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Hostelero, tomiñés emigrante a Uruguay, propietario de "El Palenque"

Emilio González Portela: "Empecé de botones en Sevilla y acabé como empresario en Uruguay"

"El auge de la guerrilla tupamara en los 60 perjudicó a muchos pero a mí me benefició por casualidad: los antiguos porpietarios de El Palenque volvieron atemorizados a España y me lo vendieron"

Ante su hotel, inaugurado en 2019, el Don Majestic, en Punta del Este.

El mejor momento, la gloria de "la Suiza de América", ya había comenzado a desaparecer cuando Emilio González Portela, venido de Tomiño, arribó al puerto de Montevideo, en el mes de diciembre de 1958. Cuatro o cinco años más y la convulsión social que se acercaba como una bola de nieve no dejaba rastros de la bonanza de la "belle epoque" de aquel país. Al menos así parecía. Pero aún dentro de la adversidad, unos cuantos de aquellos intrépidos emigrantes, podría decirse los últimos, que iban llegando a las riberas del Río de la Plata, encontraban su oportunidad de progreso. Claro que en base a mucho sacrificio, no con tanta facilidad como en tiempos pasados. Pero esos jóvenes corajudos, plenos de ilusión, poco sabían de eso. Para ellos su nueva vida empezaba allí y en aquel momento. Lo que no vivieron poco les afectaba? "Ah, antes todo era más fácil", oían decir una y otra vez. Las frases negativas entraban en sus sentidos y desaparecían rápidamente. La labor de muchos de ellos era tan intensa y tan larga en el correr del día que poco se detenían a pensar en cómo había sido antes de ellos. El escritor y emigrante gallego en Uruguay Manuel Losa (Santiago de Compostela, 1940), nos ha servido de impagable intermediario dada su amplia experiencia literaria no solo para entrevistar sino para que construyéramos este hermoso relato de una vida emigrante. Así la cuenta Emilio, aunque retocamos estilísticamente su narracción oral.

"Nací en Tomiño, una pequeña villa al Sur de la Provincia de Pontevedra, en el entorno del Valle Miñor, hoy tierra de ensueño. También en aquel entonces era un paraíso, pero la tragedia de la guerra civil y los nubarrones de la posguerra lo ensombrecían todo. Los verdes y azules del edén gallego se veían en color gris oscuro y no se vislumbraba la luz. Apenas doce años viví en "mi paraíso", pero me expulsó, como a muchos. Mi padre había emigrado a República Dominicana en 1950. Yo tenía diez años cuando lo vi por última vez. Doce años después fallecía en Canadá, sin haber logrado el sueño de la prosperidad para mi familia. Con apenas doce años de edad me fui "a buscar la vida" fuera de Galicia. Mi destino, la ciudad de Sevilla. Muchos naturales de la comarca del Val Miñor fueron en busca de su destino a ese lugar del Sur. Precisamente en aquella ciudad había oportunidades de trabajo a pesar de la gran crisis reinante en toda España. Mi tío Alfredo Magán, persona de confianza del dueño del Hotel Cristina, me empleó allí como botones. Con lo que ganaba me daba para pagar el alquiler de una pieza en la casa de una familia gallega de mi pueblo y hasta le mandaba algún dinero a mi madre. Tiempo después trabajaba también por las noches en el Bar Casa Cabo.

En el hotel progresé y de botones pasé a peón de cocina. Yo no lo sabía pero allí comenzaba mi porvenir. El próximo paso, otro ascenso: ayudante de camarero. Vivía muy bien en aquella ciudad bulliciosa y allí me hubiese quedado a no ser por el fantasma del servicio militar obligatorio que se acercaba sigilosamente y sin pausa. Muchos jóvenes de mi época decidían dar el paso incierto de la emigración a América cuando la época de ser llamado a filas se aproximaba. La guerra ya había terminado hacía tiempo pero la posibilidad de ser enviado al Norte de África hacía temblar a cualquiera. Estaba en el horizonte Uruguay. El Victoria Plaza Hotel era el establecimiento hotelero más prestigioso de aquel entonces situado en el centro de Montevideo. Precisamente allí trabajaba Joaquín, mi hermano mayor, que había arribado a Uruguay junto con mi hermana Adelina en el año 1956. Dos años después me reclamaba a mí. Y mi madre no solo me otorgó el permiso para viajar fuera del país por ser menor sino que además pagó el importe de mi pasaje en el buque de pasajeros "Yapeyú". Poco tiempo después llegó a Montevideo otra hermana nuestra, Amparo, que no se adaptó y regresó muy pronto a mi pueblo. También arribó a Montevideo otro de los hermanos, Luis. Las cosas le rodaron bien, formó su familia, pero varias décadas después retornó definitivamente a nuestra tierra. Joaquín emigraría a Estados Unidos tiempo después de llegar yo. De tal forma que los integrantes de la familia González Portela que se afincaron definitivamente en Montevideo fueron mi hermana Adelina y yo. Éramos 9 hermanos, 5 fueron a Uruguay, tres a Nueva York y una cuarta se quedó en España.

El clan Portela. No fueron muchos los que tuvieron la suerte de contar con un padrinazgo a su arribada al lugar de destino. Mi padrino fue mi hermano Joaquín. Algunos tuvieron padrinos más importantes, otros no tenían nada. Eso sí, el denominador común de aquellos jóvenes emigrantes españoles, gallegos, era "con una mano atrás y otra delante". Podrían tener diez , veinte o quizá cien pesetas en sus bolsillos al llegar? nada. Su verdadero capital se componía de algo más importante, una voluntad férrea y otros atributos, como un enorme deseo de prosperar. El sacrificio que hubiera que hacer los tenía sin cuidado. Sus empleadores observaban con atención y tenían en cuenta esos y otros valores, que redundaban en su propio beneficio. Muchos se convirtieron en socios del establecimiento en el que trabajaban por propuesta de sus propios patrones que no querían perderse la colaboración de esos trabajadores infatigables, responsables y honestos. El arraigo no estaba por lo general en la mente del emigrante gallego, español, al menos en un principio. La meta era estabilizarse, ayudar a los que quedaban en su aldea, en su pueblo, a aguantar la miseria, formar un capital y finalmente regresar. Pero una gran mayoría echó raíces profundas en su nuevo lugar de destino. "Tal fue mi caso -dice Emilio-. Vino después el enamoramiento de María Dolores, Lola, y la formalización de un hogar, y comenzó a gestarse lo que podríamos llamar "el Clan Portela", que tendría una proyección impensada por mí. La compañía y apoyo permanente de mi compañera Lola fue fundamental para el desarrollo. La conocí cuando yo vivía en la calle Bequeló, próxima a Sierra y Lima con mis hermanos Joaquín y Adelina, y ella vivía enfrente. Poco tiempo después nos enamoramos precisamente en un momento en que yo pensaba en el retorno a Galicia debido a que extrañaba mucho a mi madre y mi tierra. Aunque tenga fama de duro y te digan que yo no lloro por nada, ¡no lo creas nunca!' le comenté en cierta ocasión a un amigo ante un ataque de morriña. Lola era natural de Sabadelle, Ourense, y había llegado a Montevideo en 1955. Viajó en el "Monte Udala" junto a su madre, Otilia, y al fin se reunió la familia después de tres años de separación. Su padre, luego mi suegro, Eligio Rodríguez, y su hermano Secundino los esperaban en el puerto.

La bonanza del Café Uruguayo que tenía mi hermano Joaquín no duró mucho más de dos años. Por desavenencias con su socio, decidió vender su parte y marchar a Estados Unidos. Y yo me quedé "colgado de la rama", pero no por mucho tiempo. ¿Es la suerte? ¿Es el destino? Cómo sea, el caso es que Manolo Vidal, Manuel Fernández y Ángel Martínez, paisanos del mismo pueblo, Tomiño, dueños de la Parrillada El Palenque, de vez en cuando visitaban el Café Uruguayo. Veían como trabajaba yo cuando precisamente estaban necesitando personal de total confianza. En cuanto se enteraron de la situación me propusieron empleo y pasé a trabajar en el lugar, del que no me apartaría jamás. También allí el trabajo era intenso. Se servía solo carne asada, ensaladas y bebida, pero en forma rápida y continuada. La gente comía en el mostrador, de pie. Se iban unos y ya estaban otros esperando por el lugar. Lo bueno era que el horario era más definido, de siete de la mañana a las ocho de la noche. Los domingos por la mañana tocaba limpieza general a fondo. Como si fuera el propio dueño? Como cuanto más cerca mejor, me mudé a un "conventillo" próximo al Mercado del Puerto. Veintisiete pensionistas y un solo baño. En ese tiempo llegaban a Montevideo mis hermanos, Amparo y Luis. Ya eramos cuatro de la familia, pero Amparo pronto regresó a España. Al fin, siendo empleado de El Palenque, el 3 de febrero de 1962 me casé con María Dolores. El 28 de diciembre nacía Beatriz; el 28 de febrero de 1964 veía la luz Mariela y finalmente el 9 de noviembre de 1966 completaba la familia Luis Emilio. Daba comienzo entonces "el Clan Portela".

Los años como empleado de "El Palenque" fueron de mucho sacrificio. Por supuesto que, como de costumbre, yo trabajaba con más intensidad que cualquiera de mis patrones. La carne de los costillares se cortaba con sierra a mano. Se cocinaba, se preparaban las ensaladas y todo a la velocidad del rayo. El Palenque era frecuentado por estibadores desde muy temprano en la mañana, también concurrían funcionarios y despachantes de la Aduana, bancarios, políticos y todo tipo de público. Ya tenía su fama por la calidad de producto y servicio que se incrementaría en forma notoria cuando yo pasé a ser el propietario. Lo explico. La suerte está rondando por ahí y es atraída por algunos de aquellos que poseen atributos especiales. El auge de la guerrilla tupamara de finales de los años 60 perjudicó a muchos, a otros nos benefició, pero no por su acción o intervención, sino por "aquello de las casualidades". Un amigo mío dice que las casualidades no existen, se trata de "causalidades". El caso es que sucedieron casos extremos y los tres dueños de la famosa parrilada, que lo sería mucho más después, en un momento determinado entraron en pánico y decidieron retornar a su Galicia natal. El resultado de esta situación fue que dos empleados de confianza, Antonio Méndez y yo mismo, nos hicimos cargo de El Palenque, comprando las partes correspondientes con facilidades. Como suele suceder a veces, los empujes de los socios no van en la misma sintonía, yo vislumbré "un sueño dorado" y por fin me decidí y le dije a mi socio: "Mira, o te vas tú o me voy yo". Al fin yo compré la parte y el sueño comenzó a ser realidad.

No es oro todo lo que reluce. "Los contratiempos existen en todas partes, desaparecen por un tiempo y vuelven a aparecer. 'Son causalidades'', me había dicho mi amigo Fausto."Si todo fuera color de rosa, no tendría gracia". Ya siendo empleado, yo concurría a las carnicerías de la frontera departamental cuando se instauraba la veda de la carne en Montevideo. Apenas algo más de veinte kilómetros en ómnibus suburbanos. En la terminal, a pocos cientos de metros, cargaba la enorme bolsa al hombro y marchaba a pie hacia El Palenque. Por toda la década de los años 70 esa situación se repitió en varias oportunidades. Pasó de todo. Obvio que una parrillada no puede subsistir sin carne. Hay que buscar los recursos como se pueda. Hubo requisas, hasta una camioneta que tiempo después las autoridades me devolvieron. Pasó el tiempo y ya hace muchos años que todos quieren ir a comer a El Palenque. Desde el Rey Juan Carlos I hasta los funcionarios de la Administración española en Uruguay, así cómo muchas otras personas residentes o visitantes tienen en su mente concurrir al famoso restaurante del Mercado del Puerto. Aunque la base sigue siendo la parrilla, la cocina es muy variada. Desde el tiempo de la primera reforma a mediados de la década del 70, paulatinamente se fue incorporando la cocina española. La reforma de ese tiempo generó deudas importantes. En dos oportunidades estuve a punto de vender. La negativa de Lola, que se negó a firmar, es la consecuencia de que El Palenque siga siendo del Clan Portela. La segunda reforma, más avanzada, fue idea de Luis Emilio, mi hijo, cuando él "decía" que ya no quería saber más nada del negocio.

Después de salir de la gran deuda por la primer reforma, se decidió a adquirir en la Avenida Roosevelt de Punta del Este, por aquel entonces no tan poblada ni moderna como actualmente, un terreno de más de tres mil metros cuadrados, ocupado con viviendas y un viejo hotel. Hace unos años instalamos allí El Palenque de Punta del Este, que está abierto todo el año con importante afluencia de público. Hace un tiempo comentaba que tenía un proyecto para edificar allí en un terreno contiguo un gran hotel, pero "él ya no quería saber más nada con los negocios". "Que lo hagan otros, si quieren." Antes, en octubre de 2010 ya había inaugurado "Don Hotel", frente al Mercado del Puerto precisamente. Ahora, acaba de inaugurar en Punta del Este nuestro nuevo emprendimiento hotelero en la Avenida Roosevelt, frente al Shooping, un lujoso hotel de dieciocho pisos, con cincuenta y cuatro habitaciones el Don Majestic Hotel. El tiempo pasa rápido. A mis setenta y nueve años, ya no trabajo en la parrilla ni preparo siquiera ensaladas, pero mi mente está siempre alerta. Me gusta estar en todos los detalles, concretar negocios, apoyando a mi hijo Luis Emilio, y ver que fundamentalmente se continúe manteniendo la calidad y el excelente servicio esn mis establecimientos. Esa es la premisa del Clan Portela".

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