Ningún árbitro vigués ha dirigido un partido de Primera División desde un Rayo-Cádiz de octubre de 1992; el último de Taboada Soto, que fallecería en febrero de 1993 tras una larga enfermedad. En David Pérez Pallas ven los especialistas a su anhelado sucesor. Pese a su veloz progresión, no planifica su carrera como un galope hacia la cumbre. "Me centro en el siguiente partido", afirma. Ha sido así desde los 14 años. Jugaba en el Valladares. Aunque apasionado del fútbol, descubrió un día que practicarlo le aburría. "Nos metían un gol y me daba igual", confiesa. Rubén Comesaña, un compañero del equipo, difundió que pensaba hacerse árbitro. David y Marcos, otro colega, lo secundaron. Marcos abandonó pronto. Los otros dos han perseverado. "Yo me enamoré rápido del arbitraje", asegura David. "No sabría decir por qué, pero engancha. Será por la responsabilidad, la toma de decisiones, la seriedad de la tarea, la capacidad de superar retos...".

Tercero de cuatro hermanos, sin nadie que lo precediese en tal vocación, la decisión sorprendió a sus padres, Aurelio y Rosa. "No se lo esperaban, pero siempre me han apoyado". Durante cuatro años, mientras careció de carnet de conducir, lo llevaron de campo en campo. Su padre soportaba bien que el ambiente en las gradas se crispase hacia su hijo. Su madre, no. Ambos asistieron al Guadalajara-Girona de su estreno en Segunda. "A día de hoy entienden que convertirme en árbitro me ha ayudado mucho en la vida, en mi forma de ser".

No se dice oficialmente lo que ganan. Según el diario Sport, alrededor de 1.500 euros por partido en Segunda. "Hago lo que me gusta y me pagan. No considero que sea un trabajo", comenta. La dedicación es intensa. Entrena entre dos horas y dos horas y media al día. Se ha puesto en manos de Alberto Salgado para mejorar su técnica de carrera ("tengo un correr muy tosco, pero debo mejorar en todo, incluso en el sonido del silbato"). El análisis de cada actuación le lleva entre cinco y seis horas, más la puesta en común con sus jueces de línea -el también vigués Adrián Díaz y el coruñés Roberto Vázquez-. Se concentra una semana en agosto con los demás árbitros de Segunda. Acude a otras tres concentraciones de fin de semana a lo largo de la campaña, con pruebas físicas y actualizaciones técnicas. Pita también partidos del fútbol base vigués. Imparte cursos en la delegación. Y en sus horas libres se va de espectador a los partidos.

Una apretada agenda, que combina con sus estudios de Ingeniería de Telecomunicación. "Voy organizándome como puedo. No me quejo. Me siento un privilegiado. Pero es cierto que algunos compañeros están empezando a acabar y a mí me queda aún un año", dice como disculpándose. En Segunda los viajes se simplifican. De las largas odiseas por carretera en Segunda B solía llegar de madrugada. "A veces estoy estudiando y me quedo dormido".

David niega que el escalafón arbitral esté sujeto a componendas políticas, aunque alguno se retirase echando pestes del sistema: "El propio colectivo se beneficia de que los mejores estén en Primera. Hay entre 55 y 60 informadores. Son delegados de mucho nivel. El que te desciende es también el que te ha ascendido. No puedes echar la culpa a los demás".

La experiencia en Segunda le ha permitido también disfrutar de la calidad del juego. "Existe una gran diferencia en la velocidad del partido. Son profesionales, saben lo que están haciendo. Lo llevan todo al límite. Tienes que pitar menos, pero las decisiones son más difíciles". No se decanta por una fórmula concreta para relacionarse con los jugadores: "Con unos puedes hablar y con otros, no. Cada situación requiere su medida. Aunque aportes tu personalidad, no existe un estándar. Es la parte psicológica del arbitraje".

Pérez Pallas tiene sus modelos. No idolatra a estrellas como Collina, aunque admita su carisma. Los prefiere españoles, como Díaz Vega en su momento o Undiano Mallenco en la actualidad; también el herculino Nacho Iglesias, único gallego en activo en Primera. Y sobre todo Bernardino González y Evaristo Puentes Leira. "No necesitas fijarte en gente de fuera. Pero se ve que nadie es profeta en su tierra".

Resume el sentimiento de hermandad: "Yo conozco a gente del Celta, pero no me identifico con el Celta. Mi equipo es el equipo de los árbitros. Cuando veo un partido, quiero que el árbitro no falle. Nos une una empatía, vivencias comunes, un sentido de la justicia". También las malas experiencias, aunque las de David no pasen de algún jugador que se le haya encarado o cierta tensión ambiental: "He tenido suerte. Nadie está libre de eso. El otro día, en un partido en A Coruña, un árbitro expulsó a un jugador porque le hizo un corte de mangas, saltó el padre y lo agredió. Es una cuestión social". Como espectador, sí se ha levantado y ante la disyuntiva de discutir con algún aficionado, ha preferido abandonar la grada: "Gente de 40 años insulta a árbitros que podrían ser sus hijos. No es normal. Necesitamos más sentido común en los campos de fútbol".