A Erik Vázquez Pérez le gusta el fútbol, como a prácticamente todos los niños de siete años. Pero hay que hilar finísimo para encontrar a esa edad un campeón gallego. Erik lo es, de kickboxing, en la categoría 7. Ya lo fue el año pasado, cuando tenía 6. Y si lo vuelve a ser el próximo, con 8, cuando ya estén permitidos los contactos, el ribadaviense representará a la comunidad autónoma gallega en los campeonatos de España.

Erik tiene un hermano mayor, Saiz, de 12 años, al que el kickboxing le gusta sin más. No ha terminado las competiciones subido en un podio. Saiz significa feliz en egipcio, un nombre que a su padre, Enrique, le hizo tilín; el nombre Erik es catalán, como su madre.

Erik es un talento precoz, a los cuatro años ya estaba dándole a esto del kickboxing. En la localidad pontevedresa compitieron niños de entre 5 y 14 años. A todos los superó, para alegría del profesor en la escuela en la que entrena, Claudio, que le llama el alemán porque es un niño perfectamente organizado al que no hace falta repetirle las cosas. "Todo lo lleva a rajatabla", subraya su padre.

Erik entrena en Carballiño, en la escuela Madokoan. A Claudio pronto le llamó la atención el talento de Erik, pero sobre todo la flexibilidad en las piernas y que absorbía como una esponja todo aquello que se le enseñaba. Porque en los estudios no desentona, notables y sobresalientes jalonan sus notas.

A Enrique, su padre, le gustaría que Erik se dedicase al kickboxing profesionalmente, aun sabiendo que no da para vivir. Pero le gusta la disciplina que inculca, el respeto que se le tiene a los rivales y al profesor. "En los tiempos que corren esto es un tesoro", puntualiza.

No es el kickboxing un deporte especialmente costoso, otra cosa es que "a estas edades el cuerpo les cambia constantemente y hay que comprar cada dos por tres todo lo que necesita para practicarlo", detalla Enrique.

Sí exige dedicación, mucha para críos tan pequeños. Ahí aparece la figura de su madre, Mercedes. Ella es la que lleva a Erik a los entrenamientos, y la que le espera pacientemente. No es poca cosa porque acude a la escuela tres o cuatro días a la semana, hora y media por entreno, dos semanas sin parar antes de la última competición. "Todos nos dicen que Erik tiene algo diferente", remacha su padre.