Dos corazones, dos vidas

Cristina Montouto Vilela, estradense transplantada de corazón: “Esto se puede superar, pero es necesario entender que gracias a las familias que donan, otros podemos vivir”

Cristina posa junto al banco de A Lanzada, la playa a la que dedicó su último pensamiento antes de ser transplantada.

Cristina posa junto al banco de A Lanzada, la playa a la que dedicó su último pensamiento antes de ser transplantada. / Ana Cela

Ana Cela

Ana Cela

Durante muchos años las fotografías de Cristina Montouto Vilela se publicaron en las páginas de FARO DE VIGO. En todo este tiempo, quienes tuvieron ocasión de coincidir con ella podían saber que tenía un problema cardíaco que, de cuando en vez, la obligaba a pasar por el hospital. Sin embargo, se guardaba para ella la certeza de que, antes o después, su motor tiraría la toalla y la dejaría en la estacada. El momento le llegó antes de lo que preveía, con solo 34 años. El pasado mes de junio ingresó de urgencia en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) del Complejo Hospitalario Universitario de A Coruña. Los médicos le comunicaron que la única forma de salir del hospital y poder hablar de futuro pasaba por que una donación de órganos le brindase un nuevo corazón. Horas antes de que expirase el tiempo para la esperanza, le comunicaron que una familia había hecho la donación que le regalaba el billete para una nueva vida.

Cristina, trasdezana de nacimiento y afincada en A Estrada desde hace más de una década, supo con 17 años que su corazón no le permitiría llegar muy lejos. Un estudio realizado a raíz de la enfermedad coronaria de su padre –lo transplantaron a los 42 años– demostró que esta joven fotógrafa padecía también una miocardiopatía dilatada, una enfermedad que provoca que el músculo cardíaco se vuelva débil. Hace unos años necesitó que le colocasen un desfibrilador interno, un dispositivo pensado para hacerla recuperar el ritmo cardíaco si su corazón experimentaba un paro. Ella siguió adelante, siendo un ejemplo de entereza y positivismo.

“No es que lo escondiera, pero no lo contaba porque no quería que nadie me compadeciese. No quería ir por ahí con un cartel que dijese estoy enferma”, apunta. “Hacía una vida normal. Siempre tuve esta actitud porque sabía que mi tiempo se iba a acabar. Lo sabía, así que hice todo lo que quise y pude”, continúa. “Estaba claro que había cosas que no podía cambiar, pero sí podía adaptarme. Eso fue lo que decidí hacer: simplemente viví”, dice Cris, quizás sin ser consciente de que sus palabras dejan a cualquiera asombrado, admirado y con los pelos de punta.

Vida de sofá y cama

Sin embargo, la pasada primavera la cosa se complicó para esta fotógrafa. “Me empecé a encontrar mal, muy cansada. Tenía una vida de sofá y cama, porque no daba hecho ni la comida ni siquiera la cama. Aquella no era calidad de vida para alguien de poco más de 30 años. No me lo esperaba tan pronto, pero era así”, dice. Ese malestar la llevó a ingresar en el hospital y pasarse diez días conectada a una máquina, hasta que llegó su nuevo corazón.

Esa misma madrugada la operaron. “Iba tranquila, la verdad. Era consciente de que había aprovechado todo el tiempo que tuve. Hice lo que me dio la gana, viajé... Tenía la conciencia muy tranquila y pensé: si me quedo aquí, me voy tranquila”. Pero para esta estradense no había llegado el momento del fundido a negro con la palabra “fin”, aunque sí haya comenzado la era del agradecimiento y el deseo de aprovechar cada momento como si fuese el último. “El tiempo es lo más valioso que tenemos y no lo apreciamos”, apunta Cristina. Comparte que cuando le pusieron la anestesia, aprovechó esos últimos momentos de conciencia para pensar en la playa de A Lanzada. Allí posó después junto al famoso banco en el que puede leerse Grazas pola vida.

Montouto Vilela está todavía en fase de recuperación. Solo han pasado ocho meses desde que ella y su familia posan para las fotos con los dedos formando el símbolo de la victoria, que en su caso tiene una nueva interpretación: dos vidas, dos corazones. Esta estradense reconoce que, como no podía ser de otro modo, sintió curiosidad por el donante, por esa persona que nació con corazón que ahora late en su pecho. Sin embargo, incide en que se respeta la privacidad de su familia y que entiende que esté completamente prohibida esa transferencia de información.

"Gracias a alguien puedo seguir mi viaje"

Cris fue siempre muy consciente de la importancia de que existan familias dispuestas a la donación de órganos. “Mi padre está transplantado de corazón y tuve siempre muy claro que donar es un acto de vida, un acto de humanidad. Gracias a esas familias que son donantes, hay gente que está viviendo. Mucha gente, no solo hablando de mí. Gracias a alguien puedo seguir mi viaje”, dice cuando acaba de conmemorarse el 29 de marzo como Día Nacional del Transplante.

“Me tengo que cuidar, como todo el mundo. Cuido mi dieta, hago ejercicio y tomo la medicación, que es muy importante tomarla bien para prevenir el rechazo”, indica Cristina Montouto, que ahora asegura encontrarse estupendamente. “Puedo caminar sin cansarme, puedo ir a tomar algo y pudo ir a bailar. La primera vez que bailé aluciné al ver que no me cansaba. Me encanta bailar; hay que bailarle a la vida”, sostiene.

Las ganas de vivir han hecho a Cristina recuperar su etapa formativa. Su convalecencia le impide todavía trabajar, pero no ha querido quedarse en casa sin más. Así que decidió regresar a las aulas de la a Escola de Arte e Superior de Deseño Mestre Mateo de Santiago para volver a zambullirse en el mundo de la fotografía. Reconoce que la cicatriz hace que todavía sienta muchas molestias al cargar con el equipo, así que su amiga Ana Agra –también fotógrafa– se encarga de ser su escudera. “Ella es mi cámara”, ríe. Con su ayuda y sus ganas, Cris está inmersa en muchos proyectos que pronto comenzarán a ver la luz.

“Yo he pasado por esto y se puede superar, pero es importante que la gente done; que sea consciente de que donar es dar vida”, termina esta estradense, inmensamente consciente de lo afortunada que ha sido al poder escuchar en su pecho el latido de dos corazones; de haber podido tener billete para dos vidas.

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