El Pedregal de Irimia y lo que canta el Miño

Alfonso Armada

Alfonso Armada

Salimos de Gromaz saludando a Olegario, que demuestra ser tan guapo y cariñoso como nos dijeron sus amos. Bien podrían haberle puesto Platero, como hicieron en un primer momento, porque no le hacía mal a su ilustre predecesor.

Dos tejos más que centenarios escoltan, sombrean y asombran el adro de la sobria iglesia de Carballido. En uno de los muros alguien ha enganchado una hoz.

Avanzamos sin prisa por carreteritas extremadamente secundarias, como si el coche se deslizara en realidad entre pinos, con el firme cubierto de arumes arpados. ¿Qué otro himno se sirve de semejante metáfora para celebrar las horquillas que se pone en la copa el pino para ser? Río de Campos. Concello de Pontenova. Mar blanco de nubes bajas. Carretera sin nombre. Eso reza el GPS. Pero no hay que fiarlo todo a él, a ese mundo virtual, a esa gran falacia de que “todo está en internet”. Como si la vida digital fuera la vida.

Ni un alma. Hierba que brota en el centro de la calzada asfaltada para que pase tan solo un vehículo, como en Escocia, aunque los arcenes son amplios. La conductora toca el claxon en cada curva, pero no nos cruzamos con ningún alma al volante de otros coches que huyan buscándose en la nueva carretera del bosque. Zona casi deshabitada, pero la ruta que elegimos entre Gromaz y A Pontenova es un primor. Casa dos Sonos. Un establecimiento rural perdido en la espesura de estas soledades.

Las denominaciones de las carreteras tienen algo de mapa topográfico lunar, para una nave sensible a las anfractuosiades del terreno, pero también recuerdan la topografía minuciosa de los mapas militares, que se sirven de telémetros, que buscan siempre posiciones ventajosas en lomas y parapetos, para defenderse de un enemigo por descubrir, o posiciones firmes desde las que lanzar un ataque por sorpresa cuando el enemigo sestea porque se confía. LU-4811. Carretera de Carballido a Ponte Nova. Así desembocamos en una nacional, la N-640 que conduce a Pontenova. Xinxo. Santa Apolonia. A Pontenova salva el curso del Eo, que baja contento.

"El río oculto bajo piedras se le oye, pero no se le ve, hay que quedarse en silencio para escuchar la voz del río"

Nos asombramos ante los cinco hornos, tres de ladrillo, dos de piedra. “La extracción de hierro a comienzos del siglo XX supuso para Villaodrid, actual A Pontenova, un despertar industrial. En marzo de 1900 se constituyó en Bilbao la Sociedad Minera de Villaodid, que explotará los yacimientos de Luisa, Vieiro, Consuelo-Boulloso y Eneas, a cielo abierto y galerías. Dos tipos de mineral: rubio (hematites parda) y carbonato cloritoso oolítico”. Tomo nota de las láminas que dan cuenta de un tiempo que es solo pasado, de cuando se hacían muchas más cosas con las manos, de cuando la vida tenía un peso y un nombre específicos, como la tabla periódica. “Hornos de calcinación de 11 metros de altura y ligeramente tronco-cónicos. El proceso de calcinación conseguía la desfosforación del mineral de hierro, que eliminaba los residuos fosfóricos, es decir, escorias, que se usaban como abono. Se llegaron a levantar ocho hornos en Villaodrid y Boulloso”. Nos abruman y maravillan estas estructuras que tienen algo mitológico, como todo lo relacionado con la metalurgia, con industrias que adoptan los minerales que la tierra esconde para producir bienes que el humo de las altísimas chimeneas de cerámica anunciaban como un nuevo amanecer de la especie. Revolución industrial, riqueza, división del trabajo, proletariado incipiente, conciencia social, revolución, nuevos hábitos, hombre nuevo sobre moldes viejos. Todo parece ahora ruina, vestigios. Pero vamos buscando un río.

De Pontenova a Meira pasando por Fontemiña. Dice el GPS, para nuestra sorpresa, que la N-640 es la carretera que liga Vegadeo con Vilagarcía de Arousa. Atravesar el país de parte a parte. Un arco olímpico sobre el paisaje. Vilagarcía es un punto marcado casi al final de este viaje, un destino ineludible. Pero todavía resta mucho viaje.

¡Pedregal de Irimia, nacimiento del río Miño. L-3003. Subiendo hacia el nacimiento, caballos abarloados, dándose calor en las umbrías. Como casi todos los nacimientos, el del Miño también está sobrevalorado. Serra de Meira. Tres regos que se unirán en el Porto da Pena. O Miño, pai dos ríos galegos, cruza Fonmiñá. A 620 metros se encuentra el pedregal. Masa de piedras, a lo largo de un cordel de 600 o 700 metros, con forma de embudo. Silencioso en la superficie, pero bullicioso en el subsuelo. Piedras sobre todo de cuarcita, que proceden de una morrena periglacial (de hace entre 10.000 y 20.000 años).

El río oculto bajo piedras. Se le oye, pero no se le ve. Hay que quedarse en silencio para escuchar la voz del río, que se deja ahuecar por las concavidades, con un eco morno, constante y humilde, que persevera sin saber que cuando arribe a la amplísima horquilla que A Guardia y Caminha sostienen con sus dedos invisibles va a ser un caudal grandioso, que parece haber olvidado sus orígenes, tan modestos, en el pedregal ondulante de Irimia. Son varios los regos que se escuchan, pero para distinguirlos hay que moverse como cabras sutiles entre las piedras, como si cada uno estuviera afinado en una nota distinta, más grave y más aguda, cantarina y honda, varonil y tierna, fresca y sorda. Ríos sopranos y afluentes contraltos. No hay nada de viento. El graznido de un grajo trata de armonizar con la orquesta del río.

De niño me enseñaron que el Miño nace en Fontemiña. Así lo cantábamos, con el resto de los caudales peninsulares, y la tabla de multiplicar. Bajo la sierra de Meira hay una balsa de agua, en el valle del mismo nombre, y llega hasta la zona de Fontemiñá (el acento final es un enjuague moderno que choca frontalmente con mis recuerdos). En las zonas donde el terreno es calizo, como es el valle, se producen manantiales kársticos, que son centros de burbujas que suben hasta la superficie, formando como los conocidos ojos del Miño, tal como ocurre en la laguna de Fontemiñá en la de la Fonte da Pena, o en la de la Valiña, entre otras. Por eso nace el agua (el río) en tantos puntos distintos.

Pero para dar buena cuenta de cómo y dónde nace el Miño nada como el mitómano y fabulador en jefe, Álvaro Cunqueiro. Para ponerlo de verdad en el mapa de la memoria: “Por donde nace el Miño, y todavía es meirés, en San Cosme de Piñeiro, tenían parientes míos un gran prado que bajaba desde la castrexa colina, en onduladas manos, hasta las riberas del Miño, donde son allí acaso autóctonos el junco agudo y la luzula pilosa, en cuyas largas espadas brotan finos cabellos blancos. Pintaba yo en mis 10 años alto y flaco, y era cotidiano compañero mío de juegos, el pequeño, gordo, osado y silbador Pedriño de Aramis. Sí, de Aramis, como el mosquetero del rey de Francia. Y echando ambos al río navíos de papel o simples trozos de madera, Pedriño solía preguntarme adónde, si caneiro no le detenía, llegarían las naos nuestras, y no me creía que el Miño fuera a mar. Tuve que bajar con el Atlas de F. T. D., a la orilla miñota, y mostrarle paso a paso, por mapa, el largo y tortuoso camino de nuestro río.

—Mira, pasa por Ourense.

—Mira. ¡Dios, qué lejos! ¿Has estando en Orense? ¿Se ve desde allí la muralla de Lugo?”.

Las murallas de Luego se ven desde las retinas de la Virgen de los Ojos Grandes. Y porque no los cierra nunca.

Donde nace el Miño el río se oye más que se ve, y es tan raro y temeroso el caudal que ni barquitos de papel se pueden echar todavía para que vayan hasta Lugo y hasta Ourense y acaben encallando Camiña o en Camposancos. Pero no hay que olvidar que el río es anterior tanto a su mitología como a su nombre, que nadie lo nombró cuando empezó a excavar su cauce porque no había ningún teólogo, geógrafo ni poeta, ningún cazador ni recaudador de impuestos, ningún enamorado ni romera, ningún santo dispuesto a bautizar ni ningún pecador dispuesto a dejarse bautizar. En su prolijo Pai Miño. O río dos ríos de Galicia, Xerardo Neira recuerda cómo el poeta Aquilino Iglesia Alvariño hablaba de él cómo “pastor de ríos”. Haciendo un cálculo de todos los cursos de agua que forman su cuenca, Neira cifra en 4.000 los kilómetros que formaría esa arteria que bebe agua de mil fuentes. Ciñéndonos a su extensión desde el Pedregal de Irimia hasta su desembocadura en el Atlántico los kilómetros serían 343. Y como el Miño no sería Miño sin sus afluentes, hace Xerardo Neira un arqueo exhaustivo, comenzando en el famoso y esquivo pedregal y terminando en la impresionante desembocadura. Por la margen derecha: en la provincia de Lugo: el Anllo, el Támega, el Ladra (que se alimenta del Trímaz, que viene desde tierras coruñesas, y de Parga), el Narla, el Ferreira, y el Asma. El Búbal marca el límite entre Lugo y Ourense, donde corren hacia el apacentador de todos los ríos el de la Barra, el Barbantiño, el Avia (que recoge caudal del Arenteiro). Y ya en Pontevedra, el Ribadil, el Deva, el Termes, el Caselas, el Tea, el Louro y el Tamuxe. Resiguiendo la orilla izquierda, anota el minucioso compilador de aguas: en Lugo, el Azúmara, el Lea, el Pequeno, el Chamoso, el Neira (que a su vez asume hectólitros del Sarria y del Tórdea), y el Loio. En la linde entre Lugo y Ourense irrumpe glorioso el Sil, que trae aguas del Cabe, del Lor, del Mao, del Bibei, del Navea, del Cúa, “y de un largo etcétera”, apunta el topógrafo Neira. En la provincia de Ourense aportan el Lonia o Loña, el Barbaña, el Arnoia (que a su vez acepta préstamos a no devolver nunca del Tuño, del Orille, del Tioira y del Maceda), además del Deva (“que no se debe confundir con su homónimo pontevedrés”). Entre la provincia de Ourense y Portugal se citan el río Barxas, Trancoso o Troncoso, y ya en Portugal, el Mouro, el Gadanha, el Manco, y el Coura, que lame el costado menos amargo de Caminha.

Abajo, viaducto sobre As Nogais.  | // C.A.

Surcando el Miño / Alfonso Armada

Ferretería Mercedes, Merche, junto a la plaza de Meira. Todo tipo de artilugios, desde cubos de zinc a cencerros de cobre. Las ferreterías son en realidad colmados de Silvestre Paradox y de personajes que han pasado de la imaginación a los barrios bajos, que se han cansado de ser sombras en las metrópolis y se han puesto a caminar un día por las afueras hasta convertirse ellos mismos en afueras, bordeando un río tan poco centroeuropeo o africano como el Miño, un río que no se acomodaría ni a Budapest ni al Cairo. Las ferreterías son un asunto cordial, para inventores, manitas que corrigen la creación, que resuelven el resudor de un bocoy o el barroco humilde de un canalón que no solo recoge la lluvia que es la verdadera sangre de Galicia sino su música nocturna, hecha de zanfonas fanadas y piel tirante de un tambor olvidado por los franceses en su desbandada.

Surcando el Miñojunto a Tui. // ALFONSOARMADA | // C. A.

Pedregal de Irimia / Alfonso Armada

De Meira a As Nogais, en los Ancares. Hotel El Urogallo. LU-750. El placer de vagabundear, cambiar de planes sobre la marcha. Iglesia de Santa María. Lo que queda del antiguo monasterio de la orden del Císter. El ayuntamiento se apropió de una parte nada desdeñable. Cosechando maíz a las afueras de Meira. Un ballet mecánico que agradaría a Oskar Schlemmer. Rumiantes pastando al dulce sol de octubre hierba de un verde majestuoso, horaciano. Quinta. Cádavo. Valín. Comentarios de Otero Pedrayo sobre estos parajes me sirven no solo para salir del paso, sino para que mi memoria no se quede alelada, muda ante la belleza que cada estación pinta como pintaron Castelao, Colmeiro, Laxeiro… y Joseph Cornell quiso encerrar en una caja. En la pequeña enciclopedia titulada secamente Los Gallegos, de la inolvidable editorial Istmo, y en la que volcaron su sapiencia 14 ilustres, abre boca Ramón Otero Pedrayo con una ‘Introducción al paisaje’ en el que se recrea en lo que denomina “El sistema Miño-Sil”, que por su prosodia y conocimiento del terreno que pisa (pocos geógrafos más hondamente humanos y sabios que este polígrafo en cuyo pazo de Trasalba busqué sus pasos) citaré por extenso, dándole las gracias porque con sus palabras vemos lo que no siempre sabemos ver con los ojos: “En el sintetizador paisaje de los Peares o los Tres-Ríos –el tercero es el torrencial Bubal– de amplias y abombadas cuestas, rayadas por los rápidos cauces torrenciales, se unen por cañones profundos y sinuosos las dos ramas: el alto Miño y el Sil. En el valle y curso del primero dominan los granitos. El Sil logra su camino a través de enormes masas de esquistos apilados. Es el alma y acento de los valles bercianos, y abre camino a Galicia”. Me siento a escuchar a Otero Pedrayo como si el mundo se hubiera efectivamente remansado y todos los cláxones y automóviles del mundo se hubiera callado para prestar atención al Miño: “desde los torrentes sonoros de la sierra de Meira y el emisario de la Fonte Miña o Fuente Miña, sus más altos orígenes, el gran río atraviesa vagas gándaras y llanos, algunos de alta hidratación, cuyo paisaje descubierto alcanza su mayor perfección en la Terra Chá (…) A la altura de Lugo, la ciudad instalada en un espolón montañoso sobre el Miño, el río empieza a disfrutar de un cauce esculpido, que poco a poco se va ahondando (…). Desde los Tres-Ríos, hasta aguas arriba de la accesión del Arnoia, el Miño ourensano es ancho, poderoso, lento, entre orillas fértiles y fluyendo sobre sus propios aluviones. Es el río de la Puente de Orense y de los grandes meandros clásicos, el más bello y armonioso. (…) El Miño fluye al pie de tres ciudades romanas y episcopales: Lugo, Ourense y Tui. Lugo romana, amurallada, románica, de grandes horizontes, alta y clara; Ourense, ciudad envuelta en la gracia y la pompa de los viñedos. Su región antigua se apoya en la roca de las colinas expuestas al poniente, horizonte corto, prolijamente matizado y rico. Su zona moderna se funde en el depósito del río que poco a poco parece fluir por el eje sensitivo de la ciudad. Tui, en su colina inspirada, domina hermosos y sintéticos horizontes de valles”. Dejo aquí como en suspenso la prosa y la mirada de Otero Pedrayo, a la que volveré en otros episodios, y sin duda cuando el río baje a beberse el océano, ingenuo y pletórico, y acabe devorado por él.

Corbeira. LU-710. Camporredondo. Anoto como si los nombres pudieran ser algo más que toponimia, lo que quiso hacer Fontán, lo que los gepeeses y toda su vida virtual quiere borrarnos de la cabeza, meternos en un mundo que no es de vinilo ni de papel, un mundo que es sobre todo desmemoria. Para eso mejor la niebla que borra los lindes entre lo real maravilloso y lo real atroz, que nos hace dudar de nuestras certezas cuando tratamos de encontrar el camino a casa. Vuelvo sin cesar a Rosalía, para la morriña política, pero también la sentimental, que no somos compartimentos estancos, ni somos de una sola pieza, de un solo granito, de un solo musgo:

“—Cantan os galos pra o día;

érguete, meu ben, e vaite.

—¿Cómo me hei de ir, queridiña;

cómo me hei de ir e deixarte?”.

Hornos de APontenova.// corina arranz | // C. A.

El Miño, a su paso por Lugo / Alfonso Armada

Pastillas gigantes de silo, envueltas en nylon, o plástico, como una aparición tóxica. Y ese olor que se enreda en la nariz como la espátula de un pcr que quiere hurgar en el cerebro y sacarnos la prueba de un adn mental, de un recuerdo que acaso solo Virgilio atesoró en sus viajes. San Martín. Sueño. La Condomina, que también da (o daba) nombre a un estadio de fútbol, pero en otras latitudes, cuando la vida se contaba por radio y el país era un paraje lento en blanco y negro.

Baranda. Evitamos la autovía hasta que dejamos de evitarla porque me equivoco y en vez de hacia Becerreá vamos hacia A Coruña. Se da cuenta la conductora por la posición del sol. Pero antes iremos junto al Navia por una carretera de sombra y sol. Hacia Becerreá y As Nogais. Desde As Nogais se divisa el viaducto ciclópeo de la Autovía del Noroeste. Nos cuenta una vecina, Encarna, que vienen muchos a suicidarse, desde A Coruña y desde mucho más allá, desde el extranjero más remoto, y que mueren antes de alcanzar el suelo. Son casi 120 metros.

Doncos. Restaurante Villacol. El que nos recomendó Uxío Novoneyra, hijo. Y una ingenua, casi románica, escultura de Cervantes. Pasa una chica y pega una esquela. Ver el teléfono para indagar por la biografía de quien ha pasado de una niebla a otra. El Urogallo y Villacol no son lo mismo. Y así hasta Noceda. Ahí está el hotel que nos aguardaba, Urogallo donde escribo. Del ayuntamiento de As Nogais dependen 54 núcleos de población con 1.400 habitantes, y rutas de asfalto en buenas condiciones, nos cuenta el dueño del hotel, antiguo alcalde de As Nogais, que conoce bien a Uxío. Nos cuenta que un naturalista de la Universidad de Roma que colabora con National Geographic dice que aquí en los Ancares hay una increíble variedad de anfibios, porque la zona es prístina, no es hostil, no está contaminada.

Navia de Suarna

Murias de Rau

Desfiladero

Balouta

Piornedo

Os Cabaniños

Mar de nubles, A Pontenova.

Viaducto sobre As Nogais / Alfonso Armada

Relaciones verdaderas, listas de lugares en los que quedarse un tiempo a vivir y a preguntar, a volver, como Oliver Laxe. Redescubriendo el caldo gallego, el aroma de los grelos. Mi magdalena de Proust. Mientras en la primera parte de Viaje por los montes y las chimeneas de Galicia José María Castroviejo habla de la caza, en la segunda su compadre Álvaro Cunqueiro se pone a cocinar y comer lo cazado. Repaso la epístola previa “a los cocineros y cocineras” (para que luego lo llamen arcaizante, como si importara). Se pregunta el fabulador si “no ayudaba Nicómano a dorarse el rodaballo con la monótona caricia de la flauta”. Aunque quería hablar del caldo que nos templó el ánimo y nos quitó el miedo a la muerte que a veces pone la niebla como una soga que le toma la medida al gaznate. Hace tiempo que la tarde se deshilacha tras los cristales, el caballo de acero que nos llevó por las carreteritas ya está frío, y nosotros hacemos de la cena íntima una invención que se renueva como el fuego que habla como sobre los apóstoles, tenue, un resplandor que aguza los rasgos y nos da que pensar en un lejano parecido con nuestros antepasados, cuando pensábamos que había un plan, que la vida tenía sentido.

El Pedregal de Irimia y lo que canta el Miño

El Pedregal de Irimia y lo que canta el Miño / Alfonso Armada

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