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No lo soñamos

Ceresuela, Fortes y Calleja, junto a las indumentarias del Pontevedra de los 60 que se exponen en el Pazo Provincial. // R.V.

Lo más cerca que estuve de jugar en el Pontevedra fue la primera convocatoria del equipo B de juveniles de la temporada 82/83, en el que creo que me hicieron un hueco por que mi padre era concejal de urbanismo. Llevábamos tan solo dos semanas de entrenos y en cada sesión de calentamiento alrededor del viejo campo de tierra de A Xunqueira mis compañeros de vestuario me sacaban más de un largo de ventaja. Descolgado y jadeante llegaba a la sesión con balón, y ahí la sensación de ridículo era aún mayor.

Sin embargo, en esa primera convocatoria la fortuna me hizo un guiño. Un par de esguinces y un resfriado inoportuno obligaron al mister, Manolín, a echar mano de mí para completar la lista. Nunca me sentí tan orgulloso como en aquel viaje en autocar en el que formé por unas horas parte del club al que había jurado amor eterno desde niño. Recuerdo que el partido fue en A Guarda, que empatamos dos a dos y que ni siquiera me llamaron para calentar en la banda. A la semana siguiente, superados los resfriados y esguinces, volví a salir de la convocatoria...y hasta hoy.

Visto que Dios no me había llamado por la senda de los terrenos de juego, o dicho de otro modo, que como le sucedía a Asuranceturix las opiniones sobre mí estaban divididas (yo pensaba que era genial y el resto que como mucho podía ayudar a poner los conos para el entrenamiento) me decidí a probar fortuna con otros caminos aledaños al club granate. Fue en parte por eso por lo que me hice periodista. Una mañana de septiembre de 1985 me fui a matricular en Primero de Ciencias de la Información en la Complutense de Madrid, y tras esperar en una cola interminable, una becaria que rellenaba las solicitudes de ingreso en la secretaría me sonrió cuando vio mi ciudad de procedencia en el DNI y me guiñó un ojo.

-Viniendo de donde vienes, en vez de en Primero te voy a matricular en Tercero, que ya se sabe que ser de Pontevedra es como tener media carrera hecha. Yo soy de la calle Charino.

Reimos los dos mientras aumentaba el cabreo entre los que esperaban en la cola. Entonces, por seguir con la gracieta, saqué de mi cartera el carnet de Fondo Norte de Pasarón.

-Uyyy. Con esto directamente te apunto al doctorado-concluyó.

Malamente acabé la licenciatura, pero al menos el periodo en prácticas me permitió hacer los primeros pinitos en Radiocadena Española, con el gran y único Marcelo Otero. Elegí como destino para mis primeras armas un carrusel local para el País Vasco. No tenía mucho riesgo. Jugaban Pontevedra y Bilbao At., y solo tenía que dar poco menos que minuto y resultado. En la vieja cabina de Preferencia, bajo el tejadillo de uralita donde de niño me había cobijado tantas veces de la lluvia para ver al Pontevedra, se coló toda mi cuadrilla. A esas edades se hacen muchas tonterías, como llenar la cabina de cervezas y olor a tabaco mezclado con esencias "marroquís".

-Sergio, pásame una birra y un papelillo- le dije a un colega después de entrar en cadena para decir el consabido Pontevedra 0-At. Bilbao B 0. Sonó una voz con acento vasco por los cascos.

-Xabier? te llamas así, no?. Mira, tras cada conexión baja por completo el volumen del micro porque acabas de entrar como un trueno en antena pidiendo "una birra y un papelillo" mientras Argote botaba un corner en San Mamés".

Con el tiempo fui madurando, cambié de amistades, hice una vida algo más sana y hasta adquirí cierto aire de respetabilidad en mi ciudad y en mi propia profesión, algo que aún hoy me tiene bastante sorprendido y confundido. Lo que nunca abandoné (y a estas alturas ya no voy a cambiar de costumbres) fue mi pasión por el equipo de mi ciudad. Recuerdo casi con una nitidez digital mi estreno en Pasarón. Tenía nueve años y hacía uno que mi padre, capitán de infantería, transitaba por distintos penales militares (Ceuta, Ferrol, Hoyo de Manzanares,...) tras ser condenado a cuatro años y medio de prisión por montar una célula antifranquista en el ejército de Franco, que hace falta ser un inconsciente, tal como estaba entonces el patio en los cuarteles. En casa no entraba más que la exigua pensión de mi abuela, y eso no daba para una entrada de fútbol.

Pero cuando en junio del 76 el Pontevedra se plantó en la última jornada necesitando derrotar al Lemos en Pasarón para ascender a Segunda, la directiva, para dar más ambiente, decidió que los niños entrasen gratis a la grada de sur. Ese fue mi debut. Aún retengo el jalear de la alineación local, el himno gallego cantado a coro, el balón rojo donado por Deportes Campeón, y sobre todo el gol de Plaza de penalti que nos abrió la gloria.

Uno de los placeres que gracias a mi profesión me ha deparado la vida, ahora que ya he atravesado la cincuentena, es poder ir anudando amistades con algunos de los jugadores que han formado parte de la historia de este club que ahora cumple sus bodas platino. Sin duda, ninguna situación más surrealista que la que me ocurrió cuando inicié el rodaje de un documental sobre la historia del Pontevedra C.F. para TVE. Había quedado con Foro y Español para repasar los años de la fundación del club en 1941 y el famoso Trienio de Oro. A Foro ya lo conocía personalmente, pero a Español solo me lo habían señalado alguna vez lejanamente por la calle. Le llamé por teléfono y quedamos en la terraza del Blanco y Negro. Cuando vi aparecer a un respetable anciano con una visera similar a la que según me habían dicho usaba ya fuese verano o invierno, le pregunté:

-Es usted Español.

-Sí

-Mire soy el de televisión. Le quería hacer unas preguntas. ¿Qué recuerdos tiene de sus primeros años en el Pontevedra tras la Guerra Civil? ¿Cómo era el fútbol en esos años? -le suelto a bocajarro.

-¡Pero si yo nunca jugué en el Pontevedra, ni nunca jugué al fútbol!

-¿Pero usted no es Español?

-Sí, Español, Español...de España.

A duras penas pudo el cámara Manuel Yañez evitar con las risas que la cámara Betacam recién estrenada se hiciese añicos contra el suelo.

Fue gracias a ese mismo documental por el que comencé a trabar amistad con los integrantes del mítico Haiqueroelo. Con Ceresuela, Calleja, Fuertes, José Jorge, Martín-Esperanza, Cholo y compañía he compartido desde entonces tantas tertulias futbolísticas que me sé de carrerilla todas sus andanzas.

Nunca olvidaré el privilegio del que disfruté al ser el primero en visionar en una vieja moviola de Prado del Rey esas bobinas de cine olvidadas en un baúl enmohecido de los archivos de TVE, donde llevaban durmiendo más de 40 años nuestros años de gloria y esplendor en la hierba. Cuando acabamos el montaje y lo emitimos en el auditorio de la ciudad, repleto de viejos jugadores y aficionados, sus caras y ojos llorosos por la alegría y la emoción fueron la mayor recompensa.

Lo mismo me pasa ahora con esta exposición que hace un recorrido por su historia, que es nuestra propia historia, y que mañana, lunes, se inaugura en la Diputación. Siento la misma pasión y estado de nervios al ir encajando como en un mecano todas las piezas: El Eiriña, la fundación del club en el Pacto de las Palmeras en 1941, el Trienio de Oro, el ascenso a Segunda contra el Burgos en el 60, el ascenso a Primera con el gol del ajo de Ceresuela al Celta el 14 de abril del 63 (qué bonito es siempre un 14 de abril), el liderato al derrotar al Atlético con el gol de Odriozola, la leyenda de la portada del Pravda, el 3-0 al Madrid, el 0-1 en el Camp Nou, los años de decadencia y ocaso, la Segunda, la Segunda B, la Tercera, aquel gol en propia meta de Marsillas en la promoción contra el Hospitalet en el 82, la gloria contra el Eibar en el 84, José Emilio, Milucho,...Y la misma cara de emoción observo en el equipo de esta muestra, Rafa Vidal, Alfredo Montero, Portu, Roberto, Pereira,...

Yo trato de transmitir esa misma pasión a mis hijos, aunque a veces mi mujer me afea la conducta. Un día casi los traumatiza, que no se le ocurrió decir mejor cosa que los estaba mal educando, que iban a pensar los chavales que el fútbol era más importante que los estudios, cuando todos saben que el fútbol es en verdad el inicio de la sabiduría.

De mis hijos solo espero que sean personas de bien y que disfruten la vida como yo la he disfrutado. Y espero también que si alguno de ellos, dentro de unos años, se decide a cursar alguna carrera en la capital de España, una joven becaria lo reciba en la secretaría de alumnos, diciéndole con una sonrisa: "viniendo de donde vienes..." antes de sacar de su cartera el carnet del Fondo Norte de Pasarón.

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