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Unai Simón lleva a España a Wembley

El equipo de Luis Enrique, favorecido por la expulsión de Freuler, se clasifica para semifinales tras superar a Suiza en la tanda de penaltis en la que el portero del Athletic de Bilbao resultó determinante

Unai Simón lleva a España a Wembley

Unai Simon, un chico de hielo, con manos de acero y pies precisos, pese a todo, abrió la puerta de Wembley a la España de Luis Enrique. El fútbol, caprichoso como es, tenía guardada una maravillosa tarde para que ese portero vasco se agigantara en la tanda de penaltis y quebrara la resistencia heroica de Suiza guiando a la selección en las semifinales de la Eurocopa. Sí, esa selección en la que casi nadie creía, guiada por un terco entrenador asturiano, que ha firmado una regeneración en tiempo récord hasta colocar a ese equipo, que no jugó bien, sufrió más que nunca y emocionó como hacia años que no se veía, entre los cuatro mejores del continente.

Hasta el hielo que proyectaba Unai, dueño de unas manos divinas, se derritió en la calurosa San Petersburgo, urbe que formará parte, junto a Copenhague, del catálogo de ciudades que perdurarán en la memoria del aficionado español. Lo que hizo la selección amparada en ese cuerpo del portero del Athletic fue otro ejercicio de supervivencia en el torneo, capaz de eliminar a Croacia en la prórroga, capaz luego de superar la tanda de penaltis, un arte que no dominaba hasta ahora.

Justo antes del momento decisivo en Rusia, el equipo de Luis Enrique había fallado los cinco últimos lanzamientos. Cinco que fueron seis porque Busquets, en el primero de la tanda, estrellando el balón en el poste derecho tras haber hecho lo más difícil: engañar a Sommer, esa meta que echó a Francia a casa y frustró a Mbappé hasta el Mundial de Qatar2022.

¿El partido? Gol de rebote de Zakaria en propia puerta para ilusionara a una selección que tenía el botín, pero no el juego. Luego, rebote defensivo entre Laporte y Pau Torres, dos zurdos que se enredaron en el costado izquierdo de la zaga, y Shakiri, que pasaba feliz por allí, aprovechó el error para firmar el empate. Ni contra 10, tras la expulsión de Freuler, pudo el equipo de Luis Enrique, chocando, una y otra vez, contra Suiza. En la prórroga, mejoró el juego, pero no la puntería, angustiados todos temiendo los penaltis, donde España era un desastre. Además, Sommer estaba volando por la ciudad donde habitaron los zares. Parecía que tuviera un ángel de la guarda.

Lo que no sabía el meta helvético es que el verdadero héroe sería Unai Simón. No pudo hacer nada en el primer penalti de Suiza, paró el segundo, cuando España estaba al borde del abismo, paró el tercero, cuando el precipicio estaba tan cercano, y asustó de tal manera a Vargas que engulló a la digna Suiza. Luego, Dani Olmo y Gerard enmendaron el error de Rodri antes de que Oyárzabal, otro vasco frío, firmara el penalti decisivo. Pero en San Petersburgo, un portero, que llevaba escondida la chuleta en la toalla, se levantó con tanta contundencia que España acabó arrodillada, llena de admiración y emoción por la tremenda personalidad que demostró ese chico que soltó toda la tensión acumulada tras aquel mal control en que la pelota se burló de él.

El penalti no es una lotería. Ni tampoco una cuestión de suerte, como defienden los tópicos anclados en el fútbol. Es un arte, que contiene método, ciencia, estudio y trabajo, tanto para el lanzador como para el portero. Sommer lo acreditó durante años; Unai, en cambio, aún no. Y eso que España no tuvo el control como deseaba porque no sabía cómo meterle mano a Suiza, una selección que ofreció una lección de solvencia defensiva. Con 11. Y con 10. En la prórroga, La Roja, que iba vestida de blanca, entendió mejor lo que demandaba el partido apelando a la paciencia y la calma, generando peligro con asiduidad, pero chocando, una y otra vez, con las manos prodigiosas de Sommer, destinado a ser el héroe.

Acabada la prórroga, presa de la frustración, España se enfrentó al punto que iba a decidir su destino. El arte, método, ciencia y, por supuesto, intuición radicó en las decisiones que tomó Unai. Frío como un témpano, bailó relajado sobre la cal y detectó el miedo en el rostro de Schärr (lo paró a su derecha), Akanji (también a su derecha) y en Vargas que envió el balón al Mar Báltico. En Rusia, nació la leyenda del ‘Chopito’ de España. Vestía Unai de oscuro, pero no iba de negro, como el ‘Chopo’ Iríbar, el guardián de España cuando besó su primera Eurocopa en 1964.

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