Sale Galicia encarnada en Andrea Pousa, la Marianne galaica, su novia azul. Se desliza sobre el césped como una brisa, se detiene en el círculo central e inicia el himno. Es la tierra que entona, melancólica, un cántico cosido por los siglos, mucho antes de su composición exacta. Los futbolistas, desperdigados y ajenos, empiezan a rodearla hipnotizados. Los aficionados de ambos bandos se unen en el coro. No se casan, sin embargo, celtistas y deportivistas. Ni siquiera amistan. Apenas están aprendiendo a respetarse. La sacerdotisa interrumpe sus salmos en el "fogar de Breogán". Queda pendiente la redención. Os tempos aínda non son chegados.

En los cien metros de la grada de Río se condensan los 160 kilómetros entre Vigo y A Coruña, esa autopista que es frontera y cicatriz. Celtistas y deportivistas construyen su identidad por sí y como oposición al otro. Un alto porcentaje de los cánticos de cada hinchada menciona al vecino. Si surgen estando ausente, en el derbi resultan inevitables. Al "Vigo no" y "puta Balaídos" le replican el "puta Coruña, puto Riazor", que son rencor institucionalizado. Los dos bandos identifican al enemigo como aquel que no bota.

A este catálogo se han ido uniendo otros temas más recientes, fruto de la coyuntura, en general más imaginativos, menos hirientes. Contaba Antonio Estévez que un periodista vitoriano, al que habían enviado a retransmitir un partido del Celta en Segunda, se emocionó al descubrir que en Balaídos se jaleaba al Deportivo Alavés con mayor fervor que en Mendizorroza. Del milagro del 4 por ciento surgió el "Coruña, decime qué se siente". Los deportivistas aprovechan las incertidumbres institucionales del Celta. Varios se han presentado en Balaídos con gorros chinescos. Uno enarbola la bandera de la República Popular China. Entre todos se contagia el griterío concebido para la ocasión: "Mouriño, véndelo".

Lo cierto es que el derbi se ventila en términos patrios, con tres goles morraceses y una asistencia viguesa. Llueve en tromba y después sale el arco iris. Iago Aspas se despoja de la corteza de madurez que había adquirido, y salda cuentas señalándose el escudo en dos ocasiones ante la hinchada visitante. Una imagen controvertida e inmediatamente icónica. Ya todo está resuelto. Los deportivistas, mientras aguardan que la policía los desaloje, rumian esa tristeza que otras veces sintieron los celtistas, que cantan "a Segunda" como les cantaron a ellos en Riazor, renovando el memoria de agravios. Existe esperanza en la última tonada, que es un pique irónico, bienhumorado: "Gracias por venir".