Historias irrepetibles

Un hombre feliz en San Remo

El próximo fin de semana se disputa la primera gran clásica de la temporada justo cuando se cumplen cincuenta años de la edición que vivió el único triunfo de Felice Gimondi

El italiano, ya veterano, regaló una imagen icónica conquistando la Milán-San Remo con el maillot arcoíris

Gimondi celebra su victoria en San Remo.

Gimondi celebra su victoria en San Remo.

Juan Carlos Álvarez

Juan Carlos Álvarez

Para Felice Gimondi cada carrera de 1974 era una fiesta. Ganar el Mundial de Montjuic unos meses antes le concedía el derecho a lucir el maillot arcoíris algo que, a sus 32 años y encarando el tramo final de su carrera, imaginaba que nunca iba a poder disfrutar. Ya tenía casi todo lo que quería en su palmarés: las tres grandes, monumentos de toda clase, el Mundial en ruta… Pasearse con aquella emblemática prenda por las carreteras de Europa era una especie de homenaje para un corredor magnífico que había tenido la desgracia de coincidir con ese gigante monstruoso llamado Eddy Merckx, a quien desafió sin desmayo, al que derrotó en no pocas ocasiones, pero contra el que perdió la mayoría de veces en que ambos coincidieron en una carretera.

La Milán-San Remo, una de las grandes carreras del calendario que aún por encima se disputaba en su país, seguramente era su cuenta pendiente. Nunca había sido capaz de conquistarla. Un segundo puesto tras Merckx y un tercero eran lo máximo que había sido capaz de conseguir en ese sinuoso recorrido que une el frío de Milán con el cariñoso sol que acaricia en esa época del año la costa mediterránea. No es la clase de terreno en el que más cómodo se sentía un ciclista como él: sin la suficiente dureza como para soltar a gente con mucho mejor final que él. Y no era sencillo repetir lo sucedido en Montjuic cuando se encumbró como campeón del mundo tras imponerse en un improbable final a Merckx y Maertens en el esprint definitivo. Gimondi, el chico al que sus padres llamaron Felice porque estaban convencidos de que su llegada en mitad de la tristeza generada por la Segunda Guerra Mundial llenaría de alegría su hogar, no desesperaba en su deseo de levantar los brazos en Vía Roma, el lugar en el que siempre acababa la carrera. El año 1974 le ofrecía una nueva oportunidad, pero allí estaba Eddy Merckx esperando por él. Ambicioso como siempre; furioso como pocas veces. Al belga le dolía ver a Gimondi pasearse con el maillot arcoíris. Sentía que le pertenecía. La derrota en el Mundial de Montjuic había sido una de las más dolorosas de su carrera. Fue una de las pruebas más polémicas de la historia con un final vibrante entre Merckx, Maertens (que trabajó para su compatriota), Gimondi y Ocaña. Hay montones de leyendas sobre lo sucedido aquellos días, sobre las rencillas entre belgas, sobre la prima prometida por “el caníbal” a sus compañeros de equipo para que se plegasen a su mando, sobre los intereses de las marcas de bicicletas por la victoria de un corredor u otro… Todo confluyó en un final angustioso en el que Maertens lanzó demasiado pronto a Merckx para convertir un sprint puro en un duelo de resistencia que en el último momento aprovechó Gimondi (con todo el equipo italiano a su servicio) para levantarle en el último momento el título de campeón del mundo.

El belga necesitaba venganza y en pocos lugares podía hacer más daño que en Italia, el país rendido a los pies de Gimondi, el tercer grande para sus paisanos después de Coppi y Bartali. Es verdad que poco después del Mundial de Montjuic, Merckx se impuso a Gimondi en el Giro de Lombardía, pero fue despojado de la victoria a los pocos días después de dar positivo por norefedrina y el de Sedrina volvió a añadir otro importante triunfo a su palmarés. La Milán-San Remo era el lugar para devolver las cosas a su sitio. Pero Merckx, aunque disimulaba, no estaba en su mejor momento físico. Durante la París-Niza que se acababa de disputar sufrió una molesta bronquitis que le impidió estar a su mejor nivel y lo relegó al tercer puesto. Un resultado indecoroso para alguien de su grandeza. El frío de Milán, punto de partida de la carrera, tampoco ayudaba demasiado a su recuperación, pero su hambre por ganar todo, por desquitarse ante Gimondi y por robarle un triunfo delante de sus incondiciones podía más que cualquier otra cosa. Pero incluso los gigantes tiemblan y se debilitan de vez en cuando. Solo se llevaban unos pocos kilómetros de una edición especialmente fría en su primer tramo cuando Merckx dobló el brazo y se bajó de la bicicleta en busca de una habitación caliente y una reconfortante taza de te. El escenario de aquella edición de 1974 cambiaba por completo sin la presencia del “caníbal”. Siguiendo con el repaso del parte médico hay que destacar que Gimondi tampoco estaba en plenitud debido a una incómoda faringitis que arrastraba desde hacía unos días. Aquel fresco 18 de marzo de 1974 tampoco era de gran ayuda para sentirse cómodo en la carretera. Pero el italiano lo compensaba con su deseo, con ese maillot de colores que lucía orgulloso y con la entrega incondicional de sus paisanos que salían a las cunetas a vitorearle y a desearle fortuna.

Sin Merckx en carrera eran otros belgas sus principales amenazas: De Vlaeminck que había conquistado esa misma carrera un año antes, el joven Freddy Maertens y Rik Van Linden que era un gran esprínter con capacidad para pasar con los mejores Cipressa y el Poggio, las dos pequeñas cotas que hay en el tramo final hasta San Remo y donde se suele decidir la carrera.

La prueba, después del paso del Turchino, hace una importante selección donde están todos los belgas importantes, Gimondi y un nutrido grupo de corredores italianos en el que hay desde un excampeón del mundo como Marino Basso hasta un recién llegado llamado Francesco Moser. Durante la carrera hace frío y llueve de manera intermitente, pero Gimondi se siente cada vez mejor. Se siguen cortando corredores en las pequeñas ascensiones de unos pocos metros en los que los favoritos aprietan para medir el estado de sus rivales. Pasan Capo Mele, luego Capo Berta… En San Lorenzo al Mare (ya con buena temperatura, con el olor del mar en el ambiente después de alejarse del frío de Lombardía) Gimondi aprieta olvidándose del dolor de garganta. La mayoría de los grandes favoritos agacha la cabeza y solo Huysmans y Demeyer se marchan con el líder del Bianchi. Llega la siguiente subida en Arma di Taggia y el italiano se quita de encima a sus dos compañeros de fuga.

Aún queda lejos San Remo pero Felice Gimondi pedalea con el entusiasmo de un juvenil camino de su primer gran triunfo. No se acuerda de sus 32 años y en su cabeza solo existe su imagen levantando los brazos al cielo en San Remo con el maillot arcoíris. Una escena perfecta, icónica. Por eso pedalea de manera majestuosa durante ese tramo de soledad sin advertir la proximidad de ninguno de sus rivales, desanimados, exprimidos. Llega el legendario Poggio que Gimondi asciende como nunca. Jamás se había sentido tan ligero en ese escenario y se lanza a ese descenso veloz pero también retorcido que conduce al mar. Sin tomar excesivos riesgos pero sin ceder metros ni ahorrar fuerzas. Su cuerpo le pide más. Entra en Vía Aurelia a toda velocidad, escucha el clamor de un público entusiasta que no imaginaba que tendría la oportunidad de disfrutar de un espectáculo semejante. Llega a Vía Roma, la avenida de la gloria, y se acicala para disfrutar de ese momento. La escena que había soñado en muchas ocasiones, la que reproducía su cabeza desde unas horas antes, se hace finalmente realidad. Gimondi gana su primera Milán-San Remo, lo hace vestido con el maillot arcoíris y con casi dos minutos de ventaja. Desde Coppi en 1949 nadie había sido capaz de sacar tanta distancia al segundo clasificado y desde entonces tampoco ningún otro vencedor ha conquistado la “primavera” con semejante autoridad. Para Gimondi es el último gran triunfo de su vida en una prueba de un día (dos años después lograría conquistar su último Giro de Italia, el genial epílogo de su carrera deportiva) y disfruta del momento como pocas veces zarandeado por sus paisanos que le tocan el maillot arcoíris como si fusese una reliquia santa.

El próximo sábado el ciclismo vivirá una nueva edición de esa clásica centenaria que anuncia el final del invierno y el recuerdo de Gimondi y de su triunfo cincuenta años atrás se hará más vivo que nunca.  

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