Cada vez son más las mujeres africanas que eligen jugarse la vida en un cayuco para huir de violaciones, mutilaciones genitales, trata o violencia machista, en definitiva, de una persecución de género, según ha constatado en Canarias la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR).

En una entrevista con Efe, la abogada del servicio jurídico de esta ONG que trabaja en contacto permanente con los inmigrantes llegados a las islas, Beatriz Alfonso, explica que este es un fenómeno que ha crecido en los dos últimos años y que se relaciona con la situación que viven las mujeres en sus países.

Mariana recibió una paliza brutal porque su entorno no aceptó que se sintiera una mujer transexual, mientras que la madre de Aisha huyó para que su hija no tuviera que sufrir mutilación genital.

Fátima emigró debido a que su familia quiso obligarla a casarse con un hombre que no amaba y era 30 años mayor que ella, y Safiatou se subió en un cayuco porque su familia negoció sin su consentimiento su matrimonio con el hermano mayor de su marido difunto.

Estas son algunas de las historias que la representante de CEAR expuso en las Jornadas sobre Violencia de Género que ha celebrado el Colegio de Abogados de Santa Cruz de Tenerife. Beatriz Alfonso alerta de que la mayoría de las mujeres víctimas de persecución de género también sufren violencia sexual en el trayecto a Canarias.

En ocasiones, agrega, estas agresiones ocurren cuando se encuentran en Marruecos o Mauritania, desde donde parten en cayucos hacia el archipiélago. En estos países, según los testimonios que ha recibido CEAR, algunas mujeres son obligadas a prostituirse durante meses o años antes de embarcarse rumbo a las islas.

Las migrantes suelen ser perseguidas por negarse a obedecer los códigos sociales de sus países de origen y otras por haber sido violadas, lo que supone una deshonra para su familia. Según CEAR, las solicitudes de protección por persecución de género pueden ser presentadas por hombres o mujeres, aunque el 99 % de ellas son planteadas por mujeres.

La persecución por género no se encuentra recogida de manera explícita en la Convención de Ginebra de 1951, documento en el que se determina quién es un refugiado, que puede pedir protección internacional en otro país y solicitar asilo en el mismo.

Para Beatriz Alfonso, es necesario tener en cuenta que la Convención fue redactada en "un momento en el que no existía sensibilidad en materia de discriminación a las mujeres", hace más de medio siglo.