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Una noche de pesadillas: Renfe y el otro periodismo

Cierto que estamos a años luz, pero el tren ya no es el transporte popular. / FDV

Yo no soy de esos que necesitan un doble para las escenas en que se levanta temprano. Salto de la cama con la misma prontitud que tardanza en acostarme porque la cama nunca fue para mí un espacio de especial interés salvo en ocasiones en las que no es dormir el objetivo. Duermo lo justo e inducido, quizás porque a mi cuerpo le he dado demasiada vida de noche y ahora, aunque lo tenga en fase contemplativa y no lo maltrate sino que lo trate como a un rey, tiene una memoria que se resiste a la tradicional división de los horarios, unos para estar despierto y otros para dormir y soñar con lo que el subconsciente decida. ¿Soñar? No sé los demás pero yo, si tengo sueños, no los recuerdo al despertarme y pesadillas tengo de pascuas en flores, aunque hoy, extrañamente, tuve dos de carácter leve que mantiene mi memoria y en una estuve enfadado y en otra angustiado. Las cuento porque tengo pocas ocasiones de hablar de sueños que nunca memorizo.

En la primera, Renfe era el objeto de mi antipatía, ojeriza. Me encanta viajar en tren, es verdad, mucho más que en coche propio y ya no digo en el de otro. Eso sí, doblado ya el Cabo de Hornos de mi vida busco los mejores espacios y raro es que no adquiera billete de asiento individual, sin nadie delante ni a los lados, que para algo debe servir que sea un veterano en el tren Vigo-Madrid o su reverso. Aprovecho la línea férrea, el caballo de hierro de los indios sioux de mi infancia, para hacer o no hacer lo que hago o no hago habitualmente: leer o escribir con el regalo del paisaje cambiante sin moverme un pelo o simplemente dejar que mis retinas se impregnen de tanta belleza dándole libertad a mis pensamientos. Pero el malhumor que pasé soñando en Renfe también lo tengo cuando estoy despierto porque esta compañía ha conseguido tirar por tierra esa imagen de servicio popular, de medio más económico para que las clases más desfavorecidas puedan desplazarse.

Utilizando la misma lógica que los aviones según oferta y demanda ha conseguido en la larga distancia proezas como que pueda salir mucho más barato llegar a Londres por aire que hacer por ferrocarril el trayecto Vigo-Madrid. No es solo que puedas pagar casi el doble que antes por el mismo recorrido sino que, a traición y por la espalda, con la disculpa del covid han eliminado servicios como el de prensa, que antes ofrecían en la clase Confort. O sea que llegarán más rápido, pero ya no es el transporte más asequible para el pueblo, e incluso contribuye a la desertización de la lectura escaqueándose de un servicio para lectores que antes ofrecía. En una palabra, cobra más y ofrece menos que antes. No me extraña que tuviera una pesadilla siendo un usuario tan habitual de este menoscabado servicio.

De la otra pesadilla apenas voy a escribir porque tiene que ver con mi oficio. Pasé la última parte de mi sueño angustiado ante una pantalla y un teclado porque no era capaz de escribir un artículo y faltaban minutos para acabar el plazo de entrega en el periódico. Me desperté sobresaltado ante el vacío de ideas y me di cuenta de que me tocaba, muy de mañana, hacer mi columna dominical y me había acostado sin saber con qué llenarla. Miren ustedes como lo solventé: hablando de eso a bote pronto. Recuerdo vagamente que había otros motivos de angustia en mi sueño, y tenían que ver con ese desinterés general por la lectura de prensa, esa desaparición de kioscos para poder comprarla y esa invasión de nuestros móviles con noticias falsas enviadas por gente que nunca vio mejor ocasión de hacer periodismo sin carné ni capacidad para hacerlo, que vierte mierda por todos los costados. ¿Y esos políticos que se mueven por Instagram o Twitter, las campañas electorales con emoticonos y los debates parlamentarios con bailes de TikTok? Solo un tipo de mal gusto camina por esos andurriales del engaño y esos bajos fondos de la descalificación y el insulto. Ya se ha dicho que sin una voz cualificada que ordene y narre los sucesos, lo que antes hacían los periodistas y ahora pretenden hacer intrusos de toda laya, los amigos del fascismo tiene el camino expedito.

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