Formar parte de una comisión de fiestas es de esas labores tan arduas como poco agradecidas. Las habas suelen estar contadas y hay que tener mucho cuidado de que las cuentas de casa coincidan con las de la plaza. Idear un cartel estelar para las celebraciones patronales es una tarea bien sencilla. Ahora sí, ver cómo costearlo ya es harina de otro costal. Después del San Paio más comedido y extaño de la historia, con pocas ganas de fiesta y mucho miedo en el ambiente, los festejos de 2020 darán el relevo en pocos días a unas celebraciones patronales que tendrán que ajustar su formato a la situación de pandemia pero que recupera, en muchos aspectos, la estructura de las fiestas de cuando la normalidad era, simple y llanamente, normal.
Decía Karina que volver la vista atrás es bueno a veces. En este caso, no es que ayude, porque muchas de las actividades incluidas en el cartel de San Paio de hace décadas es posible que hoy no tuviesen el éxito de antaño, pero sí resulta, al menos, bien curioso. Hubo años en los que los gremios profesionales –construcción, madera o comercio, por ejemplo– se encargaban de la organización de las fiestas. Después llegarían las comisiones vecinales.
Unos y otros debían ingeniárselas para proponer a los vecinos variadas actividades para disfrutar al máximo de estos días de alegría. Así, durante algunos años fue costumbre por el San Paio elegir a la reina de las fiestas. La muchacha en cuestión se convertía en todo un emblema de los festejos y presidía la denominada Batalla de las flores.
Las calles principales de la localidad se engalanaban como lo hacen ahora para recibir a las vistosas carrozas creadas para esta ocasión, desde las que se lanzaba toda clase de papeluchos y confeti de colores. En una de las carrozas la reina disfrutaba de su efímero reinado.
Durante años las comisiones también apostaron por hacer que A Estrada contase con su particular Maestranza: una plaza de toros, provisional pero muy digna, que se habilitaba junto al consistorio y en cuyo interior se ensalzaba la tradición taurina, entre gritos de ole, ole y ole. Otro de los clásicos del San Paio eran las carreras de burros, una antigua iniciativa que se conservó durante años.
Las ruletas de barquillos fueron durante años todo un atractivo que muchos aguardaban encontrar en las fiestas patronales. Se trataba de una simple apuesta a un número que siempre tenía premio. Si el jugador tenía a la suerte de su lado, podía desfilar por las calles con una torre de sabrosas galletas. Y por las calles avanzaba también la tradicional procesión, acompañada por muchos niños de Primera Comunión y mujeres con la clásica mantilla.
