El mundo del fútbol suele estar ligado a contratos millonarios, firma de autógrafos, fotos con decenas de fans y endiosamiento de jugadores. Sin embargo, en las categorías más alejadas de la élite, sigue habiendo espacio para una humildad que se impone en la mayoría del gremio.

Un claro ejemplo de esta dosis de realidad social que viven la mayoría de jugadores que no han llegado a lo más alto es Víctor Vázquez. A punto de cumplir 29 años, el marinense acumula muchas temporadas viviendo única y exclusivamente de la pelota. Producto de la prolífica cantera del Celta (con el que llegó a debutar en Copa del Rey y en Segunda División), el central pasó luego un lustro en el Racing de Ferrol antes de firmar este verano por el Pontevedra.

Sin embargo, esta trayectoria exitosa en la tercera categoría del fútbol español no le ha hecho perder de vista sus orígenes. Con su regreso a Marín para jugar en el equipo de la capital de la provincia, el futbolista vuelve a ser un ocasional empleado en la Churrería Vázquez Galiano (estos días en Sanxenxo), un negocio en forma de puesto ambulante que acumula la historia de varias generaciones de la familia. "En algún día especial en el que va a haber mucho trabajo, ayudo a mis padres. Yo sé de dónde vengo y no se me caen los anillos. Somos gente trabajadora y sé lo que cuesta todo", apunta el marinense, que es conocido en el mundo del fútbol por "Churre". "Soy el hijo del churrero y la gente me conoce mucho más por Churre que por Víctor.", destaca alguien que no reniega de su apodo ni de sus orígenes. Al contrario.

El central recuerda que desde bien pequeño el negocio familiar le hacía pasar muchas horas fuera de casa en verano. "Nos veníamos para Sanxenxo y yo jugaba horas y horas con los hijos de otros vendedores. Eso me hizo conocer gente nueva y dejar de ser cortado", expresa.

De hecho, Churre explica que le debe mucho a sus progenitores, principalmente a su padre: "Se sacrificaron mucho. Mi padre llegaba de trabajar a las 5 de la mañana y se levantaba dos horas o tres horas después para llevarme a entrenar o a jugar. Lo hacía con gusto". Luego, cuando cumplió 18 años lo primero que hizo fue sacarse el carné para "quitarle trabajo" a sus padres y poder moverse él por su cuenta.

Posteriormente llegó su etapa en Ferrol, desde donde podía venir menos a Marín. Sin embargo, ahora que está de vuelta, no duda en cambiar el balón por el aceite cuando es necesario. Y sus compañeros lo agradecen. "En días especiales, llevo al vestuario churros y les encantan. Aunque no se puede abusar de ellos", reconoce antes de afirmar que, una vez se retiren sus padres, el negocio familiar no desaparecerá pese a que él se haya enfocado al deporte.