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Los últimos pasajeros

Los estudios revelan una menor gravedad en los pacientes de covid que usaron mascarillas

Aquel sábado 14 de marzo fue como si se nos hubiese paralizado la existencia, como si, en mitad del asalto, cual boxeadores en el ring enzarzados a puñetazos en un combate a muerte, escuchásemos el campanazo adelantado que nos devolvía a nuestros rincones, medio groguis, pregúntandonos de qué avenida de nuestra imaginación provenía la enigmática sensación de residir en una pesadilla extraída de una inquietante película de ciencia ficción, pero que esta vez era real y nos había pillado atrapados en una sala de cine con las puertas herméticamente clausuradas.

Fue el lunes cuando empezamos a darnos cuenta de lo que significaba todo aquello. Los bares amanecieron cerrados, las calles y las alamedas vacías, había unas prolongadas colas de gente a la puerta de cada supermercado, los libros se escondieron en las librerías y, en la oficina, lo primero que nos espetaron fue que debíamos volver inmediatamente a casa. Pero no, no se trataba de unas vacaciones pagadas.

Las semanas avanzaban lenta pero inutilmente. Los días comenzaron a resultarnos insoportablemente eternos, las noches insomnes y, en los despertares, nos visitaba la necesidad de que alguien nos cogiese de la mano, nos llevase de paseo y, de vuelta, nos comunicase : “La lección ha terminado” y nos levantase el castigo. Algo de eso comenzó a suceder en mayo, pero no tardamos descubrir que era una trampa en la que caímos como inocentes conejos bajo el fuego de las escopetas de inmisericordes cazadores de almas. No tardó en asomar el otoño y en regresar la pesadilla, como una ola, pero esta vez el golpe nos dolió todavía más. No nos habían advertido adecuadamente de que aquella nueva libertad era solo condicional, y al cabo ocurrió que no pagamos la fianza ni cumplimos las condiciones.

También fuimos descubriendo palabras viejas con significados nuevos: perimetraje, conviviente, confinamiento, allegado, mascarilla…Ya las habíamos visto antes pero, de repente, nos sonaron originarias de un diccionario del diablo. Bajo un estado de ánimo que no sé muy bien si calificar de angustioso o alarmante, algunos de nosotros tomamos la decisión de huir…Y tan decididos estuvimos que ni siquiera cuando nos citaron la inminente aplicación de vacunas prestamos la más mínima atención.

Y nos marchamos, sí, nos fugamos. Y llegamos hasta aquí, desde donde les escribo. No se trata de un lugar paradisíaco pero es lo único que pudimos encontrar. Somos cuatro mujeres y cuatro hombres, todos de mediana edad, pequeño-burgueses y algo nostálgicos. Somos, les desvelo, los pasajeros de una nave espacial secretamente diseñada para cumplir la utopía del “Que se pare mundo, que me quiero bajar” pronunciada por John Lennon.

Pero disculpen que no siga, tengo que interrumpir la conexión. El comandante acaba de convocarnos de nuevo: ese bicho, el maldito “alien” que se coló en la nave durante el despegue, no para de causarnos molestias y, encima, una de nuestras mujeres embarazadas muestra sospechosos síntomas de haber contraído el virus….

P.D. Trataré de volver a ponerme en contacto con ustedes el año que viene, si hay cobertura... 

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