La antorcha de 1,2 kilos que ayer inició su periplo nacional en Fukushima contiene aluminio reciclado de las viviendas prefabricadas donde se alojaron los desplazados por el tsunami que barrió la costa noreste. Japón había planeado que Tokio 2020 simbolizara el triunfo sobre la adversidad y en la pandemia vio la oportunidad de que Tokio 2021 sellara también la victoria global contra el mayor reto de este siglo. Una catártica fiesta que aliñara la fraternidad de las civilizaciones con el saludo a una nueva era.

Ese discurso tan olímpico de superación ha chocado con la realidad. A Fukushima y sus aledaños aún no han podido regresar miles de vecinos por la radioactividad a pesar de los progresos. La prohibición de entrada de turistas extranjeros limitará la fraternidad global al gremio de atletas. Y las vacunas acercan la rendición del covid, pero aún es pronto para las aglomeraciones olímpicas.

La ceremonia de ayer, sobria incluso para los estándares japoneses, subraya los temores a la pandemia, sin más público que 150 invitados guardando una escrupulosa distancia social. La promesa de priorizar la seguridad también alcanzará a los 121 días durante los que la antorcha viajará por el país. El comité olímpico ha amenazado con suspender el recorrido si ve muchedumbres, ha desaconsejado a los japoneses que abandonen su prefectura y les ha animado a sustituir gritos por aplausos y llevar mascarilla. Los 10.000 relevistas (las primeras han sido las jugadoras de la selección de fútbol femenina) tendrán que informar de su salud y cenar a solas en la víspera.

Japón, con menos de 9.000 muertos, no ha salido mal parado de la pandemia si lo comparamos con las sangrías de Occidente. Pero suma un millar de contagios diarios, los expertos alertan de la cuarta ola y muchos japoneses sospechan que en el reciente levantamiento del estado de excepción sobre Tokio tras tres meses ha influido más el calendario olímpico que los criterios médicos.

Tokio confirmó la semana pasada lo que ya se sospechaba: renunciaba a que 40 millones de visitantes disfrutaran de su cortesía, orden, limpieza y esa mezcla sin parangón de tradición y futuro. Pero lidiar con miles de atletas llegados de todo el mundo, algunos con la pandemia desatada, será también una tortura logística.

El comité organizador se enfrenta a la mayor oposición popular de las últimas décadas. Un 77 % de los japoneses apoyaban la cancelación o el retraso de la cita olímpica en una reciente encuesta de la cadena NHK aludiendo a la factura estratosférica o el coronavirus. Unos Juegos Olímpicos con público doméstico atentan contra la casuística y las vacunas sugieren un cuadro más benigno para los desplazamientos el próximo año. Pero la razonable posibilidad de otro aplazamiento fue descartada meses atrás por Japón: los Juegos serían en 2021 o no serían. Es probable que influyeran los costes. El año de retraso ha elevado la factura de 15.000 a 25.000 millones dólares y convertido a Tokio 2021 en los Juegos más caros de la historia.