Adiós al Carballo (más) Grande de Moreira

Manuel Rodríguez e Isabel Sampayo cierran el restaurante que regentaron durante 35 años para disfrutar de su jubilación

Rodríguez y Sampayo en el comedor de Carballo Grande.

Rodríguez y Sampayo en el comedor de Carballo Grande. / // BERNABÉ/JAVIER LALÍN

El regidor de un bar es muchas veces amigo, confidente y consejero. La relación que se establece entre el cliente y el hostelero de un establecimiento de toda la vida no es la de una mera transacción económica, sino más personal que la que existe a veces entre personas de una misma familia. Por ello, cuando un negocio de estas características cierra sus puertas, el vacío que deja inabarcable. Manuel Rodríguez e Isabel Sampayo llevan 35 años al frente del restaurante Carballo Grande, en Moreira, después de una vida alimentando y sirviendo a su clientela, el próximo 31 de marzo cierran su comedor definitivamente.

Lo hacen para comenzar una nueva etapa, la esperada y feliz jubilación. Isabel asegura que ella lleva años esperando este momento, no porque no le guste su trabajo o porque no le de pena dejar de ver a aquellos que frecuentaban su casa de comidas, sino porque está deseando viajar, dedicar tiempo a sus nietos– uno de ellos, de cuatro años, está en Alicante– y cuidarse más su propia salud.

Por su parte, Manuel, que es el que oficialmente se jubila a finales del próximo mes, tras cumplir los 65 años, afirma que podría seguir operando el Carballo Grande unos años más. Con todo, pese a las discrepancias en los términos temporales para retirarse, ambos sienten una enorme ilusión por las posibilidades que se abren sin horario laboral diaria que cumplir. “A él le gusta la pesca y a mí el baile, tendremos que encontrar un punto de encuentro, un pasatiempo común” cuenta Sampayo con una sonrisa, mientras desvía la mirada hacia Manuel con ademán de reprimenda. Él le devuelve la sonrisa y baja la mirada en señal de arrepentimiento.

Su compenetración es evidente, por la forma en la que se relacionan puede intuirse que Isabel es la que pone el orden mientras que Manolo prefiere evitar las confrontaciones, incluso cuando estas son necesarias. Una intuición que confirma luego Sampayo: “Yo si tengo algo que decir te lo digo, él si hay algún problema me pide que hable yo”.

Mientras bromean sobre esta y otras cuestiones comienzan a recordar cómo fueron sus inicios. “Llegamos de Vigo en el 89 y le dimos muchas vueltas a lo que podíamos hacer, yo estudié moda y confección y Manolo era mecánico, así que la idea inicial era que él abriese un taller y yo buscase trabajo, pero finalmente nos decidimos por montar el restaurante” comparte Isabel Sampayo, para luego añadir: “siempre le ha gustado mucho cocinar”.

Rodríguez empezó a trabajar con doce años, sin tener el siquiera el graduado escolar. Aprendió el oficio de mecánico y durante años se dedicó a dar chapa y pintura a coches en un taller vigués.

A los 30, cuando tocó volver a A Estrada, su tierra natal, decidió apostar junto a su mujer Isabel por un cambio de ruta, y la cosa no pudo salir mejor. Con los ojos húmedos de la emoción cuenta: “Empezamos solo con el bajo de la casa, que ahora es el bar, pero el negocio creció rápido y no cogía la gente, especialmente cuando teníamos bodas o celebraciones grandes, por eso a los tres años hicimos una obra para ampliar el comedor”.

Ahora cuentan con una gran estancia en la pueden llegar a servir a más de 200 personas. “Algunos domingos o en fechas como el día de la madre y del padre, llenamos el comedor y hay gente que se queda sin mesa y tiene que esperar” declara la restauradora.

El mayor atractivo de su negocio es la comida casera, una esencia a la que siempre han sido fieles. “A la gente mayor no les gusta innovar demasiado y nosotros tenemos comida tradicional, de la que se come en casa, que es lo que hace que nuestros clientes vuelvan” relata Manuel Rodríguez, quien se ha encargado de la cocina desde el primer día, y lo estará hasta el último. Aunque entre bromas señala que no descarta echar una mano algún día si alguien decide alquilar el bajo para volver a llenar de comensales el comedor del Carballo Grande.

Clientes que son amigos o incluso “familia”

Empezar la jubilación es emocionante. Algunos piensan en ese día desde que dieron los primeros pasos en el mundo laboral. Sin embargo, para Manolo e Isabel comenzar esta etapa significa decir adiós a clientes que para ellos son más bien familia. “Estás acostumbrado a ver a esa gente todos los días, sabes todo lo que les pasó, conoces a su familia... y de repente perder esa conexión va a ser difícil” admite Rodríguez, un poco emocionado. Isabel se suma a las palabras de su marido y añade que en el restaurante “a veces haces de terapeuta” y por lo tanto la conexión con los clientes es muy fuerte.

Esta pérdida no solo la sienten ellos, si no que sostienen que sus comensales habituales– llegados no solo de A Estrada,sino también de Silleda, Lalín e incluso lugares más alejados como Noia– están desesperados desde que escucharon la noticia del cierre de Carballo Grande. “Desde que dijimos que cerramos nos preguntan que qué van a hacer ahora sin nuestra comida o sin venir a tomar la chiquita al bar, y a nosotros también nos emociona saber que nos van a echar en falta” expresa Rodríguez. Desde su negocio han visto crecer a generaciones y han despedido a algunos de los primeros en sentarse a su mesa, pero ahora cierran esta puerta para invertir más tiempo en sí mismos, su familia y su salud.

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