España se marcha del Mundial por la puerta de atrás. La vuelta a los malos hábitos. Como hace cuatro años en Brasil, como ocurría por costumbre antes de que en 2008 iniciase aquel ciclo maravilloso que le llevó a encadenar dos Eurocopas y un Mundial. Irreconocible, incapaz de encontrar su juego, aburrida, indolente por momentos, la selección desperdició una ocasión histórica porque pocas veces encontrará en el futuro un cuadro más amable para avanzar en un Mundial. La descabalgó de la carrera un rival infame como Rusia que planteó el partido con la única idea de llegar a los penaltis y que encontraron un perfecto aliado en España, un equipo sin alma, sin dirección dentro y fuera del campo, extraviado por completo, sin energía. Y en la ruleta de la fortuna, el destino castigó con enorme crueldad a Iago Aspas. El delantero céltico, que entró en escena poco antes de que el partido llegase a la prórroga y fue uno de los pocos que trató de sacar a la selección del marasmo en el que se había instalado, tuvo la desgracia de fallar el quinto penalti, el que daba la clasificación para los cuartos de final a los anfitriones. Akinfeev sacó con la punta de la bota izquierda el lanzamiento del gallego e hizo estallar de felicidad el estadio Luzhniki. España había cavado su tumba mucho antes, en los más de cien minutos de absoluto tedio que regaló con la pelota en los pies, sin generar apenas situaciones de peligro y desplegando el mismo entusiasmo que un equipo de veteranos. Tocar por tocar; tener la pelota sin saber para qué, el abuso enfermizo del juego horizontal: la ausencia total de profundidad frente a un equipo que se llenó de defensas y renunció casi por completo a poner en aprietos a la defensa española. Hasta mil pases llegaron a dar los del Hierro en un bostezo interminable.

El torneo confirmó que un puñado de jugadores esenciales habían llegado al Mundial en pésimas condiciones y fueron incapaces de levantar el vuelo. Ni el pase a octavos -el trámite que había que pasar obligatoriamente para meterse en el Mundial de verdad- les liberó. Enterraron aún más la cabeza y quienes más podían aportar estaban sentado en el banquillo con el peto puesto.

Hierro, atendiendo la petición popular, agitó el árbol y situó a Koke junto a Busquets para dar más solidez al grupo y dio entrada a Asensio en el lugar de Iniesta.Sirvió de poco el plan porque España fue un dolor con la pelota en los pies. Hubo casos sangrantes como el de Silva -irreconocible todo el Mundial- o de Asensio -sin nervio o intención para hacer algo diferente-. Junto a ellos el partido en ataque de España fue un monólogo de un desesperante Isco que abusó hasta el agotamiento de quiebros y requiebros en zonas del campo absolutamente inofensivas para el rival. No se le puede negar su intención ni lo pinturero de su juego, pero apenas hizo daño a la trinchera en la que se instaló la defensa rusa.

Lo más dramático fue que España tardó poco más de diez minutos en adelantarse en el marcador que, visto lo visto, parecía lo más complicado. Sucedió en el primer balón parado. Ignashevich se olvidó de la pelota y se dedicó a abrazar a Sergio Ramos. Penalti claro. Pero el defensa ruso golpeó sin querer el balón con el tacón y sorprendió a su portero. Panorama ideal para España que a partir de ese momento se dedicó a tocar el balón sin mayor preocupación, en horizontal frente a un rival que jugó como si el gol no hubiese sucedido. Rusia no abandonó la cueva en la que se sentía calentito y esperó pacientemente su oportunidad. España, sin ambición para liquidar el trámite, se dejó llevar. Se sentía a gusto y el partido se transformó en una siesta de verano. Más efectivo que un documental de leones de La 2. Tan relajada estaba España que en un saque de esquina ridículo respondió Piqué con una reacción aún más incomprensible. Levantó el brazo de espaldas al rematador para provocar un penalti que Dzyuba convirtió en el tanto del empate. Una broma que obligaba a España a empezar de nuevo.

El segundo tiempo fue aún más intragable. Vuelta al monopolio de la pelota, a la posesión sin profundidad contra un verdadero muro que se olvidó por completo de amenazar a De Gea, convertido en un espectador más. Diego Costa, muy parado, era una estaca junto a la nutrida defensa rusa, Asensio y Silva seguían ausentes del partido e Isco dando vueltas sobre sí mismo. Tampoco mejoró la escena la entrada de Iniesta y en el banquillo no entendieron lo evidente, que sobraban futbolistas atrás y en el medio para sujetar el inexistente ataque ruso. Pero a Hierro le pudieron ahí sus precauciones, sus miedos, su terror a comerse un gol en una contra. Lejos de pensar en lo que podía ganar se centró en lo que podría perder. Un mal camino.

Con la prórroga asomando al fondo, Hierro llamó a Aspas. Incomprensiblemente entró por Costa con lo que esta vez fue el gallego el que quedó escondido entre la legión de defensas rusos. Pero aún así el delantero del Celta demostró las razones por las que debía haber tenido más protagonismo. Una dejada a Iniesta y un disparo suyo obligaron al portero ruso a intervenir decisivamente. Algo había cambiado en el estilo de la selección. Esta teoría se confirmó con la llegada en el tiempo extra de Rodrigo. El valencianista, otro que injustificadamente había asistido al torneo desde el banquillo, aportó un nervio y una velocidad extra. Aspas pasó a jugar de segunda punta y España se sintió más cómoda ante una Rusia tiesa por completa, casi tanto como el medio del campo español. Con algo más de metros y mayor dinamismo en la pareja ofensiva los de Fernando Hierro rozaron el gol, sobre todo en una llegada de Rodrigo que cerró los ojos para buscar el pase de la muerte a Iago Aspas y descerrajó un disparo que Akinfeev despejó con energía. Se moría el partido y la última opción de España fue un posible agarrón a Ramos que hizo albergar esperanzas mientras el árbitro escuchaba las confidencias de los responsables del VAR. Una ilusión que duró unos segundos. El pase a cuartos quedó en manos de los lanzamientos de penalti. De Gea demostró que el de Rusia no era su torneo y Aspas erró el último lanzamiento para dar carpetazo a uno de los grandes fiascos de la selección española en su historia. Tardarán en volver a tener una oportunidad semejante. Es hora de un análisis frío sobre el camino que quiere coger esta selección.