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Maestros en la trinchera

Minia Cabaleiro Carballude, tras vacunar a su abuela –abajo en su 96 cumpleaños– contra el COVID.

Minia no sabe si siempre quiso ser enfermera. Lo que tiene claro esta joven de A Estrada es que siempre tuvo el instinto de cuidar y que cuando entró en aquella primera clase de Enfermería supo que había encontrado su lugar en el mundo. Toda una suerte. Reconoce que le gusta la acción. Cuando se habla con ella, es fácil imaginársela en un servicio de urgencias, moviéndose con la rapidez y la soltura de quien sabe justo lo que tiene que hacer y no se deja impresionar por la presión del momento. Es por ello que estrenarse como enfermera en plena pandemia no hizo más que enfrentarla a un desafío que ella se tomó como una oportunidad extra para aprender. Su memoria de prácticas es un canto a quienes no dudaron en enseñarle todo lo que estuvo en su mano. El servicio de Atención Primaria de A Estrada ha sido reconocido en varias ocasiones como el mejor de España. Con esta enfermera ha demostrado que ser grande es un trabajo de equipo; es saber ejercer codo con codo y sin egocentrismos estériles. El que importa es el paciente que, en muchos casos, es también el vecino o, incluso, el abuelo. Así que nadie duda en arremangarse la bata blanca.

Nadie, por mucha autoestima que tenga, nace aprendido. El problema es que a muchos se les olvida que en algún momento tuvieron que aprender a defenderse como profesionales en el día a día, a llevar la teoría a la práctica. Ser buen maestro engrandece, pero no es una tarea sencilla, más aun cuando el trabajo no espera. Con cuarto de Enfermería llegando a su fin, a Minia Cabaleiro Carballude le tocó la última de sus rotaciones: el centro de salud de A Estrada. “Cuando se hablaba, en general, de Atención Primaria, siempre escuchaba que no se hacía gran cosa: tomar tensiones, llevar el seguimiento de algunos pacientes diabéticos y hacer curas iba a ocuparme media mañana, y la otra media la pasaría tomando cafés”, relata esta estradense. “Mis compañeras de carrera siempre acababan cansadas y asqueadas, después de sus rotaciones en los centros de salud. Decían que no hacían nada: que entraban a las nueve de la mañana y salían a la una”, continúa. Pese a todos estos comentarios, Minia desembarcó en un recién estrenado centro de salud de A Estrada cargada de ilusión y el servicio supo estar a la altura.

Abiertos a enseñar

Todos los recursos humanos y materiales de este centro se pusieron al servicio de la “novata”, pero nadie la trató como tal. Minia asegura haber encontrado respeto profesional y empatía, pudiendo aprender tanto de las enfermeras más próximas en edad como de las más veteranas. “A primera hora casi siempre iba a la sala de extracciones para hacer analíticas de sangre y la verdad es que iba ya todos los días de buen humor porque sabía que esto sería lo primero que haría. Después Loli –la enfermera a la que fue asignada– pasaba consulta. Lo más común eran controles de tratamientos anticoagulantes orales, toma de tensión arterial, glicemia, peso, talla, vacunas, inyecciones intramusculares, curas de úlceras, test de antígenos… De ella aprendí la mayor parte de las cosas, pero no fue la única. Con Concha, Teresa y Ana, las más veteranas del centro, hasta parecía fácil encontrar los domicilios a los que debíamos ir para administrar las vacunas de Pfizer o Janssen”, narra.

Con la abuela en la consulta

En uno de los días en los que le tocó vacunación, esta enfermera tuvo la oportunidad de administrar inmunidad a su propia abuela. Clemencia, de 96 años de edad, acudió al servicio en coche para ponerse la segunda dosis y allí se encontró a su nieta. No dudaron en tomarse una foto para inmortalizar el momento. “Mi abuela es una persona con movilidad reducida y no podía entrar en el centro. Se quedó en el coche, salí y dije que quería ser yo quien se la pusiese. Fue un momento emotivo porque que esté viviendo una pandemia con 96 años...”., rememora. Asegura que en ningún momento le dio reparo pinchar a un familiar. “Para nada, de hecho estaba muy emocionada por ser yo quien se la pusiese”, matiza.

Aunque puedan dar otra impresión, en la trinchera se pasa miedo. En plena pandemia sí existe el temor a contagiarse y, en especial, a contagiar a personas de riesgo que estos profesionales puedan tener en sus propias casas. Minia también saboreó ese temor.

El de administrar a su abuela la vacuna contra la COVID-19 no fue el único momento que marcó el paso de esta enfermera por la Atención Primaria de A Estrada. Recuerda como el mejor de todos el haber sido tratada como una igual por los profesionales que atendían a un enfermo con angina de pecho. También los hubo muy amargos, como el hecho de afrontar que un paciente se desmorone en la consulta porque uno de sus seres más queridos decidió quitarse la vida.

La última lección

Todo ello se convirtió en materia para el estudio y la reflexión. Pero Minia asegura haber terminado su estancia llevándose una última lección, en este caso sobre la propia Atención Primaria. “Conocí a fondo su importancia; comprendí qué significa el centro de salud”, explica. “Venía de estar siempre en los hospitales y, al final me absorbió esa dinámica; la Atención Primaria debía centrarse en las necesidades –y no solo en la enfermedad– de las personas. El abordaje de la salud era completamente holístico, teniendo en cuenta no solo las necesidades del paciente, sino también su ámbito socioeconómico y familiar”, relata. “Por fin cobraba sentido la definición de la OMS de salud; por fin comprendí dónde se trabaja de verdad para lograr realmente el bienestar físico, mental y social y no solo la ausencia de enfermedad”, declaró.

Acostumbrada a tratar con personas enfermas durante todas sus prácticas, Cabaleiro Carballude terminó viviendo la definición de la salud. “El ambulatorio es el primer contacto con la salud que tienen las personas y el mayor responsable de coordinar, a largo de su vida, la actuación sanitaria que precise, siempre mostrando apoyo, confianza y esperanza a los pacientes. Es por ello que, posiblemente, me pareciese el lugar donde el trato con el paciente es realmente humano”, concluye.

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