Del cerebro y sus propias adicciones

Del éxtasis patriótico a la depresión, en 22 segundos.  / FARO

Del éxtasis patriótico a la depresión, en 22 segundos. / FARO / fernando franco

Fernando Franco

Fernando Franco

Yo creí que nunca vería en la política algo tan ridículo como el acto de proclamación de la independencia de Cataluña en 2017, y no porque durara menos que el tiempo de un orgasmo. No tuvo parangón aquella imagen con decenas de alcaldes cimbreando, cual lanzas, sus bastones de mando arremolinados en las escaleras del Parlamento, los jefes de la tribu arriba en el descansillo central como tomados por un éxtasis dionisíaco y todos entonando El Segadors, una especie de excitante cántico de guerra. ¡Qué fuerza transformadora la del sentimiento desbocado, porque no otra cosa es el independentismo, capaz de convertir a honrados ciudadanos de la Europa desarrollada en protagonistas de un espectáculo zulú en la provincia de KwaZulu-Natal sudafricana! No menor ridículo que el de esas imágenes tomadas en la calle en que las caras del gentío adicto al narcoindependentismo pasaron en 22 segundos -los que Puigdemont tardó entre proclamar y anular la independencia- de un estado extásico similar al de las pastorcitas de Fátima ante la Vírgen al de la depresión endógena: párpado superior caído, falta de enfoque en la mirada, comisura de los labios hacia abajo...

Me equivoqué. Mayor ridículo supusieron en 2022 masas de indocumentados tomando las sedes del poder en EEUU y luego en Brasil, pero es todo de lo mismo. ¿Puede el cerebro por sí solo generar estados similares a los de las drogas? Sí, yo creo que hay percepciones del cerebro -iba a llamarle pensamientos- que obran como ellas. Te metes por ejemplo un chute de independentismo o voxismo en España, de trumpismo en América o de bolsonarismo en Brasil y es posible que pases del estado eufórico y energético de la cocaína en una primera dosis al de la sedación de opioides como la heroína. Si tu percepción de la realidad llega a sus extremos degenerativos sería como un jeringazo de putinismo, algo así como el crack con su psicosis paranoica y devastadora. Ya no hablo del krokodil, la droga caníbal.

O sea que no necesitas tomar drogas y entrar en ese costoso mercado de la oferta y demanda, teniendo un cerebro que puede generar sus propios éxtasis agitando, siempre que coincidas con una masa, tus propios pensamientos aunque más bien los llamaríamos no-pensamientos. Miremos a la Historia y recordemos los movimientos de masas hacia la autodestrucción por la destrucción del contrario que han producido ideas como el nacionalsocialismo o el maoísmo agitadas como un en un cóctel por líderes populistas. Miremos a nuestra guerra civil, entre nacionalistas españoles y frentepopulistas, aunque esto sea una simplificación. No hicieron falta drogas para perder la noción de realidad, se bastó el cerebro por sí mismo, anulando la acción del neocortex y propulsando su zona reptiliana o límbica, la más básica y la de las emociones.

Ya sobrados análisis sociológicos han respondido a la pregunta de porqué han vuelto en nuestros tiempos líderes políticos de tanta inocencia cultural como Trump, Bolsonaro, Putin, Viktor Orbán o Nicolás Maduro. Desde luego, quienes los votan, no lo saben. Por lo contrario, apenas hay alguno como el francés Emmanuel Macron, con título de Filosofía en la Universidad de París-Nanterre, tesis sobre Hegel, graduación en Ciencias Políticas en el Instituto de Estudios Políticos de París y amante de la literatura... ¿Cuánto durará esa pieza suelta del ajedrez general? Empecé hablando de la sinrazón catalana, me paseé por los estados de adicción similares a los de las drogas y mira a donde fui a parar ¡oh Dios mío!, yo que quería componer un artículo frívolo, de indulgente sonrisa. Y eso que no estoy drogado (por ahora).

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