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Historia de una coherencia

El ya expresidente de todo la demostró desde sus momentos iniciales en el primer nivel de la política

Rajoy, ayer tras confirmar su marcha. // Efe

Una de las pocas cosas comunes entre la política y la vida "ordinaria " es que lo inevitable es inevitable en ambas orillas. Y era inevitable que después de lo ocurrido la semana pasada, Mariano Rajoy renunciase a lo que le quedaba tras la moción de censura: solo, y era mucho, la presidencia del PP y el ejercicio directo del oficio político. Se cumplen así dos tercios de su propia vida, porque -todo prudencia y reflexión- dedicó cuerpo y alma a lo que entendía era su deber. Y no se trata de escribir su epitafio: solo de subrayar lo evidente, la honesta entrega a la tarea de mejorar aquello que recibió de otros, y hacerlo con el máximo de coherencia que es posible en un mundo en el que esa virtud escasea demasiado. La honestidad personal solo la niegan, y por sectarismo obligado, los mandos de Podemos y la insinúan todo tipo de radicales e independentistas mientras, incluso Pedro Sánchez, el hombre que asaltó los minaretes de Moncloa, reconoció durante el debate de la censura su " respeto personal" por el censurado, un detalle especialmente significativo desde el momento en que hace apenas año y medio le llamó "indecente": quizá las largas horas de conversación que Sánchez reconoció haber mantenido con Rajoy motivaron esa nueva opinión.

En realidad, esa coherencia, la demostró el ya expresidente de todo desde sus momentos iniciales en el primer nivel de la política. En la mitad de los años ochenta cuando era titular de la Diputación de Pontevedra, se abrió un agrio debate interno en lo que aún era Alianza Popular. Rajoy, que también ostentaba la presidencia provincial de ese partido " heredada" de José Luis Barreiro Rivas -de aquella vicepresidente de la Xunta- recibió la "sugerencia" de devolver el puesto a su antecesor. Entre los intentos de "convencerle" para que lo hiciera surgió uno, cierto a pesar de su apariencia de ficción, en el que dos conocidos cargos pontevedreses de AP se desplazaron a Madrid para entonar en los oídos de Manuel Fraga coplillas contra "Mariano".

El entonces jefe de la oposición española le retiró -a Rajoy- su confianza y le pidió que renunciase a sus cargos. El ahora censurado "por el Congreso no por el pueblo" se negó "por coherencia" como "por coherencia" anunció que no criticaría en público a su presidente del partido. Fue en aquella época cuando don Mariano se negó a propiciar -también por coherencia- una rebelión contra la cúspide de AP desde la Diputación de Pontevedra a la que prometían apoyo no solo partidarios de Rajoy sino también cargos socialistas.

Pero no fue ese ni el primero ni el último de los desafíos que para sus ideas plantearon sus adversarios internos, externos y transhumantes. En 1986, cuando se produjo la asonada de Barreiro contra el presidente Fernández Albor, Rajoy junto a Romay, jugó un papel decisivo en la frustración del intento, también por coherencia, y de inmediato y por la misma razón aceptó renunciar a la presidencia de la Diputación para ocupar un puesto de máxima responsabilidad en la Xunta: la Vicepresidencia. Un año más tarde,cuando Barreiro estructuró y ganó una moción de censura que apartaba a AP del poder, Mariano Rajoy aceptó a los pocos meses ser incluido en el equipo que Aznar preparaba en el PP para la sustitución de Manuel Fraga.

(Esa coherencia no se hizo sin traumas. Poco antes de presentarse la moción de censura contra Albor, aparecieron datos sobre la concesión de licencias de juego a favor de un determinado empresario, concesión de apariencia ilegal, otorgada por el entonces vicepresidente Barreiro. La cuestión abrió un debate interno en la Xunta acerca de si procedía o no la denuncia de los hechos ante el juzgado de guardia. La decisión definitiva se dice, en favor de la presentación, la tomó Mariano Rajoy que a su entorno afirmó que ante la evidencia de los hechos conocidos no procedía, por coherencia, otra iniciativa que la puesta a disposición del juez de los datos. Se sucedieron después todos los acontecimientos propios de una acción judicial: primer juicio, recursos y sentencia firme final del Tribunal Supremo que condenó a Barreiro a pena de inhabilitación. El por entonces vicepresidente, tras la moción de censura contra Albor renunció a su cargo y dejó la política. Pasaron más de treinta años hasta que Barreiro y Rajoy volvieron a encontrarse Rajoy y Barreiro en un acto público; fue cuando el segundo recibió de manos del primero el premio que lleva el nombre del fundador de un periódico gallego. Barreiro agradeció el encuentro, que sellaba lo que el expolítico consideró siempre una injusticia.)

Todo lo demás, lo relativamente reciente y lo inmediato es conocido. Y gran parte de ello, sobre todo cuanto se refiere a la corrupción se relaciona con el sentido de la coherencia que Rajoy Brey siempre quiso mantener. Fue un puntal en el gobierno de Aznar, primero como ministro y después como vicepresidente. En la crisis abierta primero en Galicia y después a nivel nacional tras el hundimiento del petrolero "Prestige", Rajoy desempeñó un papel discutido pero clave,al frente de la comisión de coordinación de las tareas en defensa de las costas gallegas. Su presencia ayudó, además de a lo propio, a minimizar en lo posible el disgusto y malestar de los gallegos por la ausencia del presidente Aznar: fue, en definitiva, un ejemplo de coherencia del vicepresidente hacia el Gobierno de España.

Rajoy fue consecuente con ese principio hasta en los errores: convencido, como jurista y como político, de que la presunción de inocencia debía de prevalecer, se abstuvo de condenar, e incluso expulsar del Partido Popular a los numerosos presuntos corruptos -todavía hay más casos que condenas- que aparecieron sobre todo en el último mandato de José María Aznar.En los tiempos turbulentos que se abrieron en el segundo decenio de este siglo, en el que Rajoy Brey llegó a la presidencia del Gobierno, ese problema, la corrupción, se convirtió no ya en un asunto de Estado, que sí, sino también en una cuestión electoral.

Abordado por una hipocresía galopante y un espectacular cinismo por parte de la oposición, que vio en los casos del PP lo que nunca aceptó en los suyos a pesar de su evidencia, el fenómeno de la corrupción resultó una bola de fuego imposible de parar. Como ya se dijo, hubo en la cúpula del PP lo que una parte de la opinión pública y en mayor proporción de la publicada se interpretó como una debilidad e incluso una complicidad del Gobierno y del Partido que lo respaldaba. Eso, junto al agravamiento sucesivo del conflicto en Cataluña deterioraron de forma muy grave la imagen del Ejecutivo al tiempo que las maniobras visibles o subterráneas de los supuestos aliados o los declarados rivales aumentaban ese deterioro.

Es más: incluso José María Aznar con sus críticas agrias y casi siempre directas supusieron un factor de desequilibrio interno en el PP, lo que en opinión de quien esto escribe se ha dado en definir coherencia de Rajoy se demostró también en este capítulo: nunca el ya expresidente del Gobierno respondió a su predecesor de forma directa, lo que demuestra además grandes dosis de otra virtud que se llama paciencia.

Todo lo demás es tan reciente que casi no necesita ser repetido. En todo caso es evidente que la coherencia del jurista impide a Rajoy Brey ser más crítico de lo que ha sido con el contenido de la sentencia del " caso Gurtel " . Puede haber influido el hecho de que la decisión de la Audiencia Nacional sea recurrible o del hecho de que Rajoy al ser hijo de magistrado presidente de la Audiencia Provincial de Pontevedra tenga un especial respeto a los fallos judiciales. Sea como fuere esa sentencia, que incluye una no probada y extemporánea alusión a supuestas mentiras en el testimonio del presidente del Gobierno,fue elemento decisivo -según el propio Sánchez- en la censura que su ahora sustituto presentó y ganó ante el Congreso de los Diputados.

Esa resolución supone el fin de la carrera política de Mariano Rajoy. Y cierra el largo capítulo de su coherencia con un gesto final: la renuncia a la presidencia del PP. Es probable que muchos la consideren lógica y otros obligada por la sucesión de circunstancias que se han producido, pero en cualquier caso es coherente. Como coherente es el intento -ya se verá si prospera- de abrir una sucesión pacífica en el seno del partido. Ya suenan nombres para el posible relevo: Feijóo -como tantas veces se ha dicho en este periódico- es el favorito; también el de Sáenz de Santamaría e incluso el de María Dolores de Cospedal a pesar de la debilidad de su flanco conyugal. Falta seguramente el de Ana Pastor, presidenta del Congreso.

Pero esa es ya otra historia.

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