Sentado ya su despacho, a cientos de kilómetros de Italia, el portonovés Carlos Carballa repasa una y otra vez la noche del viernes cuando el crucero "Costa Concordia" en el que se había embarcado cinco días antes para unas vacaciones tranquilas se convirtió en el escenario de una película de Hollywood. En el guión, desde las tensas esperas para entrar al bote salvavidas, el descenso por las paredes del buque o un chapuzón para huir de la mole que se inclinaba cada vez más, recuerda uno de los protagonistas, aún sorprendido.

Ayer, después de la atención que suscitó su llegada el domingo, esperaba "dedicarme ya a lo mío" organizando los próximos bolos de su discoteca móvil, pero el teléfono que no deja de sonar para concertar entrevistas y la visita de las televisiones locales y nacionales complican mucho la tarea.

"No sé si a todos les está pasando lo mismo. Estoy súper contento, de todo esto solo me duelen los fallecimientos", apunta Carballa, a quien sus vecinos conocen por "Carramón". "Cada uno vemos la historia de una forma distinta y a veces pienso si estábamos todos en el mismo barco".

Lo que sí tiene claro Carlos es que este incidente no le impedirá volver a enrolarse en un crucero para pasar sus vacaciones porque las estadísticas, dice, juegan a su favor. "Mucha gente decía que no volvería nunca pero yo sí, porque esto no va a volver a pasar. La última vez fue hace cien años, con el Titanic, y ahora cambiarán las normas para que no pueda navegar tan cerca de la costa, para que se vuelva a repetir".

De toda la experiencia, a veces complicada por la barrera del idioma -"éramos de muchos sitios distintos"- se queda "con los amigos que hice y con la solidaridad de esos momentos, tuvimos todo lo que necesitamos. El Gobierno italiano se portó muy bien".

Y eso que la suya es casi una historia de aventuras, de esas "para contar cuando sea mayor". Al notar "como si el barco rascara con algo" durante la cena, salió a cubierta y comprobó con asombro que "estábamos muy cerca de la costa, como a un kilómetro". Durante la hora y media que "estuvimos sin hacer nada", mientras la gente deambulaba por el barco, se acercó al camarote "para coger el DNI, que mucha gente no tenía, dinero, la cámara de fotos y el iPad, fue lo único que salvé y no sirven para nada".

"Creo que el barco quedó a la deriva y llegamos como a cincuenta metros de la costa". Entonces empezó el agobio de la evacuación, con barcos que no daban a basto e iban y venían llevando gente a la isla de Giglio. Se montó en uno "que se atascó, porque los que nos bajaban no sabían, era el personal de cocina no los oficiales. "Quería estar cerca del agua y bajé unos pisos gateando por la pared. Desde abajo me echaron una mano y entré en un barco".

Ahí, explica, pasó su peor momento y tuvo que echarse a un mar "que estaba caliente, igual por el acojone. Veía que el barco se nos caía encima y nadé para salvar su altura, me agarré a una roca y ya me recogieron". Ya tierra firme, se metió en el primer autobús y de ahí a un albergue para pasar la noche y volver al continente.

¿Su primera llamada? A su madre, o casi. "El móvil se mojó y solo me sé el número de casa y de la oficina de Pontevedra. Llamé y dije que por la mañana avisaran a mis padres, que eran de los pocos que sabían que me iba de crucero, para que se enteraran por mi y decirles que estaba bien".