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Castromil, los autobuses que unieron Galicia

Ramón Castromil Ventureira, fallecido el miércoles, fue el tercero de una saga familiar que, pionera en el transporte de viajeros en autocares, facilitó a los gallegos sus traslados por la comunidad autónoma.

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Ramón Castromil Ventureira, ante una foto con algunos autocares pioneros de la empresa

Abuelo de Ramón Castromil Ventureira, Evaristo Castromil Otero tuvo un auténico ojo de lince cuando decidió abandonar su trabajo en la banca de Olimpio Pérez e Hijos -precursora del Banco Gallego- para, en 1910, junto a su hermano Manuel, entrar en el negocio de la automoción obteniendo la representación exclusiva para toda Galicia de Mitchel Automotive, una firma norteamericana que vendía y alquilaba coches. Siete siete años más tarde, en 1917, fundó una empresa pionera del transporte de viajeros en autobús en Galicia, a la que, por supuesto, bautizó con su apellido, Castromil, lejos de imaginar que la marca adquiriría tal grado de éxito y popularidad, que no fueron escasos los gallegos de varias generaciones que acabaron por identificar “viajar en autobús” con “Viajar en castromil.

El 2 de julio de 1918, según narra Marcos Pérez Pena, Evaristo Castromil dio de alta su primer autocar de 14 asientos, “que de inmediato pasaría a dar servicio en la primera línea regular de autobuses de Galicia, Santiago-Pontevedra”. Y, en 1919, pone en marcha la línea Santiago-A Coruña, con frecuencia diaria. Aquella línea Santiago-Pontevedra hacía el recorrido en dos horas, con unos precios que oscilaban desde las 10 pesetas (primera clase), 7.60 pesetas (segunda) e 5.60 pesetas (tercera).

El denominado autobús “Maravillas” de Castromil.

Hasta aquel entonces, prácticamente la única alternativa al ferrocarril en Galicia consistía en pequeños negocios de transporte de personas y mercancías por carretera que unían poblaciones vecinas entre sí. Eran las llamadas carrilanas, que trasladaban viajeros en carruajes. Pero Evaristo, intuyendo las carencias del tren, conocedor del prometedor futuro de los vehículos a motor y, por su experiencia bancaria, de los secretos de la financiación económica empresarial, apostó fuerte… Y a fe que no tardó mucho en obtener excelentes resultados, al punto de que en 1928 tenía ya en exclusividad las rutas con A Coruña, Santiago de Compostela, Caldas de Reis, Pontevedra y Vigo, las más importantes de Galicia. Y en 1929, se convirtió en sociedad anónima con el objeto social de explotar “las líneas de transportes económicos rodados, tanto de pasajeros como de mercancías”.

La antigua sede de Castromil en Santiago. / FDV

Acercar galicia

Frente a la competencia de empresas pequeñas cuya movilidad estaba bastante limitada geográficamente, Castromil no solo ofrecía recorridos más largos, sino también confortabilidad, buenos vehículos y hasta la posibilidad de que los viajeros, mediante, por ejemplo, abonos de un suplemento sobre el precio del billete, pudiesen trasladarse con el equipaje que quisieran llevarse consigo. De hecho, fueron numerosos los emigrantes que llegaron en Castromil al mismísimo puerto de Vigo con varias maletas y baúles, para emprender sus travesías a América.

A ello hay que añadir, desde el punto de vista económico, y como cuenta la periodista coruñesa María J. Aira, que “desde sus inicios Castromil intentó autofinanciar su crecimiento sin recurrir a créditos bancarios, por lo que disponía de un capital social elevado para los estándares de la época”. Este fue precisamente un aspecto clave para defenderse de las crisis que, en aquella altura, estaban por venir, porque si a principios de los años 30, con una flota de medio centenar de vehículos, la empresa había conseguido articular el transporte de mercancías y viajeros de la Galicia atlántica, uniendo cada vez más poblaciones entre el norte y el sur, algo que el ferrocarril no había conseguido, los sucesivos conflictos bélicos (Guerra Civil, posguerra y Segunda Guerra Mundial) ralentizaron el que semejaba un imparable crecimiento”.

Viajeros en un “Castromil” de principios del siglo XX. / FDV

Sería a partir de los 50 cuando puede decirse que Castromil inicia su segunda etapa de esplendor. Con Evaristo todavía al frente, aunque ya con su hijo tomando importantes decisiones, procede a la modernización de su escuadra de autobuses, adquiere un nuevo ómnibus y prosigue con el remodelado de las carrocerías en los talleres de la empresa. Recupera, además, el material móvil que le había sido requisado durante la Guerra Civil y comienza la década con 23 autobuses y una camioneta de reparto, una cifra todavía muy alejada de los 50 autocares que poseía durante los años 30, pero con la que pudo resistir unos años de crisis económica que se prologaron desde 1956 hasta mediados de la década siguiente, que fue cuando tomó las riendas el hijo de Evaristo, el ya citado hijo Ramón Castromil Casal (aunque oficialmente figurase como presidente desde 1933, su padre falleció en 1969). El relevo produjo cambios en la empresa, como la venta de la sede social en la compostelana calle del Hórreo y su instalación en Boisaca, en las afueras de Santiago.

El autobús “Álvaro Cunqueiro”. / FDV

En 1977 Ramón Casal Ventureira se hace cargo de la empresa y bajo su dirección Castromil adquiere las compañías Auto Industrial, Alborés, Águila Sande, Avelino Garrido y Villalón. Castromil potenció su imagen de marca con numerosas estrategias comerciales entre las que destacaban el uso de autobuses modernos (de la marca Scania) bien rotulados y poniéndoles nombres de personajes gallegos ilustres como Rosalía de Castro, Otero Pedrayo, Cunqueiro, Castelao o Luís Seoane entre otros, a la vez que mejoraban el trato con los viajeros repartiéndoles en cada trayecto unos cuentos de viaje titulados Contos do Castromil. Sustituído en 1994 por su hermano Javier, finalmente la empresa de transportes Grupo Monbus compró Castromil S. A. en 2002, cuando todavía contaba con una flota de 200 autobuses.

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