Casi uno de cada cinco adolescentes gallegos sufre acoso escolar. El porcentaje, que se eleva en concreto al 17,3%, similar al obtenido por el análisis de PISA sobre el fenómeno, es el resultado de un estudio realizado por investigadores de la Universidade de Santiago que se traduciría en números absolutos en casi 25.000 escolares de entre 12 y 18 años expuestos a algún tipo de vejación en el ámbito escolar (centro educativo, bus, actividades...) y por parte de compañeros con una frecuencia al menos semanal durante los últimos dos meses. En más de 3.600 casos esos ataques no se limitan a palabras.

Así, aunque el grueso de los comportamientos que padecen las víctimas son ataques de carácter verbal -insultos (los más frecuentes, con más de 16.000 casos), calumnias y rumores-, como recalca Rial Boubeta, coordinador del estudio, los alumnos de ESO y BUP que aseguran sufrir agresiones de carácter físico al menos una vez por semana en los últimos dos meses superan los 3.600. Son los que responden afirmativamente a la cuestión de si los han golpeado, pateado o empujado. Es incluso superior (supera los 4.000) la cifra de los que declaran haber sido excluidos o ignorados, un tema, indica este psicólogo, sobre el que también llaman la atención los expertos.

El análisis, en colaboración con la Asociación No al Acoso Escolar (NACE), se realizó entre 3.339 adolescentes y el experto, que advierte de que el acoso escolar es "una de las principales lacras" que persisten en el ámbito educativo, considera sus resultados "extensibles" a Galicia. Considera que las cifras revelan un problema "preocupante", por más que se no se analice si los casos pueden llegar a considerarse severos o solo leves, y "latente que sigue sin solucionarse".

Rial Boubeta destaca otras conclusiones obtenidas en la investigación que permiten, a su juicio, desmontar una serie de "mitos" instaurados respecto al acoso. Una de ellas, que resalta como un "dato muy relevante", es separar víctimas de acosadores. Porque más de la mitad de los acosadores también han sufrido acoso y una tercera parte de quienes manifiestan signos de haber sido víctimas, son asimismo acosadores. "Cuando nos preocupamos de si nuestro hijo puede estar siendo acosado, en igual medida deberíamos pensar que puede estar acosando a otros", avisa este especialista.

El segundo "mito" al que alude es que a día de hoy tanto ellas como ellos acosan. "Las cifras son algo superiores en hombres, pero no mucho más", apunta. En la misma línea incide en el tema de la edad. "No es una cosa de críos", proclama. Los porcentajes obtenidos en su encuesta lo confirman: las cifras de agresores entre los mayores (17 y 18 años) son superiores a las que se registran entre los 12 y los 13. Además, añade que las vejaciones a compañeros se producen más en entornos urbanos que en rurales, lo que, entiende, podría estar asociado a que los adolescentes pasen más tiempo en la calle o a un "estilo" de ejercer la paternidad más "permisivo".

Otro mito que se cae, explica, es el pensar que puede ser más frecuente, porque sea "más fácil", acosar por redes sociales que cara a cara. "Es mucho más frecuente encontrarnos con un chico que está siendo insultado en las redes sociales pero que también lo es cara a cara en el centro que al revés", explica Rial Boubeta, quien añade que "en algunos casos después se extiende a casa, sigue, no para". De hecho, considera que el acoso a través de internet puede considerarse "un indicador revelador más", de modo que si, como padre, explica, "veo que se meten con mi hijo en las redes sociales o el whatsapp es altísimamente probable y en muchos casos es así, que también esté sometido a violencia verbal o física presencial".

Rial Boubeta recuerda que la lucha contra el acoso es una prioridad de las administraciones públicas y que tanto el acoso tradicional como el ciberacoso, del que su estudio revela cifras menores (en torno 9,4% de víctimas, la mitad), "están suscitando una preocupación social cada vez mayor". "No solo", alega, "por el paulatino aumento que vienen experimentando las tasas de prevalencia, sino también por la gravedad de los correlatos que la investigación le suele atribuir", como pueden ser "la aparición de sintomatología depresiva e ideación suicida".

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