Unos 1.500 puntos de agua monitorizados, 40 arqueólogos con 150.000 horas de trabajo, 9 técnicos medioambientales... El trasfondo el complejo hidroeléctrico Alto Támega es de vértigo, a imagen y semejanza de su capacidad para convertirse en una de las joyas de la corona del sistema eléctrico ibérico. España y Portugal son un solo mercado y la triple central de Iberdrola cuenta con un sistema de bombeo -utiliza la energía en momentos en los que sobra, por ejemplo cuando hay mucha eólica, para recuperar agua hacia el embalse-, que es de los pocos equivalentes que hay ahora para almacenar electricidad. "Un aprovechamiento como este ayuda a que haya disponibilidad de energía cuando falta, lo que influye en el precio, y aporta seguridad de suministro. Ayuda en definitiva a la estabilidad del sistema ibérico", apunta José María Otero Zarauza.

Iberdrola subraya el "estudio muy concienzudo" en materia medioambiental para el proyecto. De hecho, en principio estaban previstos cuatro saltos y uno quedó descartado por las repercusiones para el entorno. "Se ha ido a la menor cuota posible en los embalses para que los impactos medioambientales sean los mínimos", explica.

Además de los planes de carácter social y económico con los ayuntamientos del área del complejo, una parte de la inversión en las obras -en las que Iberdrola usa la experiencia en centrales como Santo Estevo en Galicia o, más recientemente, La Muela, en Valencia- va destinada a reducir los efectos de las obras.