El Celta se honró a sí mismo con un ejercicio de dignidad que resume lo que ha sido este equipo en los últimos años. Con la hemorragia de Old Trafford aún abierta, con ese infinito dolor fresco en la memoria, el equipo guerreó con decencia y atrevimiento ante un coloso como el Real Madrid al que comprometió seriamente en muchos momentos aunque acabó cediendo porque no compite con las armas de los blancos. El Celta no tiene ni la pegada del equipo de Zidane ni la consideración arbitral de éstos. Ambas circunstancias resultan esenciales a la hora de explicar una victoria clara, merecida, que deja al Real Madrid muy cerca del título de Liga. Un solo punto en Málaga el domingo será suficiente para lograrlo después de una victoria que encarrilaron gracias a la puntería de Cristiano Ronaldo y que finiquitaron cuando el árbitro dejó caprichosamente al Celta con diez por la expulsión de Iago Aspas y permitió que el partido se convirtiese en el último tramo en una verbena ingobernable. Pero ni aún así el Celta bajó la cabeza ni tampoco izó la bandera de la rendición. Se mantuvo en la pelea, sin nada con lo que hacer daño, por puro orgullo, para responder o agitar -depende de cada caso- a quienes vertieron en las últimas horas toda clase de infamias sobre el cuadro vigués y su papel de juez del campeonato. El Celta respondió a todos ellos donde mejor sabe hacerlo, en el campo. Poniendo la cara aún a riesgo de que se la partiesen. Así ha vivido este equipo en los últimos años y así murió ayer. De pie, sin aliento, agarrado al cuello de un grande.

A los de Eduardo Berizzo les quedará el decoro de su comportamiento. Dispuestos a regalarse una alegría tras la bofetada recibida en Mánchester el pasado jueves, el Celta se tomó muy en serio conseguir una victoria de prestigio ante el Real Madrid que se jugaba media Liga en Balaídos. A los vigueses solo se les puede reprochar su incapacidad en los últimos veinte metros. Allí donde se deciden los partidos, el Celta fue una absoluta nulidad. Berizzo cubrió la ausencia de Radoja con Jozabed, lo que significaba un paso adelante en una propuesta siempre atrevida. En ese sentido los célticos no engañaron a nadie. Su plan fue el de siempre. Presión muy alta, duelos individuales por todo el campo y riesgos evidentes atrás, sobre todo cuando enfrente hay un equipo que ataca con la velocidad y la precisión del Real Madrid. Jugaron bien los de Berizzo, que circularon el balón con rapidez y claridad gracias al buen partido de su trío de mediocampistas. Pero todo se complicó en los últimos metros por el día obtuso de Pione Sisto y de Guidetti. El danés, a quien se vio cansado y algo desconectado del partido, no se fue ni una vez de Danilo pese a que sus compañeros le dejaron situaciones claras de uno contra uno. El sueco demostró que sigue instalado en el minuto 95 de Old Trafford, en aquella ocasión que no supo embocar para meter al Celta en la final de la Europa League. Impreciso, mal colocado, torpe con los pies, lento...a los vigueses les quedó en ataque lo que fuese capaz de producir Iago Aspas. El moañés quiso hacer demasiadas cosas y en ciertos momentos hubo un exceso de atolondramiento. Pero sin duda era el camino más claro hacia el gol.

En el otro bando las cosas estaban mucho más claras. El primer contraataque lo finalizó Ronaldo con un disparo descomunal desde fuera del área al lateral de la red. Imparable para Sergio. Pero el gol no serenó al Real Madrid. Al contrario, enfureció al Celta que descargó con fuerza sobre el área de Navas, espléndido toda la noche. Otra vez las llegadas no fueron claras por parte viguesa. Facilidad para llegar al bordel área y a partir de ahí, la oscuridad. Finalizaciones anodinas, soluciones groseras, centros a la nada, disparos precipitados...un regalo para un Real Madrid que se dedicó a esperar de forma descarada los contragolpes. Tenían claro que así el partido acabaría cayendo de forma clara de su lado. Pero el apuro antes del descanso no se lo quitó nadie porque el Celta le zarandeó en tres cuartas partes del campo. Y así arrancó también el segundo tiempo. En la primera jugada tras la reanudación Guidetti falló en el corazón del área la ocasión de empatar. Recuperó el balón el Real Madrid que lanzó un contragolpe por medio de Isco y que Ronaldo convirtió en el 0-2. En dos parpadeos sucedió todo.

Ante ese panorama al Celta le tocaba afrontar una tarea homérica. Pero este equipo nunca desfallece. Ataca y ataca, como si no existiese el mañana. Y en una de esas apareció Munuera. Iago Aspas recibió un pase filtrado y frenó en el área en busca de un penalti. Ramos, descontrolado, le golpeó la rodilla y el moañés se dejó caer. El árbitro convirtió el penalti en la segunda amarilla del atacante. La decisión generó una ola de indignación dentro y fuera del campo. Un caos absoluto que convirtió Balaídos en un after a las siete de la mañana. Un disparate. Con diez el Celta no se resignó a su destino. Como llevado por una fuerza interior los vigueses acosaron con diez al Real Madrid. Sacó Navas un gol a Wass y al poco tiempo marcó Guidetti el 1-2 con la ayuda de Ramos. El equipo de Zidane tardó poco en sofocar aquella amenaza de rebelión, pero el partido ya no tenía solución por culpa de la falta de gobierno del encuentro. Siguieron las peleas, los enfrentamientos, los tarjetazos a los jugadores del Celta, la permisividad con otros como Casemiro y las ocasiones. Con diez jugadoras, los de Berizzo siguieron desbocados en busca del área rival y acabaron concediendo innumerables ocasiones en su área y también el cuarto gol del Real Madrid. El partido ya estaba resuelto. El Madrid se lleva media Liga; el Celta se lleva a casa su honor intacto.