El modo en el que acabó el partido el Deportivo (2-0) ayer en Montilivi sirve para ilustrar la situación en la que se encuentra el equipo. En puestos de descenso a falta de diez jornadas para el final del campeonato y después de tres meses sin ganar un partido, Mosquera acabó de central y Adrián de mediocentro. Fue sintomático del caos en el que se ha instalado el conjunto blanquiazul, golpeado en dos jugadas a balón parado y atornillado a una propuesta rudimentaria que apenas le proporciona argumentos. Dice mucho también de Clarence Seedorf, enrocado en un discurso que los resultados y el juego contradicen semana tras semana.

A medida que han transcurrido las jornadas, y a medida también que ha ido contabilizando partidos en el banquillo, el Deportivo se ha vuelto cada vez más previsible. Quizá esa sea de las peores sensaciones que puede transmitir un conjunto que lucha por esquivar el descenso, pero las dinámicas también gobiernan los piernas y hace ya mucho que el conjunto blanquiazul se ha instalado en una que no consigue tampoco eliminar de su cabeza.

El círculo vicioso que carcome al equipo arranca en las debilidades defensivas y acaba en la falta de puntería que deprime a sus delanteros. Ambos problemas eran de sobra conocidos antes de que el técnico holandés aterrizara en el club, que ha ampliado esas miserias a través de una propuesta recurrente. Por más que modifique la alineación o explore diferentes posibilidades a través del esquema, el planteamiento de Seedorf se resume en minimizar los riesgos y fabricar oportunidades a través de lanzamientos largos a la espalda de la defensa rival.