El padrino impenetrable

Calificado por la revista “Time” como el mejor actor del siglo XX, su vida estuvo salpicada de amores, desamores y desgracias que culminaron con su adicción al alcohol y el suicidio de su hija Cheyenne

1973 fue el año en el que Marlon Brando llegó a lo más alto de su carrera gracias sobre todo a su papel en la película “El padrino” de Francis Ford Coppola. Por este trabajo fue galardonado con el Oscar al mejor actor, un premio que no fue a recoger. En su lugar envió a Sacheen Littlefeather, una actriz que se hizo pasar por activista de los derechos civiles de los indios para leer un manifiesto de protesta por la imagen que Hollywood daba de ellos en sus películas. Aquellos días el tema de la colonización americana estaba de actualidad gracias al éxito del libro de Dee Brown Enterrad mi corazón en Wounded Knee, donde en 1890 habían sido masacradas varias tribus sioux. En febrero de 1973 los descendientes de aquellas víctimas habían tomado la aldea de Wounded Knee, al sur de Dakota, para obligar al gobierno a negociar sobre las condiciones de vida en las reservas. El tema estaba en todo su apogeo cuando se celebró la ceremonia de los Oscar. El incidente de Hollywood tuvo repercusiones para Brando en sus relaciones con las productoras, reacias a contratar a quien se había mostrado tan crítico con la industria. No volvió a protagonizar ninguna otra película de éxito. En 1972 había rodado también “Último tango en París”, de Bernardo Bertolucci, una tórrida historia de amor y sexo que incluía una violación que años después, María Schneider, la actriz protagonista, reveló que había sido real por voluntad del propio Brando. Después de estas películas sólo cabe destacar un papel secundario en “Apocalipse Now”, también de Coppola. Pero seguía siendo uno de los actores mejor pagados: por una brevísima aparición en “Superman” cobró en 1978 cuatro millones de dólares. En España rodó en 1992 “Cristóbal Colón: el descubrimiento”, interpretando al inquisidor Torquemada, un papel secundario por el que le pagaron 500 millones de pesetas.

Vocación prematura

Marlon Brando estuvo familiarizado con el mundo de los escenarios y los platós desde que naciera el 3 de abril de 1924, hace cien años. Su padre era un productor de cine de origen alemán, alcohólico y mujeriego, que había tenido algunos éxitos con películas protagonizadas por James Cagney, Gary Cooper y Sidney Poitier. Su madre, Dorothy Pennebaker, actriz de teatro, que sufría trastorno bipolar, murió alcoholizada en 1954. Fue ella quien transmitió a su hijo (y también a su hermana Jocelyn) la atracción por los escenarios de teatro y los estudios de cine. Como homenaje, Marlon Brando tituló su autobiografía “Las canciones que mi madre me enseñó”, que escribió en 1994 con Robert Lindsey. Después de la muerte de su madre, Marlon Brando, tercero de los hijos del matrimonio, se trasladó a vivir a la casa de su hermana en el Greenwich Village de Nueva York huyendo de la autoridad de un padre prepotente y represor. Aunque también el comportamiento del joven Brando dejaba mucho que desear, expulsado de todos los colegios en los que había estudiado y de la academia militar de Minnesota a donde lo había enviado su padre. Gracias a los contactos de su hermana, en Nueva York recibió clases de teatro de Stella Adler, Elia Kazan y Lee Strasberg en el Actor’s Studio siguiendo el método Stanislavski.

Comenzó haciendo teatro en papeles dramáticos muy elogiados por la crítica, pero muy pronto se vio atraído por el cine, donde Elia Kazan lo convirtió en estrella dándole el papel protagonista de “Un tranvía llamado deseo”, una obra de Tennessee Williams con la que Brando ya había triunfado en el teatro. Kazan volvió a dirigirlo en “Viva Zapata”, otra de sus primeras grandes interpretaciones. Fue nominado tres veces al Oscar, por esas dos películas y por “Julio César”. Por fin consiguió la estatuilla por su papel en “La ley del silencio”. Su carrera siguió con “Rebelión a bordo”, “El rostro impenetrable” (que también dirigió), “La jauría humana” y “Reflejos en un ojo dorado”, que no consiguieron los elogios de sus anteriores trabajos pero lo mantuvieron en primera línea.

A finales de los años sesenta, su descuidada imagen de abandono, su obesidad, sus problemas con el alcohol y su retiro a la isla de Tetiaroa, en la Polinesia francesa, que había pertenecido a la familia real de Tahití y que Marlon Brando compró en 1966, hicieron que el cine se olvidara de él. La necesidad de mantener a sus numerosas amantes y a los once hijos que había tenido de sus tres matrimonios lo obligó a regresar al tajo. En “Las canciones que mi madre me enseñó” reconoce haber tenido un breve romance con Marilyn Monroe, que cree que fue asesinada, y una relación más seria con Rita Moreno, a quien según cuenta la actriz en sus memorias, obligó a abortar cuando quedó embarazada. Su última esposa, la tahitiana Tarita Teriipia, a quien conoció durante el rodaje de “Rebelión a bordo”, publicó tras su divorcio un libro demoledor sobre su relación con Brando. Así pues, fueron las dificultades económicas las que obligaron al actor a regresar a los estudios para pedir a Ford Coppola el papel de don Vito Corleone en “El padrino”, un personaje que lo había fascinado desde que leyó la novela de Mario Puzo. A pesar de la inicial oposición de la Paramount, el director consiguió imponer su criterio sobre quién debía interpretar a don Vito. Y fue todo un acierto.

La tragedia de Cheyenne

Los últimos años de la vida de Marlon Brando no fueron precisamente de vino y rosas. El novio de Cheyenne, una de sus hijas, fue asesinado en la residencia familiar que los Brando tenían en Mulholland Drive, el barrio al pie de las colinas de Hollywood. Christian, hermanastro de Cheyenne, fue acusado como autor material del crimen y condenado a prisión, donde pasó seis años. En 1995 Cheyenne se ahorcó en el dormitorio de su casa en Tahití y Christian también se suicidó al año siguiente en Los Ángeles. A pesar de estos golpes, Marlon Brando continuó haciendo algunas películas (“The Score”, “Un golpe maestro”, “El regreso de Supermán”) y manteniendo sus actividades de apoyo a la causa de los Black Panthers, la oposición a la pena de muerte y como embajador de Unicef. Mimado por la popularidad, en sus memorias afirma que la fama es estúpida y destructiva: “ha sido mi perdición, me ha obligado a vivir una vida falsa… La gente no se relaciona contigo por la persona que eres, sino con el mito que creen que eres, y el mito está equivocado”.    

En la historia del cine Marlon Brando forma parte de una generación de grandes actores cuyos nombres conformaron toda una era dorada del séptimo arte: James Dean, Paul Newman, Kirk Douglas, Rock Hudson, Montgomery Clift, Steve McQueen... La revista “Time” lo calificó como “el mejor actor del siglo XX”, o sea, el mejor de todos ellos. Murió el 1 de julio de 2004, solo y arruinado aunque, pese a las presiones de todo tipo, sin vender su isla tahitiana en la que seguía viviendo. A su muerte pasó a ser propiedad de su hijo Teihotu y hoy es un resort de lujo bautizado con su nombre. 

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