Ante la Sublime Puerta, en Estambul, las naciones, a través de sus representantes diplomáticos, solicitaban permiso para rendir honores al Imperio otomano. Ayer, en Niza, los papeles se invirtieron y fue Turquía la que no tuvo más remedio que abrir de par en par la puerta para dejar paso a una selección como la española, que, si todavía no alcanza la categoría de sublime, está camino de conseguirlo. Y España necesitaba un paso amplio. En una Eurocopa en que rige la norma de la estrechez, la selección española se permitió cambiar la escala y hacerlo todo más ancho, desde el resultado al juego. Es muy pronto para decir que la afición no cabe en sí de gozo, pero lleva camino de ello.

Todo un equipo

Si en el partido inicial, ante Chequia, la selección española había jugado bien, pero con prevalencia de las individualidades, ayer lo que prevaleció, sin duda, fue el equipo. Y eso es mucho decir cuando tiene jugadores que, de puro buenos, no pueden hacerse invisibles. Los solistas no dejaron de brillar, pero para realzar la orquesta. España supo en todo momento a qué jugaba y en todo momento supo hacerlo bien. Aceleró cuando fue preciso, remansó el juego en los momentos adecuados y, por encima de todo, nunca perdió el control del partido. Turquía se vio siempre impotente ante tanta eficacia. Ni siquiera cuando lo tenía todo perdido fue capaz de amagar un gesto de rebelión. España mandaba demasiado.

Con balón

España estuvo excelente con balón y sin él. Cuando tuvo la posesión, que fue muy a menudo, supo moverlo con calidad y criterio, desde Busquets, que da siempre la salida con una claridad que parece infalible, en adelante, donde abundan los talentos. El de Iniesta, por supuesto, que tardó algo en aparecer, pero cuando lo hizo deslumbró. Silva, en cambio, madrugó, con un primer tiempo espléndido. Cesc, de estilo menos brillante, no fue, sin embargo, menos eficaz. Nolito supo convertirse en decisivo, con su asistencia en el primer gol y, tres minutos después, con un tanto propio. Y Morata se mostró como un delantero de amplio espectro, que incluye la faceta goleadora. La defensa estuvo sobrada, salvo un par de errores irrelevantes de Sergio Ramos. Piqué volvió a jugar un gran partido, que pudo adornar con un gol si no se hubiera excedido en lo más difícil, que es picar el balón contra el suelo. En cuanto a los laterales, está claro que tienen un papel clave en el juego de este equipo, porque son quienes ensanchan el campo y le dan profundidad por las bandas. Juanfran y Alba dieron un recital de polivalencia. Defendieron bien y atacaron mejor.

Y sin balón

Pero si España jugó muy bien cuando tuvo el balón, no menos impresionó cuando lo perdía, pues lo recuperaba de inmediato. Y no por incapacidad de los turcos, sino por una aplicación a la presión de la que no se autoexcluía nadie. De Iniesta para abajo, todos estaban dispuestos a formar un cerco que ahogaba al contrario. Para jugar así y hacerlo en los minutos finales del partido hace falta voluntad, pero también muchas reservas físicas. Y esa fue una de las señales positivas más esperanzadoras que emitió el equipo español.

Hay banquillo

Por si fuera poco, el banquillo se sumó en plenitud a la fiesta. Koke dejó claro que tiene hambre de balón. Bruno mostró que, por serenidad y recursos, es un buen complemento de Busquets. Y Azpilicueta no desmereció en la comparación con el fantástico Jordi Alba. La acción en la que, en el minuto 87, desbarató un gol de Sahan que parecía seguro tuvo un mérito extraordinario, por la dificultad de la recuperación.