Tensión, lo que se dice tensión, había en las legiones de camareros a la hora de la comida, prestos para atender a los casi 700 comensales. Cuando se produjo la pausa de la jornada al mediodía, la mayoría se sentó tranquilamente a comer y los escogidos -Emilio Pérez Touriño, Ricardo Varela y el todopoderoso José Blanco- se trasladaron al hotel más cercano (Puerta del Camino) para cerrar los flecos de la Executiva Nacional

"El congreso no es como empieza, sino como acaba", avisaba en los pasillos Pachi Vázquez, conselleiro de Medio Ambiente y hombre fuerte en Ourense, a los incautos que se creían que lo tenían todo bien atado de antemano. Mientras los delegados, los invitados y los militantes degustaban al módico precio de 12 euros ensaladilla rusa, jarrete de ternera y dulce de leche (regado con albariño y Rioja crianza del 2001), en un reservado, lejos de las miradas indiscretas de los asistentes al Congreso, se decidía el futuro de los socialistas gallegos para los próximos cuatro años. Allí sí debía haber tensión, la que faltaba en el compostelano Pazo de Congresos, donde las intervenciones se sucedían sin mucho entusiasmo. Quizá lo reiterado del mensaje -lo bien que va ahora Galicia ahora que gobernamos y lo cenizos que son los del PP- no ayudaba gran cosa.

El hall y los pasillos tenían más morbo. Las miradas perseguían a los presumiblemente elegidos para la gloria. Allí se vio el abrazo amistoso de Mar Barcón y María José Caride, felicitándose mutuamente por los futuros cargos. Allí se veía a todos los conselleiros agarrados al móvil: los afiliados de toda la vida y los todavía pendientes, caso de Fernández Antonio. En esos pasillos Pepe Blanco, al que todos querían saludar, desvelaba su compleja relación con el celular, del que no se separaba: "Yo no sirvo para ligar con el móvil. No me gusta nada enrollarme por teléfono, y hasta al presidente Zapatero le tengo que cortar la mayoría de las veces".

También era curioso ver cómo los progres intentaban escaquearse de la presión de la ONG Solidariedade Internacional, que captaba socios (medio centenar hicieron hasta el mediodía) a la entrada. Ésa en la que se mezclaba la zona wi-fi -obligada para quien quiere hacer de Galicia un país avanzado tecnológicamente-, los asientos en forma de cubos con el logotipo del PSdeG o los centenares de periódicos comprados por la organización para entretener a los presentes. Ya se preveía que el día iba a ser largo y la oratoria demasiado pesada.

A la comida sí que se entregaron con devoción los asistentes. En la mesa presidencial, a la que los 29 camareros (uno por cada 25 platos) tenían orden de prestar especial atención, se sentaron la ministra Elena Espinosa y la conselleira Carmen Gallego, en animada conversación; el alcalde coruñés Javier Losada y la concejala Mar Barcón; Antonio Hernando, secretario de Política Municipal en Ferraz; y Abel Losada, que no comió a gusto, porque tuvo que viajar con frecuencia al hotel donde se cocía lo gordo. Pero claro, hubo cuatro sillas vacías: Touriño, Blanco y Varela, que comían aparte, y la del otro ministro gallego, el de Cultura, César Antonio Molina, que se ausentó tan pronto como pudo. El sitio de Pachi Vázquez no estaba claro, pero pasó más tiempo en el hotel que en el comedor.