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Prostatá, prostatá, dulce prostatá, lailailai, larailailá

¡Ay aquellos tiempos del mayo francés en que los jóvenes creíamos en imposibles! Ahora les preocupa más el estado de la próstata.

Sesenta y seis navidades han ido pasando por mi vida; estos días sumarán 67 y, si miro hacia atrás, las he pasado de todos los colores pero las de la infancia han sido las mejores. Para vivir plenamente estos días se necesita esa pócima mágica que dan los pocos años, tiempos en que estás ausente de casi todo menos de la ilusión, las falsas creencias y el paraguas protector de tus mayores, que te convierte en puro gozador de sus cosas buenas e inconsciente de las malas. Ah, pero llegas a la juventud, después a la madurez y, con las desfeitas y distribuciones territoriales que va produciendo en la esfera del amor el paso de los años, la tarea es saber cómo vas vas a repartirte los días sagrados, con qué suegra, con qué mujer o con qué hijos. Supongo que para un niño de hoy criado en la ciudad las Navidades son solo días para recibir regalos pero las de mi generación estaban cargadas de un halo especial en el que también intervenía el Más Allá, y el Portal de Belén significaba algo más que un diseño escultórico. Eran navidades sin sobresaltos porque lo más que había era miseria ya que un dictador se encargaba de que no hubiera altibajos políticos o sociales, y si los hubiera no éramos conscientes, por nuestra niñez, de su existencia.

Ahora, en estos tiempos navideños en que somos mayores, parece que volvemos a las andadas, algo similar a los vaivenes que vivieron nuestros abuelos en los años 30. Aún estamos con la resaca de la crisis, que ha dejado a muchos en las cunetas para siempre, y nos rodea un haz de partidos con líderes maldiciéndose entre ellos con vocabularios cada vez más fuertes, independentistas cada vez más ridículos metidos en un callejón sin salida devaluando la imagen de España con reivindicaciones tribales como en aquellos trágicos años 30, antisistemas empeñados en cambiarlo todo sin tener recambio alguno, gente de bien con proclamas ahora innecesarias como la de la República o tronados por el nacionalismo que se creen que viven en ella. Y para más inri y quizás por culpa de estos exaltados de Catadysney, con una carpetovetónica derecha naciente que se caga en todo, independentstias y emigrantes. Estas navidades las pasamos en tiempos que no auguran nada bueno porque hasta en los países europeos hay una contestación populista que solo piensa en el ahora, que pasa de partidos y sindicatos y que se nutre de las periferias, sea en Estados Unidos votando a ese pintoresco y salvaje Trump, en Italia a los de la Liga y el Movimiento 5 estrellas liderado por un payaso, en Francia a cargo de esos chalecos amarillos, grupos en precariedad social y cultural que en nada se parecen a la clase obrera, en Polonia revueltas sus calles y con razón contra un presidente que se atreve a explotar aún más a lo que resta de clase obrera... En fin, como si se augurase la muerte de las democracias clásicas y su estructura organizativa en viejos partidos porque ha surgido una grieta de credibilidad en ellos que puede transformarse en un abismo. ¡Qué menos cuando se confía más en un líder tribal que en las verdades pausadas de un políico honesto o un periódico!

O sea que en estas Navidades vamos a comer turrón en medio de una vorágine de cambios y, lo peor, los cambios habidos en nuestro cuerpo de cincuentones, sesentones o setentones. Estoy leyendo el libro de Manuel Janeiro, "Los hijos de la Revolución Francesa", que se refiere en realidad a nosotros, los hijos del 68 como él que en ese tiempo entrábamos en la Universidad con ideas tan peregrinas sobre la política como las que tienen ahora los universitarios catalanes horneados cerebralmente en el agit-prop secesionista, ajenos al sapere aude de Kant: atrévete a pensar por ti mismo. Igualito que nosotros, que de jóvenes llegamos al ridículo de votar a micropartidos maoístas, leninistas y la madre que los parió. Pero lo peor es que, a nuestra edad, ya no nos preocupa tanto la cuestión de Estado como la del buen estado de la próstata. Cantamos por navidad: "Prostatá, prostatá, dulce prostatá, lailai lai, larailailá".

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