidos, Europa, China o Japón- que permite el fácil acceso a los investigadores y ofrece grandes posibilidades de cálculo. De hecho está diseñada para resolver problemas demasiados grandes para cualquier supercomputadora y para disponer de datos que por su volumen desbordan la capacidad de una sola institución.

Sería algo así como que todos los grupos de investigación de cualquier centro -universidad, hospitales, organismos autonómicos y gubernamentales, institutos técnicos...- pusieran todas sus bases de datos y estudios a disposición de sus colegas, a cambio de acceder ellos también a la información de los demás. La pega es que esta relación se basaría en la confianza y que unos investigadores serán más reservados que otros a la hora de suministrar sus datos.

Como dijo la ministra, sería una puesta en común de los conocimientos de la comunidad científica y técnica que actualmente están repartidos por multitud de instituciones.

¿Y qué se puede esperar de la Ibergrid? Pues, tal como aventuran los expertos, evaluar riesgos ambientales y predicciones de catástrofes naturales, planes de evacuación de la población, acceder al mapa del genoma humano y comparar sus resultados con el diseño genéticos de otras especies, verificar tratamientos de cáncer, comprobar del nivel de radiación en pacientes sometidos a rayos, proyectar el grado de evolución y expansión de un cáncer, ver como un virus interacciona con una célula, adentrarse en cálculos astrofísicos... Todas estas simulaciones que no parecen tan complicadas necesitan sin embargo de una gran capacidad de cálculo y de enormes bases de datos.