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La bandera de George Foreman

El púgil americano generó una gran controversia por su inocente forma de celebrar su oro en México 68 pocos días después de que Tommie Smith y John Carlos fuesen expulsados por protestar contra la segregación racial

George Foreman, tras ganar el oro en México.

Los de México fueron los Juegos de los 22 récords mundiales en atletismo (Hines en los 100 bajó de diez segundos; Smith de veinte en los 200; Evans de cuarenta y cuatro en los 400; Fosbury revolucionó el salto de altura; Bob Beamon brincó hasta el infinito, Saneyev batió cinco veces el de triple, Wyomia Tyus repitió su oro en los 100 metros de cuatro años?) pero sobre todo aquella cita pasó a la historia por el gesto de Tommie Smith y John Carlos, quienes en el podio de los 200 metros levantaron al aire el puño enfundado en un guante negro y bajaron la cabeza mientras sonaba el himno americano. Un gesto con el que reivindicaban el "poder negro" y protestaban contra la discriminación racial que vivían los de su raza en Estados Unidos. La lucha por los derechos civiles estaba en su apogeo y los deportistas, acostumbrados a guardar silencio, habían gritado al mundo su rabia. Y sin necesidad de abrir la boca. Aquello les valió a los dos velocistas la expulsión del equipo americano y su desalojo de la villa olímpica además de muchas otras consecuencias durante los años que vendrían a continuación hasta el punto de que estuvieron años sin encontrar más trabajo que en un tren de lavado.

En aquella convulsa villa olímpica, con apenas diecinueve años, estaba George Foreman. El vio cómo Tommie Smith y John Carlos fueron obligados a abandonar la villa olímpica después de su gesto. Más de una vez comentó que nunca había visto tanta tristeza en una expresión como la de John Carlos cuando se despedía del resto de sus compañeros. La tensión se había disparado en la delegación norteamericana donde los deportistas negros que aún quedaban por competir debatían la conveniencia o no de abandonar México. Foreman permaneció un poco al margen de aquel debate. Por un lado le influía su enorme timidez y por otra sentía que se le había dejado un poco al margen de aquel movimiento reivindictivo que habían puesto en marcha los atletas. Todo se había fraguado en las universidades americanas donde los líderes sociales habían acudido a reunirse con sus mejores deportistas. Pero nadie habló con Foreman ni con otros deportistas criados lejos de las universidades americanas.

El púgil texano había tenido una adolescencia complicada. Era el quinto hijo de una pareja que formaban su madre Nancy y un ferroviario con problemas con la bebida. Sus hermanos se reían de su tamaño y le llamaban "Mo-Head" (cabezón) aunque con el paso del tiempo descubriría que la razón oculta de aquel mote era que su padre biológico era en realidad un tipo que se apellidaba Moorehead. Con apenas dieciséis años estaba cerca del metro noventa de estatura y de los noventa kilos de peso. No dudaba en utilizar la fuerza para cualquier cosa y aquello comenzó a generarle problemas en el vecindario y con la policía. Solo le preocupaban las chicas, fumar, beber y gamberrear hasta las puertas de la delincuencia lo que resultaba un problema inquietante dada su edad.

En 1966 un anuncio de televisión le hizo plantearse su vida. Jim Brown, una de las estrellas del fútbol americano de entonces e ídolo de Foreman, aconsejaba a los jóvenes a que se unieran a un programa educativo llamado "Job Corps" que había puesto en marcha Lyndon Johnson, una especie de campamentos que según él eslogan publicitario les servirían "para llegar a ser alguien en la vida". "Big" George se integró entonces en el grupo de Oregón. Los primeros días resultaron inquietantes porque Foreman demostró tener problemas para convivir con sus compañeros. Era descarado, egoísta y violento lo que sumado a su impresionante físico suponía un reto para los monitores que no sabían cómo reconducir aquella fortaleza. Entonces se les ocurrió pedir ayuda a un entrenador de boxeo y veterano de la Segunda Guerra Mundial, Charles "Doc" Broadus. En apenas unos días vio el gigantesco potencial que había en los puños de Foreman que encontró en la figura del técnico el padre que le había faltado durante su infancia y adolescencia.

Broadus tenía claro que Foreman podría clasificarse para los Juegos Olímpicos de México que se disputaban en poco tiempo y a eso dedicaron los primeros meses de entrenamiento. Arrasó en el Campeonato Amateur de Estados Unidos y así fue como en octubre de 1968 el gigantesco texano se plantó en la villa olímpica de México en medio de la tormenta que se generó durante la competición. El norteamericano aplastó primero al polaco Lucjan Trela, al rumano Ion Alexe y al italiano Giorgio Bambini antes de enfrentarse en la final al ruso Ionas Chepulis. Aunque en la víspera se había calentado en los medios el enfrentamiento por aquello del duelo entre un ruso y un americano en plena Guerra Fría la realidad es que no hubo combate. Sobre Chepulis cayó una tormenta de golpes imposible de contener. En el primer asalto ya le había reventado el labio y al comienzo del segundo el árbitro detuvo la pelea porque la superioridad de Foreman era insultante.

Entonces "Big" George tuvo una ocurrencia. Cogió una pequeña banderita americana y comenzó a agitarla por el ring. Un gesto que parecía inocente, casi infantil, pero al que se dio mucha importancia. En realidad Foreman lo hacía como guiño a Albert Robinson, un peso pluma que un día antes había perdido el oro ante el mexicano Roldán en una decisión más ue discutible de los jueces y que tenía más que ver con el infernal ambiente que se vivía en el pabellón cuando peleaban los boxeadores locales. Foreman quiso rendirle así un pequeño homenaje y de paso reivindicar su origen. "Era un honbre feliz contándole al mundo de dónde era, un chico pobre que había encontrado una sociedad compasiva que le había ayudado a levantarse", explicaría con el tiempo.

La cuestión es que mucha gente interpretó aquel gesto como un desaire a quienes unos días antes habían sido expulsado por levantar el puño a cielo. Muchos movimientos negros le tildaron de traidor a los suyos, le llamaron de forma despectiva el "amigo de los blancos" y durante mucho tiempo le resultó imposible quitarse de encima todas las etiquetas que le cayeron en aquellos días de agitación constante y que, por ejemplo, Mohammed Ali se encargaría de recordar antes de que ambos se viesen las caras en el inolvidable combate en el Congo. Jamás escucharía un reproche por parte de Tommie Smith o de John Carlos, quienes posiblemente podrían tener más razones para mostrar disgusto por aquel gesto. Pero a Foreman le costó borrar entre los suyos el efecto que tuvo aquel paseo feliz por el ring de Ciudad de México.

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