Los coprotagonistas, inesperados buscadores de tesoros

Algunas historias mínimas y emotivas de quienes hallaron las botellas

Sergio Comesaña halló una en las playa de Fontaíña (dcha.), Sheila Nogueira, en la playa de A Borna donde halló una botella (centro) y Félix Vergara (dcha.) con Diego, Lola, Alba y_Alfonso en la playa de As Barcas.

Sergio Comesaña halló una en las playa de Fontaíña (dcha.), Sheila Nogueira, en la playa de A Borna donde halló una botella (centro) y Félix Vergara (dcha.) con Diego, Lola, Alba y_Alfonso en la playa de As Barcas. / Ricardo Grobas / Gonzalo Núñez / Pablo Hernández

Fernando Franco

Fernando Franco

Anónimo era quien las enviaba, pero no quienes las hallaban asombrados en sus paseos marinos, cuyos nombres fuimos facilitando cada vez que publicábamos los textos “embotellados” de corte literario que por medio de ellos nos llegaban. Era un modo de dar veracidad a este fenómeno que parecía más bien literario y cinematográfico pero poco creíble, el de los mensajes que nos llegaban por mar, en realidad enviados desde puntos distintos de la ría de Vigo y empujados por las corrientes marinas interiores hacia sus playas. Es de ley recordar y agradecerlo a todos los que las encontraron y se molestaron en hacérnoslas llegar.

Todos nos fueron contando sus sorpresas ante el hallazgo. “ ¡Una botella entre la espuma!” dijo César llevándosela a casa para comentarlo en el desayuno ante el desconcierto de sus hijos. Lino Rodríguez encontró la suya meciéndose en el mar de Arealonga. “¡Mira eso, Miguel! ¿Estás viendo lo mismo que yo? ¡Esa botella tiene un papel enrollado en su interior!”, fue la exclamación de Rocío. Julia Cavada, adolescente, era muy aficionada a buscar conchas para su colección cuando halló una botella pintarrajeada : “¡Papá! ¡Papá! ¡Mira, una de esas botellas en que se pide ayuda!”, nos cuenta su padre que gritó ante la inicial incredulidad del mismo. En Cíes, en Rodas, una mujer que no quiso identificarse rescató una botella con desgana para echarla a la basura antes de ver que traía sorpresa. Carlos Soto caminaba por la playa de Fuchiños con María, Xiana, Gaia, Sabela y Breogán. “¿Veis? No se pueden tirar residuos a la ría”, dijo justo antes de leer la palabra mensaje escrito en ella.

Sergio Comesaña halló una en las playa de Fontaíña. | // RICARDO GROBAS

Sergio Comesaña halló una en las playa de Fontaíña. / RICARDO GROBAS

Carmen García Domínguez la encontró nadando en Coruxo. Arturo González Burgo en Lourido, Playa América. Antonio Rodríguez y María Jesús Ruiz, cántabros, en Cangas.

Iago Taboas, en San Adrián de Cobres. María Otero Porto, ourensana, en Samil.

Juanjo Rorís, en Baiona. Tanto Jorge Bouzas Coello como Sheila Nogueira, en Borna.

Sergio Comesaña en la playa de Fontaiña. Olalla Román Valladares, de 12 años, en la ETEA. Félix Vergara con sus amigos en la playa de las Barcas.

ENTRE ROCAS, ALGAS Y ESPUMA DE OLAS

Tendríamos que ponerles una placa de recuerdo y el nombramiento de buscadores de tesoros por mar. Otros, que no quisieron que se publicasen sus nombres, igualmente, enhorabuena. Algunas botellas se pudieron romper en las rocas y otras, quizás, navegan dejando atrás las Cíes hacia el océano alto, pero no me resisto a contar algunas de esas historias entre algas, arenas o espuma de las olas, las de quienes las encontraban y cómo las encontraban según lo que ellos mismos nos contaron.

¿Una elegida al azar? Su padre curtió su piel con los vientos salitrosos de la mar oceánica, en aquellos barcos de madera que iban al bacalao, al bonito o a la merluza. Manuel González Frade, de Alcabre, y ella, que encontró la botella, recuerda que entre las historias que le contaba de niña estaba la de una botella al mar que los marineros como él en tiempos sin apenas telecomunicaciones lanzaban a las aguas en busca de auxilio en situaciones de emergencia. Aquella niña es ahora abuela, María Pilar González, y medio siglo después, con su nieta de la mano en la playa viguesa de Alcabre vio algo que brillaba entre las algas. Al ver una botella sintió palpitar el corazón, una emoción extraña que le trajo esa memoria paterna cuando a través del cristal vio un mensaje enrollado en su interior. “Como en un flash –me contaba emocionada- me sentí de niña en las rodillas de mi padre, cuando se despedía para sus lances de seis meses en aguas lejanas y me decía: “Filliña, cando eu arribe a Terranova vou mandarte unha botella con mensaxe que te chejará polas augas”.

Sheila Nogueira, en
la playa de A Borna 
donde halló una
 botella. // Gonzalo 
Núñez

Félix Vergara (dcha.) con Diego, Lola, Alba y_Alfonso en la playa de As Barcas. / Pablo Hernández

¿Más historias? Caminaban de la mano por la playa de Barra, a las 10 de la mañana. Antonio Rodríguez y María Jesús Ruiz son dos cántabros de pura cepa residentes en Torrelavega que desde hace años vienen a veranear a Cangas, casi todos en autocaravaning. Él, amante de la vida submarina en verano, los dos practicantes del senderismo en otoño e invierno y ambos enamorados de la Galicia marítima, como si fuera su tierra de promisión tras la propia cántabra. Las olas dejaban sobre sus pies círculos de espuma por la playa nudista entonces desierta cuando él vio algo que brillaba a su paso “andante moderato”. ¿Una botella con la palabra “mensaxe” trazada sobre el cristal? Se quedó mudo y paralizado por la sorpresa. Miró a ambos lados como esperando a un bromista hasta que ella habló: “¿Qué esperas, cariño? Cógela y ábrela”. Y desde el otro lado de la ría vinieron por vez primera a Vigo para entregarla.

UNA NIÑA DE INTERNET ANTE UNA CARTA MARINA

Esta vez fue Olalla Román Valladares, de 12 años, quien no daba crédito a lo que veía en la pequeña playa que hay en Vigo junto a los muelles de la ETEA, donde pescaban sus tíos Fernando y Sonsoles. ¡Una botella enredada en las algas en cuyo cristal se leía en rojo la palabra “mensaxe”! Olalla, que nació en la era de Internet, no podía siquiera entender qué significaba esto, no podía intuir siquiera dada su edad que tenía ante sí un medio de comunicación rústico, primitivo, pero utilizado por marinos ante emergencias náufragas pero también por románticos incorregibles. Cogió la botella, y se la llevó a sus tíos que, ya que no pescaban nada, se llevaron para casa este otro objeto, más milagroso que un pez, que les regaló la ría. Y tras explicarle a la niña su significado ante sus atónitos ojos, sacaron la carta escrita a mano de su interior y empezaron a leer el texto del anónimo comunicante.

EN playa América

Una cuarta historia. Corría por Playa América, sobre la arena aún humedecida, hasta poco antes cubierta por las aguas en retirada. Tres veces a la semana Arturo González Burgo repite este trote playero para mantenerse en forma pero nunca podía haber imaginado que alguna vez el mar y sus mareas iban a poner una botella con mensaje en su camino. Arturo, nieto de uno de esos marineros gallegos que conocieron las más duras travesías, uno de esos hombres de hierro enviados al azul en barcos de madera, paró su trote y pensó durante una décima de segundo en esos SOS de náufragos que viajan desesperados en una botella, al leer en el cristal del envase, en rotundos trazos rojos, la palabra “Mensaxe”. En realidad, otros 18 ribereños habían tenido ya la misma experiencia que él y ya eran 19 las botellas que por esta vía habían llegado desde uno u otro lado de la ría de Vigo con un texto escrito a mano y en gallego, rogando su entrega en Faro de Vigo. ¿Quién es el misterioso mensajero que firma como Ned Land y, pacientemente, desde hace años, lanza al mar sus garrafas? Entonces no lo sabíamos. 

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