El fútbol a veces es un puro contrasentido. Nunca se hacen buenas lecturas cuando un partido se escapa con 2-0 a favor cuando resta poco más de media hora para el final. En ocasiones constituye toda una tragedia y casi siempre invita al pesimismo y a la depresión. Sin embargo, el Celta sale reforzado de un partido en el que tiró por la borda dos puntos por ese histórico problema defensivo que padece, seguramente, desde los días en que Hándicap planteó la posibilidad de fundar este bendito club. Porque el equipo de Luis Enrique no jugaba solo contra el Espanyol en la noche de ayer. Lo hacía contra las desconcertantes sensaciones que había dejado su pretemporada y que habían reducido de forma evidente el entusiasmo incontrolado con el que los aficionados habían despedido la pasada temporada. Y ese partido, esencial ayer, el Celta lo ganó con claridad. Los vigueses poco tuvieron que ver con el plomizo equipo visto en los meses de julio y agosto. Fue como si la competición hubiese supuesto un maravilloso amanecer. Cambió casi todo. La intensidad, la puntería, el ritmo, la propuesta. Permanecieron por desgracia los errores defensivos, esa candidez casi enfermiza que convierte al Celta en una guardería infantil cuando se trata precisamente de sacar las uñas y apuntalar una victoria que se había labrado a lomos del buen juego y la entrega.

El Celta ganó el partido de las sensaciones. No dan la salvación, pero ayudan a conseguirla. Porque ayer un mal encuentro hubiese llenado de dudas y debates el entorno de un grupo que nunca ha pasado por ser un ejemplo de confianza. El espectáculo visto disipa esas incógnitas o al menos las congela. Porque el Celta fue mucho mejor que el Espanyol -conjunto claro en sus ideas-, le avasalló por momentos, le castigó con un 2-0 que hacía justicia a lo que estaba sucediendo, pero el problema es que se olvidaron de cerrar la puerta y por ella se coló el Espanyol para rascar un empate que premia la dulzura viguesa y premia la fe de los pericos.

Y eso que le costó al Celta entrar en el partido. Pesaba la excitación del día, del estreno. Luis Enrique apostó por una versión descarada como muy pocos equipos son capaces de apostar hoy en día. La defensa esperada (con Toni en la izquierda), Oubiña de tapón y un mundo de jugadores con vocación ofensiva a los que Luis Enrique parece haber afilado aún más el colmillo como es el caso de Alex López, mucho más vertical que de costumbre. Junto a él Krohn, Nolito, Augusto y Charles. Un aluvión que en cuanto consiguió ajustar la recuperación del balón -aspecto en el que aún hay que mejorar aunque está clara la evolución del grupo- metió al Espanyol en la cueva de forma descarada. Faltaron ocasiones claras, pero la presencia en el área fue constante con un Alex desatado, un Nolito imaginativo y Charles al mando del operativo. Lo del delantero centro resultó más sorprendente porque su pretemporada había resultado muy vulgar. Pero ayer se destapó. Estuvo rápido, inteligente, generoso, eficiente a un toque y cargado de peligro. Pareció otro futbolista. Y el Celta encontró el premio a su notable primera parte cuando cerca del descanso Krohn-Dehli se disfrazó de Laudrup para poner un balón maravilloso por alto a la espalda de los centrales. Allí irrumpió Alex López para ajusticiar a Casilla. Un gol que supone toda una declaración de principios: la jugada la armaron los dos futbolistas que en principio deben acompañar a Oubiña en el eje del equipo. Una prueba de por dónde va la filosofía de Luis Enrique, un entrenador que quiere a mucha gente pisando el área contraria.

El impulso moral duró en el arranque del segundo tiempo porque apenas llevaban un minuto cuando Krohn-Dehli (otra vez) colocó un certero centro al corazón del área que Charles alojó en la red siguiendo el manual de los grandes cabeceadores. Fuerte y picado. Casilla acompañó el viaje de la pelota al fondo de la portería. El Celta se sintió poderoso y no quiso dar un paso atrás. Mantuvo la presión alta y esa intención de no conformarse con lo que tenía. Posiblemente fue un error, aunque nunca se sabrá porque la verdad es que el partido no daba la impresión de estar en peligro. Pero los rivales siempre encuentran rendijas por las que colarse. Pudo marcar el tercero Augusto en un gran disparo antes de que Víctor Sánchez recortase distancias de una manera magistral desde fuera del área. Entonces entró en escena Rafinha. El hijo de Mazinho tuvo diez minutos espléndidos en los que estuvo cerca de marcar un gol para enmarcar y construyó varias jugadas extraordinarias. Todo lo bueno que se esperaba de él y de sus genes se hizo carne entre el entusiasmo general. A su llamada acudió todo el equipo y el Celta pudo destrozar al Espanyol, impotente ante aquello. Pero el Celta se creyó en exceso que tenía el partido en el bolsillo y dejó una puerta abierta. Una mala presión en el medio del campo, un pase a la espalda del despistado Fontás, Yoel que duda en la salida y gol de Thievy para empatar. Con las fuerzas justas y el desánimo del empate los de Luis Enrique aún encontraron un par de ocasiones más sobre todo aquel cabezazo de Cabral al que Casilla respondió como un gato haciendo una de las paradas de la Liga. En esa locura final incluso Colotto pudo hacer en el descuento el 2-3. Al final un punto. Poco para lo mucho que se jugó.