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Cooperantes gallegos por el derecho a la salud

La organización humanitaria Médicos sin Fronteras cumple medio siglo de vida prestando asistencia sanitaria en todo el mundo a personas atrapadas por guerras, desnutrición, epidemias, desastres naturales y en general, a víctimas de la deshumanización. Cuatro voluntarios gallegos, tres enfermeros y una médica, ofrecen sus testimonios

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Los cuatro voluntarios gallegos de MSF, tres enfermeros y una médica

En diciembre de 1971 se creaba en París Médicos sin Fronteras (MSF), una organización humanitaria volcada en prestar asistencia médica a cualquier población del mundo que la requiriese. Medio siglo después miles de trabajadores y más de seis millones de personas conforman esta ONG presente en epidemias, desastres naturales, conflictos bélicos o movimientos de población, entre otras situaciones. Su misión sigue siendo la original: tratar heridas y restaurar la dignidad de personas atrapadas por la deshumanización. En España más de 700.000 personas apoyan a la organización, entre socios y donantes, de los cuales 40.000 son gallegos. Sanitarios de la comunidad trabajan también como cooperantes llevando asistencia a donde nadie llega. Hablamos en este reportaje con cuatro de ellos.

“Faltan palabras para explicar las sensaciones; también es cierto que aquí cada uno está envuelto en sus rutinas y a veces resulta más fácil mirar para otro lado”

María José Blanco - Enfermera viguesa cooperante de MSF

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María José Blanco atiende a población en Yemen en 2016. Gonzalo MartÍnez

La enfermera viguesa María José Blanco siempre tuvo interés en el acceso de la población a la salud o la falta de él. Tras trabajar en su ciudad natal, la localidad francesa de Cannes, Barcelona y Guatemala, donde fue una vez realizado un máster en medicina tropical, se sumó a MSF y en 2014 realizó su primera misión en Colombia, en el sur del país, casi en la frontera con Ecuador, en una zona remota con población indígena y afroamericana en situación de conflicto persistente y sin acceso a servicios sanitarios. “Fue una experiencia única poder descubrir otras maneras de estar en el mundo y darse cuenta de realidades para nosotros lejanas”, explica.

Etiopía, Yemen, República Democrática del Congo, Bangladesh, Guinea Bissau, Angola y Mozambique fueron sus otros destinos como cooperante. “En todas las situaciones había injusticia respecto a la falta de acceso a la salud y a la necesidad de contar lo que estaba pasando”, dice. Uno de los destinos que más le ha marcado ha sido Yemen, donde estuvo entre 2016 y 2017, por las cruentas condiciones de un conflicto que considera desconocido en el mundo Occidental y las consecuencias en la aparición de enfermedades por falta de vacunación. “También hay que echar un ojo a lo que está sucediendo en el norte de Mozambique, con mucha población desplazada, un conflicto activo que está causando mucho sufrimiento sin que a nivel internacional se haga un esfuerzo por solventar la situación”, apunta. Precisamente su última misión fue en ese país, donde estuvo entre enero y marzo de 2020 cuando la pandemia les sonaba aún lejana. El Congo, donde María José Banco estuvo en cuatro ocasiones como expatriada de MSF, se lleva la palma en cuanto a situación persistente de desnutrición, conflictos enquistados que causan desplazamientos de población y existencia de enfermedades y epidemias como la del ébola, en 2019.

Lo más duro de sus experiencias sobre el terreno ha sido “tomar decisiones, decidir quién pasa delante -intentamos dar prioridad a los más vulnerables, por eso fijamos nuestra atención en menores de cinco años y embarazadas- y ver que hay problemas en los que se deberían implicar gobiernos y la comunidad internacional”. Esta cooperante confiesa que de cada misión ha traído algo con ella y que la adaptación cuando regresa a casa es dura y frustrante por no poder transmitir lo que ha vivido sobre el terreno. “Faltan palabras para explicar las sensaciones, la carga emocional con la que llegas; también es cierto que aquí cada uno está envuelto en sus rutinas y a veces resulta más fácil mirar para otro lado”, afirma.

“He sido testigo de la protección que tiene la población hacia nosotros, nos advierten de que nos retiremos cuando la situación está fea; todos quieren que estemos allí porque entienden nuestros principios básicos"

Ruth Conde - Enfermera del CHUS cooperante de MSF

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Ruth Conde en una de sus misiones en el extranjero. Cedida

Hace poco más de un mes que Ruth Conde, enfermera especialista en pediatría del Hospital Clínico de Santiago, regresó de su última misión en Guatemala y Colombia. Ya necesitaba “salir al terreno” tras pasarse todo el 2020 en su puesto de trabajo “porque la pandemia requirió que estuviéremos todas, y más que hubiera”. En cuanto la situación sanitaria en Galicia recuperó cierta normalidad pidió un permiso sin sueldo al Sergas por cooperación internacional para ejercer una vez más la labor que lleva realizando desde 2012, año en que se sumó a la organización humanitaria referente entre los profesionales de la salud. “Muchos sanitarios tenemos esa espinita de la colaboración y a veces no llegamos a hacerlo porque te dejas llevar por la vida, el trabajo, las oposiciones o la familia. La diferencia entre los que no han sido cooperantes no es que yo sea más intrépida, simplemente haber tomado la decisión”, aclara.

En los nueve años que lleva de idas y venidas ha tenido la oportunidad de trabajar en variedad de contextos y situaciones, en lo que ella considera un “aprendizaje continuo”. Violencia, guerra caliente, epidemias de cólera o malaria y crisis nutricionales son algunos de los escenarios en los que ha sido cooperante en misiones en Níger, Colombia, República Centroafricana y Guinea Bissau. “La desnutrición es de lo más impactante y sobrecogedor, además de la violencia por la violencia. Una de las cosas que recuerdo con más frustración y enfado son los bombardeos que teníamos casi a diario en Yemen y ver que la mayoría de las víctimas que nos llegaban eran mujeres y niños”.

La inseguridad por estar trabajando en territorios en guerra es algo inevitable también para los cooperantes de MSF, como prueba el reciente asesinato de una sanitaria española y dos trabajadores locales en Etiopía. “Otras organizaciones van con chalecos antibalas acompañados de personal armado; nuestra protección es la camiseta banca con el logo de MSF”, manifiesta Ruth Conde, quien recuerda que el hospital en el que trabajó en Yemen fue bombardeado tres meses antes de que ella llegara y durante su estancia fue protagonista de una explosión con un artefacto a 300 metros de la instalación sanitaria. “He sido testigo de la protección que tiene la población hacia nosotros, nos advierten de que nos retiremos cuando la situación está fea; todos quieren que estemos allí porque entienden nuestros principios básicos: independencia económica -no estamos vinculados a ningún gobierno ni entidad religiosa que nos diga a quién atender-, neutralidad -no tomamos parte por ningún bando en conflicto- e imparcialidad - prestamos asistencia a todo aquel que lo requiera-”, resume.

Ser cooperante te cambia la perspectiva en el terreno laboral. “Combino mi trabajo aquí, en un hospital de alto nivel, con todos los servicios y de repente me voy a un sitio donde solo tengo lo básico. Aprendes a hacer una medicina distinta: de ver, oler, escuchar. Me ha cambiado a ser más crítica. Mucha gente aquí llega, te exige pruebas e incluso nosotros como profesionales a veces nos perdemos en números y dejamos de escuchar, tocar ver y oler al paciente, que se convierte en usuario. Hemos perdido esa parte más táctil”.

Ser cooperante de MSF ya es parte de su vida. “No sé qué me deparará el futuro o si algún día me cansaré de dormir dos horas diarias cuando estoy en una misión. Me gusta la sensación de ir y volver. Cuando estoy aquí disfruto, pero llega un momento en que empiezo a estar rosmona y sé que necesito irme”, comenta.

“Siempre me interesó la medicina humanitaria y por eso estudié la carrera, me sentía identificada con MSF por su valores y principios”

Luisa Roade - Médica de A Coruña cooperante de MSF

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Luisa Roade con sanitarios locales en Sudán del Sur. Cedida

Cuando acabó su residencia en el Hopital Val d’Hebrón de Barcelona, la médica coruñesa Luisa Roade trabajó un tiempo en urgencias e investigación antes de unirse a MSF hace tres años y medio. Desde entonces ha participado en gestión de actividades médicas en dos misiones, una en Buenaventura, Colombia, y otra en Malakal, Sudán, en un campo protegido por los cascos azules y habitado por población en permanente postguerra. “Siempre me interesó la medicina humanitaria y por eso estudié la carrera, me sentía identificada con MSF por su valores y principios”, comenta.

Sus dos experiencias en el extranjero fueron distintas. En Latinoamérica la misión consistía en evaluar poblaciones vulnerables y en África implementar un programa de tratamiento para la hepatitis B y un sistema novedoso de diagnóstico rápido de tuberculosis a través de una PCR, si bien acabó tratando a pacientes con todo tipo de enfermedades, como VIH y tuberculosis, así como otras dolencias infecciosas y de ámbito hospitalario. Recuerda los pacientes que sufrían duras situaciones de salud mental, “en el campo había muchos intentos de suicidio” y enfermedades que en el mundo desarrollado parecen banales porque no tienen tanta repercusión en la vida diaria de que las sufre, pero allí son devastadoras. Fue el caso de una niña de 14 años con diabetes.

“Lo peor es la frustración de trabajar con pocos recursos y la injusticia y desigualdad que te encuentras. A nivel personal se hace difícil estar lejos de tu familia, con dificultades de comunicación, y profesionalmente te da la sensación de desconectar de la medicina que aprendiste en la facultad y en la residencia”, explica desde Monforte, donde está cubriendo una plaza temporal del Sergas al tiempo que continúa con su tesis doctoral sobre hepatitis B para el hospital barcelonés Val d’Hebrón. “Ahora alterno contratos precarios con salidas a terreno, pero supongo que cuando tenga 40 años no será fácil hacer compatible ambos trabajos”, comenta esta médica de 33 años.

"Sigue siendo necesario levantar la voz y denunciar la situación precaria en lugares donde estamos trabando”

Fran Román - Enfermero colaborador de MSF

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Fran Román en una intervención en Darfur, en Sudán Cedida

Licenciado en Enfermería por la Universidad de Vigo y actual supervisor de Enfermería de la Unidad de Hospitalización de Hematología y Terapia Celular en el Complexo Hospitalario Universitario de Vigo, Fran Román es el más veterano de los cuatro en Médicos sin Fronteras, entidad de la que llegó a ser vicepresidente en España entre junio de 2009 y junio de 2011 e incluso presidente durante una temporada por enfermedad de la entonces presidenta.

Su primera misión en el extranjero con la ONG fue en 1997 en Angola y la última en Etiopía en 2009. Entre ambas trabajó como cooperante y coordinador de terreno -responsable de proyectos concretos o de áreas de países- en estados como Bolivia, Kenia, Sudán del Sur y Uganda. “Pasé por todo tipo de proyectos, pero siempre digo que los más duros son los que se desarrollan en conflicto armados, por la inseguridad y la vulnerabilidad de la población civil”, Su estancia en Darfur, en Sudán del Sur, entre 2004 y 2005 fue su misión más complicada, por lo volátil de la situación. “MSF trabaja con muchos controles de seguridad, con cierto control y herramientas para movernos con seguridad, aunque no se puede controlar al cien por cien”, explica.

Aunque lleva once años sin salir a una misión por su vida familiar- tiene tres hijos- confiesa que “no hay día en que no piense que me gustaría volver”. Aún así, continúa siendo cooperante y acude a todas cuantas campañas y charlas para dar a conocer la organización. “50 años después de su fundación, MSF sigue siendo necesaria porque hay población sin acceso a servicios de salud en una sociedad global, haciendo que la mortalidad por enfermedades infantiles sea escandalosa en algunas partes del mundo. Sigue siendo necesario levantar la voz y denunciar la situación precaria en lugares donde estamos trabando”, concluye.

  • Seis millones de socios

    700.000 colaboradores y donantes en España, 40.000 en Galicia (datos de 2020):


    1.680 millones de euros, de los cuales 1.353 se dedican a la misión social. El 98,6% de los fondos proceden de fuentes privadas. 64.000 trabajadores, el 90% personal local en todo el mundo. 499 proyectos en 88 países.

Población de la provincia congoleña de Kasai recibe un vehículo de MSF en el que viaja la gallega María José Blanco. Gonzalo Martínez

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