Ciclismo - Itzulia

Una caída que hace temblar al mundo

Vingegaard se rompe una clavícula y varias costillas - Roglic y Evenepoel, afectados

Sergi López-Egea

No hay nada peor que una caída producida en la cabeza del pelotón cuando todos los favoritos van delante; juntos, rozando prácticamente las bicis. La cuarta etapa de la Itzulia pasó ayer a convertirse, desgraciadamente, en la del año, por lo negativo y por el tremendo accidente que retiró de golpe a Jonas Vingegaard, Remco Evenepoel y Primoz Roglic; los dos primeros en ambulancia y el ciclista esloveno en el coche de su director Patxi Vila. El danés, ganador de los dos últimos Tours, sufrió una fractura de clavícula y de varias costillas, que no debería hacer peligrar su presencia en la ronda francesa.

Transcurría el día en paz y con sol primaveral. Los corredores pasaban por primera vez a ritmo veloz por la localidad alavesa de Legutio, donde estaba la meta, un pueblo entregado a Mikel Landa, que vive a 30 kilómetros; el mismo Landa que iba en la cabeza de la Itzulia cuando los ciclistas descendían el puerto de Olaeta; una carretera, la verdad, y según los conocedores de la zona, no muy apropiada para bajar en bici; hay raíces de los árboles que amenazan el asfalto, provocan baches, y donde controlar el manillar es tarea complicada.

Llegó una curva. Faltaban 32 kilómetros. Todos estirados y en el fatídico lugar, con la protección tampoco colocada con mucho acierto, llegó el drama, una de las caídas más graves que se recuerdan en años, tanto por el gran número de afectados como por el nombre de los involucrados. Hasta se retiraron. Y las imágenes impactaban, tanto, que hasta Adam Hansen, presidente del sindicato internacional de corredores, pidió oficialmente que, por respeto a los familiares, nunca más se vuelvan a ofrecer las escenas de ciclistas que no se mueven en el suelo rodeados de ambulancias y con los sanitarios sacando bombonas de oxígeno.

Sin vehículos sanitarios

Vingegaard era retirado en ambulancia y conducido al hospital de Vitoria situado a unos 25 kilómetros. Evenepoel, que trató de salvar entre piedras, árboles y hierba un accidente inevitable, entraba por su propio pie y agarrándose la clavícula derecha con el brazo izquierdo, a otra ambulancia. La Itzulia se quedaba sin vehículos sanitarios y la larga lista de afectados obligaba a evacuar a corredores como el australiano Jai Vine o el estadounidense Sean Quinn.

Después de neutralizar la etapa y de comunicar que no valían los tiempos, la organización decidió de forma discutible que los seis fugados, que precedían al pelotón antes de la grave caída, se disputasen la victoria. El resto de los ciclistas que sortearon el accidente llegaron a Legutio a ritmo tranquilo y con tímidos aplausos.

Los directores deportivos se apresuraron a llamar a padres y parejas de corredores desde los coches mientras el pelotón permanecía parado en la localidad guipuzcoana de Eskoriatza. Eran tan duras las imágenes ofrecidas por la televisión vasca que era necesario tranquilizar a la familia.

El ciclismo es un deporte de riesgo demasiadas veces. Los organizadores, para favorecer la audiencia, buscan ocasionalmente carreteras imposibles, y los ciclistas –más, ahora, con los frenos de disco– asumen peligros innecesarios.