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Historias irrepetibles

De la piscina al cielo

Iris Cummings es desde hace semanas la única persona viva que compitió en los Juegos Olímpicos de Berlín - Formó parte del equipo norteamericano de natación con 16 años antes de convertirse en una célebre aviadora

Iris Commings en su etapa como piloto Wikimedia Commons

Solo una persona en el mundo puede contarle al resto qué significó competir en los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936. La norteamericana Iris Cummings, una antigua nadadora que acabaría por convertirse en célebre aviadora, es desde hace semanas el único deportista que queda vivo de aquella inolvidable cita, convertida en herramienta de propaganda del nazismo. Tenía solo dieciséis años en aquel momento. Hoy en día viaja hacia los 102 años.

La importancia de Iris Cummings no radica en sus logros en la piscina, que fueron modestos, sino en lo que representa gracias a su longevidad. A sus 101 años la exnadadora norteamericana es desde hace semanas, tras la muerte de su compatriota John Lysak y de la canadiense Joan Langdon, el último deportista con vida que estuvo en los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936. Solo ella puede explicar en primera persona lo que fue aquella cita a la que llegó siendo una adolescente después de sortear importantes inconvenientes que amenazaron con dejarla fuera de los Juegos..

Cummings era una niña nacida en Los Angeles, apasionada por el deporte, pero que sin embargo, por las circunstancias de su tiempo, no encontraba otras compañeras con las que jugar o competir. No existían equipos femeninos y aquella muchacha, cargada de entusiasmo, incluso se aventuró a enfrentarse contra chicos en fútbol americano. Pero aquello no tenía mucho recorrido. No había más salida que dedicarse a los deportes en solitario. Correr o nadar eran sus dos opciones principales después de que se diese cuenta de que el tenis tampoco sería lo suyo. Prefirió el agua. La falta de piscinas le llevó a realizar buena parte de sus entrenamientos en las playas del Pacífico. Solo cuando empezaron a llegar los buenos resultados se le abrieron, de forma tímida, las piscinas de los clubes privados de California, aquellos que sí ofrecían buenas instalaciones, pero a los que no tenía acceso de ninguna clase.

Su entusiasmo y el de su padre, que trataba de ejercer de entrenador gracias a los años en los que había ejercido de médico deportivo, fueron llevándole cada vez más lejos. De hecho, su padre había estado cerca de formar parte del primer equipo olímpico americano de la era moderna, en 1896, pero en aquel momento decidió aparcar sus condiciones como atleta para centrarse en los estudios de medicina. Para Iris Cummings, con poco más de catorce años, empezaron a llegar los primeros campeonatos regionales y su horizonte comenzó a agrandarse al tiempo que se especializaba en el estilo de braza. En 1936 la joven californiana recibió la propuesta de acudir al Campeonato de Estados Unidos de natación que se disputaba en Long Island (Nueva York). El ofrecimiento venía acompañado por el billete de tren hasta la costa este y el dinero para la estancia durante el campeonato. De otra manera hubiera sido imposible. Estados Unidos aún estaba bajo los efectos de la Gran Depresión y el presupuesto para cualquier campeonato era mínimo. Iris Cummings no quería ir sola a Nueva York por lo que su madre tuvo que pedir el dinero prestado para poder acompañarla. Después de aquella cita, en la que sorprendentemente consiguió la victoria, se le abría la posibilidad de quedarse cinco semanas en Nueva York para disputar las pruebas de selección para los Juegos Olímpicos de Berlín. Otra vez el problema del dinero. La solución que encontraron fue instalarse en Philadelphia, en casa de su abuela paterna. El problema es que tampoco resultaba sencillo encontrar un lugar en el que entrenar. Finalmente dieron con la solución gracias a la buena disposición de un club de campo que le permitía entrar en la piscina casi de noche, cuando el personal se dedicaba a la limpieza de las instalaciones. Compitió en los 200 metros braza y gracias a su tercer puesto se ganó el derecho a acudir a los Juegos Olímpicos de Berlín. Sería la integrante más joven del grupo. Volvió a casa unos días antes de embarcarse aunque lo hizo cargada de dudas y miedos. Estados Unidos había decidido acudir a Berlín pese a las dudas y la oposición que existía sobre esa cita, convertida en herramienta progagandística para el nazismo y Hitler. Lo que nadie hubiese justificado de cara a la opinión pública es un dispendio económico. De ahí que buena parte de los deportistas, los de resultados deportivos más modestos, tuviesen que buscarse la vida para pagarse el billete de barco que les llevaría a Europa. Muchos tenían la solución en sus casas, pero no era el caso de Cummings que regresó a California y dedicó todo el tiempo a recaudar dinero entre sus vecinos. Incluso el periódico local abrió una pequeña cuestación entre sus lectores para subir al SS Manhattan a su joven paisana. Finalmente consiguieron la cantidad necesaria e Iris Cummings zarpó del puerto de Nueva York para afrontar un viaje de diez días que les llevaría hasta Hamburgo. A bordo pudo conocer, entre otros, a Jesse Owens que acabaría por transformarse en el protagonista indiscutible de la cita con sus cuatro oros en las pruebas de velocidad y el salto de longitud.

Cummings tuvo que pagarse el billete de barco para acudir a la cita de Berlín

El gran inconveniente del viaje fue que los deportistas apenas pudieron entrenar en ese tiempo. Los atletas o los gimnastas aún tenían alguna posibilidad, pero los nadadores eran de los más perjudicados. Tenían una especie de piscina de poco más de veinte metros en la que se bombeaba agua salada, pero que con los movimientos del barco resultaba casi inútil. Segura de que sus posibilidades deportivas eran casi inexistentes, Iris se dedicó a disfrutar de la experiencia. En la ceremonia de inauguración pudo ver al Hindenburg –que unos meses después sufriría su terrible accidente– volar por encima del estadio y el calendario le permitió asistir en vivo a la mayoría de competiciones de atletismo y en más de una ocasión confirmó en primera persona que los triunfos de Owens eran recibidos con fervoroso entusiasmo por parte de los espectadores. Veía a Hitler casi todos los días porque los deportistas que acudía como público al estadio de Berlín se situaban unas filas por encima del palco de autoridades. En su competición cayó eliminada en la ronda previa para la final, algo que en absoluto supuso una decepción para ella porque era consciente de que estaba lejos de aspirar a algo más.

De vuelta a Estados Unidos siguió nadando aunque pronto aparcó cualquier idea de regresar a unos Juegos Olímpicos. La inestabilidad que se vivía en Europa hacía pensar en que las siguientes citas no podrían disputarse como así fue por lo que jóvenes deportistas como el caso de Iris Cummings perdieron un poco la ilusión. Se matriculó en la Universidad del Sur de California en Matemáticas, pero en 1939 encontró la que sería gran pasión de su vida. Se inscribió en un programa de formación de pilotos y un año después, con solo 18 años, consiguió sacarse la licencia. Comenzó haciendo de instructora dentro de un programa de formación de pilotos civiles hasta que llegó el ataque japonés a Pearl Harbour y Estados Unidos se metió en la Segunda Guerra Mundial. En ese momento entró a formar parte del llamado WASP (Women Airforce Service Pilots). Recibió formación para pilotar aviones de combate y bombarderos en previsión de que fuese necesario recurrir a ella, aunque nunca llegó ese momento. Durante el conflicto se dedicó sobre todo a pilotar aviones de carga y se ganó el derecho a que se la considere una de las mejores aviadoras de la historia. En medio de aquella locura encontró a la persona con la que compartiría el resto de su vida. Se prometió con otro piloto, Howard Critchell, a quien conoció en una de las bases donde estuvo destinada durante la guerra. Cuando regresó la paz se casaron y ambos siguieron ligados al mundo de la aviación. Desarrolló planes de estudios para la Administración Federal de Aviación y fundó un programa de aeronáutica. Se dedicó a formar pilotos hasta 1990, lo que le valió para ser incluida en el salón de la fama de instructores de vuelo que hay en Estados Unidos.

Hace unos días falleció en su casa de Canadá la nadadora Joan Langdon con lo que Iris Cummings se convertía en el único deportista que compitió en los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936 y que aún sigue con vida. A sus 101 años solo ella puede explicar en primera persona lo que fueron aquellas dos semanas en Berlín.

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