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El pintor Laxeiro por Vicente Risco

Acudió a Madrid en 1947 por la inauguración de la sala Kebos y para ir a las tertulias del Café Gijón, donde coincide con Risco

Laxeiro bailando en un acto de un centro olívico. | // MAGAR

Vicente Martínez Risco y Agüero, más conocido como Vicente Risco, escritor, etnógrafo y político gallegista, nació en la ciudad de Ourense el 1 de octubre de 1884, y murió en la misma ciudad el 30 de abril de 1963. Desde pequeño trabó una gran amistad con su vecino el escritor Otero Pedrayo. Estudió la carrera de Derecho en la Universidad de Santiago de Compostela e ingresó en el cuerpo de funcionarios de Hacienda en Orense. En 1913 marcha a Madrid para estudiar Magisterio. De vuelta en Orense fue catedrático de Historia, en la Escuela Normal. Dirigió la sección de Etnografía y Folklore del Seminario de Estudos Galegos. Desde 1929 fue miembro de la Real Academia Gallega. Como político era de ideología galleguista y conservadora, miembro destacado de la llamada Xeración Nos. Una de las figuras más importantes y complejas de la historia de la literatura gallega, su aportación a esta conformó las bases del nacionalismo gallego.

Entre 1946 y 1948 se traslada a Madrid como catedrático de la Escuela Normal y asistía a las tertulias de café, ya que para él “No hay nada tan importante como la tertulia de café. Puede que no seamos nada cuando estamos en casa, o cuando vamos por la calle, pero, en cuanto estamos en el café, nos convertimos, de repente, en lo que realmente somos”. A estas tertulias, asistían destacados intelectuales gallegos que residían en la capital, en la que se discutía de grandes ideas. En 1947, Laxeiro se traslada a Madrid para participar en una exposición colectiva con motivo de la inauguración de la sala “Kebos” (Plaza de Vázquez de Mella, 12), y aprovecha para frecuentar estas tertulias, en el Café Gijón, en las que coincide con Vicente Risco; la amistad entre ambos, le sirvió de pretexto para escribir, con motivo de la vuelta de Laxeiro a Galicia, un artículo titulado El pintor Laxeiro, publicado en el 19 y 21 de mayo de 1947 en los periódicos gallegos, La Noche y El Correo Gallego, sobre Laxeiro y su pintura, que transcribimos a continuación, ya que puede resultar de interés para todos aquellos que lo desconocían: Hace días que no viene por la tertulia Laxeiro, y es lástima, porque trae a ella una animación especialísima, que íntegramente procede de él. Pero se nos ha vuelto a Galicia. Porque, llega y habla, habla, habla, comenta, juzga, como él, dice, “a su manera”, refiere anécdotas, relata sueños, también las anécdotas parecen sueños, y a lo mejor lo son, porque resulta que, cuando todos lo hemos creído, sale él diciendo que aquello no fue verdad. Yo no sé si Laxeiro se incomodará si se dice de él que es un “barandán”, pero como lo es con gracia, y sobre todo, con inventiva, siempre se disfruta al oírle. Otras veces Laxeiro dibuja, bien callado y abstraído, bien mientras habla, y dibuja siempre bien. La misma inventiva que muestra en la conversación, aparece en sus dibujos, en los cuales domina siempre la fantasía.

Es una fantasía muy suya, en la cual anda el subconsciente, ese “Deus ex machina”, o ese expediente que, desgraciadamente, se va volviendo tan socorrido. Desgraciadamente, no porque no sea cosa real, y, en efecto, potentísima y culpable de muchísimo más de la mitad de lo que hacemos, decimos y pensamos, sino porque lo invocan muchísimos que no saben lo que es, por pura imitación que degenera en rutina, lugar común, cliché, tópico, frase hecha, y hasta es invocado, no pocas veces, sin venir a cuento, o más a tuertas que a derechas.

Si el arte de Laxeiro se parece a algún otro, es al de los cruceros aldeanos, y si a veces, parece que sus modelos fueron esculturas en granito, como las esculturas populares de nuestro país están vivas, a veces con mayor expresión de vida que los hombres y mujeres que andan por el mundo, resulta que las figuras de Laxeiro tienen esa vida extraordinaria con que nos sorprenden, al mismo tiempo que nos sorprenden con la perfección, realidad y pureza del dibujo. Esto quiere decir que Laxeiro, artista originalísimo, singular, sin parecido con ningún otro está dentro de una tradición; puede que no pertenecería enteramente a su figura exterior, pero pertenece a su médula.

Esto tiene una inmensa importancia, porque no se sabe a dónde iría a dar Laxeiro con su fantasía, si no llega a ser gallego. Ser gallego, si lo miramos bien, es una inmensa suerte, es tener espiritualmente, buena fortuna, aunque haya demasiados que no han sabido aprovecharse de ella. El ser gallego, normalmente, no permite a nadie alejarse demasiado de la vida, y como la vida tiene exigencias de cualidad y de cantidad, aparte otras categorías, el que es gallego está naturalmente inclinado a moderar ciertos impulsos sin por eso reprimirlos hasta el punto de no dejar que se manifiesten hasta un poco más allá de la media aritmética. El alma gallega, en todo caso normal – normal quiere decir, en este caso “vital”, o “según natura” – describe movimientos de curva excéntrica, pero vuelve siempre a su punto, como el bumerán. Normalmente, vuelvo a decir, no pierde nunca enteramente la memoria.

Así, en Laxeiro viven, lo sepa él o no – sino lo sabe, por lo menos lo sospecha – una porción de recuerdos valiosísimos. Lo difícil es, precisamente, darles forma, pero él se la da con una espontaneidad notabilísima, hasta cuándo cree que son caprichos lo que hace. Por eso, y no por el capricho, es un “raro”. Porque sus caprichos van regulados por algo interior, muy hondo, que va en la sangre.

Con su trova (melena) y su bigotito, Laxeiro parece, sobre todo cuando se pone la boina, un tenor de ópera italiana, o un galán de teatro o de novela romántica, y acaso tampoco esto sea un azar. Puede que alguien diga que aquellas son interpretaciones convencionales de la Edad Media, pero esa misma era, después de todo, la de Vicetto; los “Hidalgos de Monforte” eran así. En aquellas interpretaciones acaso haya una autenticidad que no son capaces de percibir los eruditos, por atenerse demasiado al “dato”. El caso es que Laxeiro, con su perfil físico de posible ilustración de edición ilustrada de la primera mitad del siglo XIX, dibuja y pinta como lo harían los pintores o los escultores medievales. A través de los tiempos, hay algo que persiste y que viene sabe Dios de dónde. En lo extremo de la pintura de Laxeiro, hay infinidad de detalles y de convergencias interesantes, que no queda ya espacio para desentrañar. Pero llegaremos a hacerlo, si llegamos allá.

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