Cientos de aldeas gallegas viven a la sombra de la amenaza de su completa desaparición fruto del envejecimiento imparable de sus habitantes y la emigración de los más jóvenes a las ciudades. Hace cuarenta años en Galicia ocurría todo lo contrario, cuando los pueblos latían llenos de la vida que imprimían sus tiendas, pallozas y tierras llenas de cultivos.

Galicia, con casi 1.400 núcleos rurales despoblados y otros 2.052 que sobreviven con uno o dos habitantes -unos 5.000 si hablamos de hogares con menos de 5 habitantes-, según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística, es la primera comunidad autónoma en número de viviendas vacías.

La profunda desaceleración demográfica fruto del envejecimiento poblacional y la emigración de los jóvenes, unido a los devastadores efectos de la crisis agro-ganadera, son parte de un problema que ha derivado en la existencia de más de 200.000 hogares deshabitados dentro de sus fronteras.

Lejos de percibirse perspectivas de mejora, sus habitantes aseguran que el despoblamiento no tiene vuelta atrás. Muestra de ello son las numerosas casas abandonadas y la proliferación por todo el territorio de "pueblos fantasma".

"Antes aún había gente, en cada casa había al menos un vecino, familia e hijos; ahora uno marcha para un lado, otro para otro, y los mayores han muerto. Por tanto, ¿qué vas a hacer aquí?", se pregunta Adolfo Mosquera. Según este vecino, uno de los dos que residen en la actualidad en A Vila, en Cea (Ourense), antes las cosas eran diferentes. Al haber más personas, se podía trabajar la tierra lo que les permitía tener mayor capacidad de producir sus propios alimentos. "Estaba todo labrado. Había maíz, centeno y vacas, y se trabajaba con tractor", recuerda. Una situación, añade, que ha cambiado de forma dramática en los últimos años, porque "la gente joven no quiere estar aquí".

En la actualidad este pueblo ourensano mantiene dos casas habitadas, el resto, o bien han ido cerrando sus puertas o han sufrido el paso del tiempo -algunas casas llevan deshabitadas más de veinte años-, y con ello, las pocas tiendas y las casas de labranza que había en sus alrededores. Es el caso de un pueblo llamado Lavandeira, donde actualmente no habita ningún vecino.

A un kilómetro de este lugar, Manuel Pico, uno de los escasos residentes de Castrelo, un pueblo situado en San Cristovo de Cea, explica que "en sus mejores tiempos en este lugar hubo cerca de catorce vecinos, en su mayoría labradores". Ahora quedan tres, señala, en su mayoría, personas de avanzada edad.

Otro vecino, en este caso de un lugar llamado A Torre, Emilio Feijóo, explica que antes allí "había bastante gente; se juntaban en la casa de un vecino, jugaban a las cartas, cada uno con sus vacas y su agricultura, y ahora nada, cada uno para su lado. Se acabó", se lamenta.

Su madre, María Peña, resalta a sus 87 años, cómo ha cambiado la vida en el rural. "Antes -dice- tenías compañía, se cultivaban las tierras y ahora no queda nada". El motivo, indica, es que hoy en día "la gente joven no quiere trabajar las tierras", como ocurría antes. "Esa vida no vuelve, no hay nada que hacer", concluye.