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Un bombero en tierra de fuego

Un matrimonio de A Estrada vive con sus tres hijos a ocho kilómetros en línea recta del volcán de La Palma

Evaristo y Lucía, con sus tres hijos, en Puerto Naos, zona muy próxima al volcán.

Se llama Evaristo Mato Mosquera. Siente un profundo respeto por el fuego, como el que puede tener cualquiera por un enemigo que sabe poderoso, pero al que debe abatir si se presenta la oportunidad de un cara a cara. Este estradense trabaja como bombero en el aeropuerto de La Palma desde hace más de 16 años. Su profesión le hizo sacar billete para esta isla del archipiélago canario y las circunstancias terminaron convirtiéndola en su hogar. Hoy este bombero sabe lo que es vivir en tierra de fuego. Su casa está a ocho kilómetros en línea recta de un volcán en erupción.

Evaristo fundó una familia junto a la también estradense Lucía González García. Forman una pareja dedicada a servir y a proteger. Él bombero; ella, policía. Y junto a ellos, sus gemelas de nueve años –Sofía y Laura– y Marcos, su benjamín de seis. Sus teléfonos no paran estos días de sonar y de recibir mensajes desde la Península. Su familia y amigos siguen las noticias con preocupación, preguntándoles de cuando en vez si no habrá llegado el momento de poner rumbo a la que siempre será su casa. “De momento no nos lo planteamos, la verdad. Hay que ver cómo evoluciona y, si la cosa empeora, a lo mejor habría que pensar en marchar; pero, de momento, estamos tranquilos y vamos viendo”, apunta Evaristo.

Residen en la zona de la isla que está al otro lado del volcán. En línea recta los separan ocho kilómetros, pero por carretera –un vial sinuoso– serían unos 25. O, lo que es lo mismo, el trayecto de A Estrada a Santiago, que también semeja muy cerca para ser la distancia a un volcán en plena erupción. “Se vive con relativa normalidad todo, pero hay un ambiente de preocupación por lo que está pasando en el otro lado. Estás siempre pendiente de las noticias; te acuestas viendo la televisión para ir informándote porque, como esto va evolucionando y va cambiando, hay que estar muy pendiente siempre de lo que va pasando”, señala Mato.

Las cenizas permiten volar

Este estradense explica que, salvo la preocupación que planea sobre sus cabezas como un nubarrón que amenaza lluvia, una aparente normalidad se impone en La Palma. Aunque es bombero, su puesto está en el aeropuerto, de manera que únicamente tendría que echar una mano ante esta catástrofe si lo autorizan para tal y se requiere ayuda. Los aviones están aterrizando y despegando como habitualmente, sin cancelaciones. “Las cenizas todavía no afectaron; ahora mismo está todo funcionando como siempre”, indica.

Desde donde viven no divisan el volcán. Solo intuyen su presencia por el humo que ven en ocasiones detrás de una montaña. “Están pidiendo que no intentemos ir para allí para no colapsar el tráfico, porque hay una carretera solo y, como dicen que esto va para largo, prefiero ir más adelante para dejar trabajar a los servicios de emergencia y no entorpecer”, explica Evaristo. Lo que sí percibió la pareja fueron los temblores después de que se iniciase la erupción. Él lo notó en el trabajo y su mujer, en casa. El resto de los movimientos sísmicos que venían registrándose no alteraron su rutina.

“El resto de la isla está con vida casi normal, con la preocupación que hay, pero trabajando la gente y con el comercio abierto”, relata cuando se le preocupa si aprecian desabastecimiento en los supermercados o una intensa alteración del día a día. Sus tres hijos acuden a clase, donde también les están explicando qué es lo que está sucediendo. El panorama que vive la isla les brinda una clase de ciencias en toda regla. También en casa se refuerzas estos conocimientos. “Les decimos que es un fenómeno natural, que es un volcán. Antes de la erupción también hubo movimientos sísmicos pequeñitos y se le fue explicando que se pongan en sitios abiertos, que no les pueda caer nada encima”, indica Mato Mosquera, detallando que el matrimonio fue haciendo a sus hijos partícipes de las recomendaciones que ellos mismos iban recibiendo a través de los medios de comunicación. “No los notamos con miedo. Están bien. Preguntan y nada más”, expone.

En su piel

Pese a la calma tensa que se vive en esta parte de La Palma, este estradense es más que capaz de ponerse en la piel de quienes, a tan poca distancia, están sufriendo grandes pérdidas en la isla que se convirtió en su hogar hace 16 años. “Miedo no es. Es más bien tristeza y preocupación. Es impotencia. Ves que está tu casa ahí y ves que la vas a perder. Tu vida se te va ahí y no puedes hacer nada”, reflexiona.

Evaristo y Lucía van contando por teléfono a sus familiares y amigos en A Estrada cómo pasan el día. Entienden la preocupación de quienes siguen la erupción a muchos kilómetros de distancia, pero se sienten bien informados y convencidos de que, por el momento, no tienen motivos para meter su vida en una maleta. “Nos llaman varias veces; nos dicen si queremos irnos para ahí. Nosotros tratamos de transmitirles tranquilidad. Estamos bien, estamos tranquilos y, de momento, vamos a seguir aquí”, resume Evaristo.

Este estradense llegó a La Palma hace más de 16 años con un contrato de bombero para el aeropuerto. Era de corta duración, tenía con quién quedarse en la isla y decidió aventurarse. Pero el contrato se alargó y después sacó la plaza. A los pocos meses aterrizó su mujer, que terminó haciéndose policía. “Hicimos la vida aquí y estamos muy cómodos y contentos”, señala. Son estradenses, pero también son palmeros. Comparten el dolor de quien ve su vida devorada por la lava y entienden que no se planteen salir de su lugar en la tierra rodeado completamente por el mar. “Es gente de aquí, que lo perdió todo y se va a casa de familiares o amigos”, apunta Evaristo. Ahora mismo viven en tierra de fuego y muy pendientes de lo que pasa, pero están en su hogar.

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