Iago Aspas es ahora mismo un remolino de fútbol que absorbe el juego del Celta y se traga con aparente naturalidad a rivales que colapsan incapaces de evitar su influencia. Es como si el campo siempre estuviese inclinado hacia la parcela que ocupa en cada momento. El delantero fue ayer la llave maestra con la que el Celta abrió el infame cerrojo planteado por el Granada en su visita a Balaídos y confirmó que los nazaríes son su víctima favorita. Desde que hace años, en aquellos tiempos del play-off de ascenso, inundaron la ciudad con carteles con su rostro, no ha parado de complicarles la vida. Bastaron un par de arranques del moañés para desnudar por completo a los andaluces y dejar en evidencia el planteamiento de Lucas Alcaraz. El liderazgo de Aspas afecta a lo futbolístico, pero también a lo espiritual. A su toque de corneta respondió por completo el resto del grupo que subieron su rendimiento para vivir una tarde absolutamente plácida, sin mayores apuros salvo por ese momento final de zozobra cuando Cabral le concedió unos instantes de emoción al partido al regalar a Kravets el 2-1. Una simple anécdota. Para completar su obra gigantesca Aspas acabó por redimir a Bongonda, sometido al escrutinio de la grada, al regalarle un gol que puede ayudar a frenar la fiebre de quienes no entienden el proceso de maduración que necesiten los futbolistas. Aunque solo tengan 21 años y sean proyectos de futbolistas.

Las visitas de Alcaraz a Vigo resultan siempre una experiencia complicada. Como comerse una caja de polvorones a palo seco. Cuesta tragárselo. No concede nada, acumula gente en su campo, aprieta en el medio y corre cuando puede. Pero pocas veces. La clase de equipo que suele incordiar en Balaídos. Tarde de pico y pala para los de Berizzo. Y mucho más en un terreno de juego como el vigués. Infame, impropio de la Primera División, un enemigo más para el Celta. Resulta complicado asimilar que en este césped haya conseguido ayer la quinta victoria consecutiva en casa. Es inestable, se rompe, hace difícil la circulación, los cambios de orientación y penaliza a los futbolistas más imaginativos. Es justo lo contrario de lo que necesita un equipo como el de Berizzo, que acusó seriamente ese problema en su puesta en escena. Arrancó impreciso, con sus jugadores del medio del campo (Díaz, Radoja y Wass) compitiendo en errores, sin darle continuidad al juego y desconectados de los atacantes, donde Aspas ejercía de enganche por la derecha y Rossi, una de las sorpresas de Berizzo, jugaba como referencia en punta. Un buen escenario para el Granada que se sintió tranquilo, sin importarle ceder de forma descarada la posesión al Celta. Hasta que Berizzo devolvió a Aspas al ataque y pasó a jugar con dos puntos aprovechando la inmensa versatilidad y los viajes de ida y vuelta que hace Wass. Puede estar más o menos preciso el danés, pero al final su omnipresencia es una de las grandes virtudes de este equipo.

Con Aspas más cerca del área, la amenaza para el Granada creció de forma inmediata. El moañés entró en el partido de forma estruendosa. Su estado de gracia es tal que incluso ha convertido a los rivales en sus socios. Sucedió en el primer gol tras una cabalgada por la izquierda tras aprovechar un pasillo que le abrió Wass. Colocó el balón en el corazón del área en busca de Rossi. Pasaba por allí Vezo, que reculaba con desesperación hacia su portería y al que no se le ocurrió otra cosa que hacerle una dejada al propio Aspas. El moañés, más rápido y atento que sus rivales, aceleró y estampó el balón en la red para desmontar el plan del Granada. Un soplido de Iago había derrumbado el castillo de Alcaraz.

El gol desató al Celta y le liberó de las indecisiones iniciales. Ocupó mejor el espacio y eso permitió que la circulación fuese mucho más fluida. El Granada ni pestañéo. Permaneció en la cueva a la espera de una contra que le solucionase la tarde. El partido fue escaso de ocasiones porque el Celta dio prioridad al control del balón, a la paciencia y a la pausa. Ya llegaría el momento de acelerar otra vez. Y lo encontró Aspas que cada vez que caía a una banda armaba un estropicio en las filas rivales. Había avisado en un pase maravilloso a Wass que el danés, tras colosal carrera, había rematado contra Ochoa. Pero en la segunda combinación dio el pase preciso y correcto. Y de paso le hizo un inmenso favor a Bongonda. Tras una gran circulación, el moañés le colocó un balón perfecto para la carrera del belga. El joven ajustó el remate por bajo y rompió la pésima racha que le acompañaba a la hora de finalizar las jugadas.

El Celta vivió con absoluta placidez el resto del partido. Como si el marcador no existiese o directamente no valiese. Puede que el Granada no tuviese muchas intenciones, pero el Celta tampoco le permitió tener la mínima ilusión. Le escondieron la pelota con astucia. Fontás le dio al equipo la salida limpia que necesitaba y Radoja y Marcelo apenas regalaron un balón. Funcionó la pareja en el medio del campo y el tiempo pasó muy despacio. Solo le faltó al Celta un poco más de intención a la hora de pisar el área rival. Lo hizo de forma tímida, como si el asunto estuviese liquidado. No había noticias del rival, que parecía no haberse enterado de que marchaban dos goles por debajo en el marcador.

Solo Cabral debía aburrise que cometió un error absurdo cuando faltaban cinco minutos y Berizzo ya había hecho los cambios para rendir tributo entre otros a Wass o Aspas. El central se trastabilló con la pelota y regaló el balón a Kravets solo ante Rubén. Resolvió bien el delantero. El 2-1 suponía una amenaza aunque solo fuese de forma numérica. Pero tuvo tranquilidad el Celta. Sujetó la pelota y en un ataque bien centrado por los tres futbolistas que entraron de refresco (Guidetti, Señé y Pape), el joven mediocampista marcó su primer gol como futbolista del Celta para poner todo en su sitio. Pura justicia, puro Aspas.