Historias irrepetibles

Un volcán llamado Bobby Knight

El entrenador durante treinta años de la Universidad de Indiana fue una de las grandes personalidades del baloncesto norteamericano, pero acabó despedido por culpa de su carácter colérico y de sus reiteradas salidas de tono

Knight lanza la silla a la pista contra Purdue.

Knight lanza la silla a la pista contra Purdue.

Juan Carlos Álvarez

Juan Carlos Álvarez

Era un hombre de un tiempo diferente, que hoy no tendría sitio en el deporte por su carácter volcánico, sus continuas frases salidas de tono, sus desprecios y las reacciones en ocasiones violentas con las que respondía a muchas situaciones. Único en su especie, un entrenador legendario que más allá de su carácter fue la luz en un momento de oscuridad para muchos. Por ejemplo en España. Supimos de Bobby Knight por culpa de Antonio Díaz Miguel, el hombre que cambió el destino de la selección española. Estudioso furioso de lo que llegaba desde Estados Unidos, hablaba sin parar de lo que sucedía al otro lado del Atlántico, hacía viajes frecuentes durante semanas en las que observaba el trabajo de gente como Lou Carneseca, Dean Smith o su amigo Bobby Knight, entrenadores de las principales universidades estadounidenses que era donde el baloncesto más pasión levantaba (la NBA vivía una crisis considerable) y crecía el ansia por desarrollar y hacer crecer el juego. Los conocimos gracias a él, a sus ansias por evolucionar, por transformar dinámicas y sistemas que se habían quedado anticuados en la vieja Europa. Aquello ayudó a Españaa cambiar su estatus a nivel europeo y comenzar a superar a selecciones que históricamente siempre habían estado por encima (Italia, Rusia, Yugoslavia…) y que no tardaron demasiado tiempo en beber en las mismas fuentes de las que se abastecía Díaz Miguel.

Gracias a aquel proceso en España conocimos la figura de Bobby Knight y su tenebroso reverso, ese modo de comportarse que le transformó en un ser casi mitológico a los ojos del aficionado medio que ya no pudo despegarse de su larguísima y polémica carrera. Knight había sido un modesto jugador de baloncesto en las filas de la Universidad de Ohio State, de donde era original. Se desempeñaba como base aunque su participación en el equipo era muy limitada. En el equipo había jugadores que acabarían por convertirse en importantes estrellas de la NBA como John Havlicek o Jerry Lucas, algo que llevó a su equipo a conseguir en 1960 el título de campeones universitarios aunque Knight, debido a su escasa participación, nunca consideró suya aquella conquista. Jugó hasta su graduación en 1962 y entonces decidió que ya era suficiente, que su progresión no iba a ir mucho más allá y que iba a ser mucho más feliz y beneficioso para el baloncesto como entrenador.

Inició su camino en el equipo de un instituto y en 1963 le ofrecieron ser entrenador asistente del equipo de la Academia Militar de West Point, el lugar del que siempre han salido los principales líderes del ejército americano, gente que no tiene ningún problema con la disciplina. Un lugar donde Knight fomentó el gusto por la rigidez extrema. En 1965 se convirtió en primer entrenador y sus métodos le hicieron ganarse el sobrenombre del “General”, apodo que le acompañía el resto de su carrera. En sus seis años en West Point ganó más de cien partidos (una cifra muy elevada para la clase de equipo que era) y consolidó su imagen de entrenador obsesionado por exprimir a sus jugadores hasta el límite. Su trayectoria llamó la atención de la Universidad de Indiana, los legendarios “Hoosiers” que le sentaron en su banquillo en 1971. Nadie le movería de allí en treinta años, algo que hoy en día parece delirante.

La silla que arrojó a un rival mientras lanzaba tiros libres, su episodio más célebre

En Indiana nació la leyenda de Bobby Knight. Dentro y fuera de la cancha. En 1975 perdió la final de la Liga Universitaria por solo dos puntos ante UCLA y al año siguiente consiguió su primer título tras una temporada perfecta en la que los “Hoosiers” ganaron los treinta y dos partidos que disputaron ese año, un logro que ningún otro equipo universitario ha sido capaz de igualar en toda la historia y que hoy aún es considerado el mejor equipo universitario que ha existido. Al frente de ese conjunto Knight desarrolló su forma de entender el baloncesto. Velocidad, pase, su gusto por los bloqueos que exigía hasta la desesperación de sus mejores jugadores y una entrega incondicional al equipo y hacia él. El “General” hacía honor a su nombre todos los días, se convirtió casi en un Dios en la Universidad de Indiana aunque sus episodios polémicos no tardaron a florecer para proyectar una sombra oscura sobre él. Pero antes de su abrupto final en Indiana consiguió otros dos títulos universitarios (1981 y 1987) y por el camino le pusieron al frente de la selección norteamericana que compitió en los Juegos Olímpicos de Los Angeles en 1984 y donde dirigió un equipo irrepetible que tenía en sus filas a Michael Jordan, Pat Ewing o Chris Mullin aunque Knight también levantó cierta polémica tras dejar fuera a Charles Barckley o John Stockton. Sin los rusos por el boicot del bloque comunista a aquellos Juegos, en la final se encontró con la España que dirigía Díaz Miguel y a la que, de alguna manera, él mismo había ayudado a llegar allí gracias a su relación con el técnico español.

Con el paso del tiempo Bobby Knight comenzó a ser noticia por todo aquello que no tenía que ver con el baloncesto. Se sabía de su carácter autoritario, de la disciplina casi militar que imponía a sus jugadores, de las protestas airadas a los árbitros y las discusiones con los responsables de la universidad, pero comenzaron a trascender otros episodios más desagradables y salidas de tono que no tenían justificación. Malos tratos a los jugadores, violencia física y verbal… el momento más conocido, con las cámaras de televisión como testigos, fue cuando durante un partido ante Purdue en 1985 lanzó una silla a un jugador rival cuando estaba a punto de lanzar un tiro libre. Sus jugadores, medio en broma, dijeron que eso era poco porque ellos le habían visto lanzar más de veinte sillas a la cancha en algunos entrenamientos. Trascendieron más testimonios siempre de jugadores que ya habían abandonado la universidad en los que describían insultos reiterados, amenazas e incluso apretones en los testículos. La Universidad de Indiana resistió hasta que en el año 2000 apareció un vídeo de tiempo atrás en el que se veía al entrenador apretando el cuello de Neil Reed, uno de sus jugadores. Aquello le costó una multa, varios partidos de sanción y la advertencia de que no le iban a pasar ninguna más. Al poco tiempo se produjo otro incidente. Un jugador tuvo la ocurrencia de saludarle llamándole Knight sin más. Ni “Coach Knight”, ni “Mr Knight”. El entrenador le agarró con fuerza del brazo y lo maldijo. Dicen las malas lenguas que fue una trampa que le habían tendido. La cuestión es que la el rector de la Universidad de Indiana tomó la decisión de despedirle de forma fulminante. Esa misma noche miles de estudiantes se manifestaron desde el Assembly Hall hasta la casa del rector protestando por la decisión. En el fondo de esta reacción estaba un hecho que pocas veces se puso en valor y que para el entrenador era fundamental. Con él se graduaron el 80% de los jugadores que pasaron por sus equipos durante aquellos treinta años.

Al año siguiente Bobby Knight fue contratado por Texas Tech donde pasó los últimos siete años de su carrera como entrenador, sin dejar de maldecir a quienes le impidieron cumplir con su ilusión de retirarse en el banquillo de los “Hoosiers”. Tardó veinte años en volver a pisar ese campus y lo hizo como invitado en un partido de la selección de Estados Unidos. Salió al centro de la pista y el Assembly Hall le tributó una ovación antológica. Se retiró en 2007 con más de novecientas victorias en el baloncesto universitario (el récord de entonces, que solo batiría tiempo después Mike Krzyzewski) y el convencimiento de la mayoría de que hizo mejor al baloncesto. Esta semana Bobby Knight murió a los 83 años de edad y no se sabe si se cumplió uno de sus últimos deseos, manifestado en una entrevista reciente: “Cuando muera quiero que me entierren boca abajo para que mis críticos puedan venir a besarme el culo”. Inimitable.

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